La pandemia por covid-19 ha agudizado y hecho más evidentes problemas añejos en diversos países. Desigualdad socioeconómica, pobreza, ineficiencia gubernamental o falta de libertades civiles y políticas se han hecho hoy más patentes que nunca. Esto ha sucedido a lo largo de los últimos dieciocho meses en diversas latitudes, particularmente en América Latina, y Cuba es un buen ejemplo.
Las manifestaciones del domingo 11 de julio se dieron en el momento en el cual el país vive los peores días de la pandemia. Con una población de 11.2 millones de habitantes, la isla ha registrado en los días recientes una media de 6 mil 300 nuevos contagios diarios y la jornada previa a las manifestaciones se había reportado la muerte de 47 personas por covid-19. No es secreto que los hospitales cubanos están desbordados y que la escasez de medicamentos es preocupante, particularmente en la provincia de Matanzas en el occidente del país.
Los detonantes inmediatos de las protestas en Cuba pueden entonces tener alguna conexión con la crisis sanitaria. Pero los problemas que aquejan a la sociedad cubana tienen sus orígenes mucho antes de la aparición del SARS-CoV-2. Por un lado la terrible crisis económica que vive la isla desde que dejó de recibir subsidios por parte de la entonces Unión Soviética y que se ha agravado con el recrudecimiento de las sanciones impuestas por Estados Unidos, y por el otro la ausencia de derechos políticos y libertades esenciales como las de expresión y asociación.
Las manifestaciones en La Habana se dieron bajo el grito de “libertad”. Es decir, que además del hastío de las penurias y dificultades de la vida cotidiana, también existe una parte de la sociedad que está cansada de la censura.
Los seguidores de la Revolución Cubana culpan de todo al absurdo embargo estadounidense, exacerbado durante el gobierno de Trump y mantenido en vigor durante la administración Biden; mientras que los críticos del castrismo señalan que se trata de una ruptura del régimen, del agotamiento de la revolución cubana tras más de seis décadas. Quizás en términos económicos la verdad esté en el punto medio. Las sanciones estadounidenses han tenido un nefasto peso innegable en la economía cubana pero le han servido de pretexto a la dirigencia castrista que excusa todas sus deficiencias bajo el argumento del embargo, aunque es evidente que el marasmo económico que vive la isla va más allá de lo comercial, baste ver el abandono del campo, la ganadería o la pesca, que nada tienen que ver con las sanciones impuestas por Washington.
Pero donde no hay puntos medios es en el terreno de las libertades. El remplazo generacional en la dirigencia castrista no ha traído indispensables cambios políticos. No ha habido ni un ápice de “Glásnost”, como se llamó a la liberación del sistema político soviético promovida por Gorbachov con el objetivo de relajar la censura e introducir niveles mínimos de democracia en el gobierno.
De acuerdo al ranking de democracia “The Economist Democracy Index”, Cuba está en la posición 140 a nivel global, siendo el país peor calificado de América Latina; y en el índice de Freedom House, que da una puntuación de 0 (ausencia total de democracia) a 100 (democracia plena), Cuba alcanza apenas 13 puntos.
Históricamente la situación en la isla polariza a la comunidad internacional. Se trata de un tema, que como pocos en el ámbito global, caldea los ánimos de países y ciudadanos, que envueltos en banderas ideológicas se lanzan al activismo político en apoyo al régimen cubano o en su contra. Por ello no sorprende que en las recientes semanas la lucha de narrativas no tardara en hacerse presente y en un mundo cargado de desinformación tampoco sorprende que las redes sociales se hayan inundado de imágenes manipuladas de las protestas en Cuba para utilizarlas a favor o en contra del gobierno cubano.
Pero más allá de la clara existencia de noticias falsas y de si las protestas continúan o se extinguen, resulta absurdo que bajo el argumento de la afinidad de ideales países con gobiernos democráticos de izquierda continúen defendiendo a un régimen que a todas luces censura las libertades básicas; de la misma forma que resulta absurdo que la OEA no repruebe enérgicamente el abuso de las fuerzas del orden en Colombia o que el mundo occidental no condene a dictaduras de derecha como las de los Emiratos Árabes Unidos o la de Arabia Saudita.
Más allá de las clásicas divisiones entre “capitalismo” y “socialismo”, entre “derecha” e “izquierda”, debiéramos distinguir con claridad a las “dictaduras” de las “democracias” y a los gobiernos “eficientes” de los “ineficientes”. Después de todo, en el mundo hay ejemplos de buenos gobiernos de izquierda: Nueva Zelandia y Portugal; y de derecha: Japón y Alemania. De igual forma que a lo largo de la historia hemos visto los nefastos efectos de las dictaduras tanto de izquierda: la Rusia estalinista, como de derecha: la Italia de Mussolini. El problema de Cuba no es que tenga un gobierno de izquierda, es que es una dictadura y encima ineficiente. Todo gobierno democrático, independientemente de su línea ideológica, debiera condenar al régimen cubano.
@B_Estefan