Hermosillo, Sonora.- En la casa de María Ingrid, un altar enorme en memoria de su mamá refleja un poco de la historia de amor, dedicación y del legado que dejó tras su partida a tres generaciones: sus hijos, nietos y bisnietos.
María Luisa, nació en 1922 y falleció en 2022, vivió 100 años viajando, cocinando, disfrutando cada día como si se tratara del último y entregando siempre el alma a quienes la rodeaban, conocidos y desconocidos.
En palabras de su hija, María Luisa fue una mujer virtuosa, llena de cualidades como el talento para cocinar, tejer, pintar, esculpir y dar discursos, como aquel último en su fiesta de cumpleaños, ese que se sintió como una despedida.
“Lo inicié hace tres meses, que fue cuando falleció mi mamá. Hay personas que dicen que el altar no se debe poner hasta que pasó un año de que murió el difunto para que haga camino, pero mi mamá murió de 100 años. Ella fue y vino muchas veces.
Mi mamá se llamaba María Luisa Cuevas Díaz y fue una gran mujer. Esta ofrenda es como revisar todo el legado que ella nos dejó, no nada más a mí sino a todas sus hijas, nietos, bisnietos y un legado en valores, en creatividad, en actitud frente a la vida”.
Una de las mayores lecciones que le dejó su mamá, fue aprender a disfrutar la vida: cada segundo, cada minuto, cada día, sin importar en dónde ni cómo se encontraba: en el jardín, en la cocina, en su habitación, en los mejores o peores momentos.
María Ingrid está segura que colocar un altar de muertos a un ser querido es un acto de sanación, esperanza, de creer que un día volverán a verse, a sentarse para platicar, reír y comer juntos.
“A mí me preguntan, gente que todavía está en vuelo o que no se atreve a poner un altar, pero les digo que es un proceso sanador, liberador y esperanzador. Uno lo está haciendo y está con la esperanza de que algún día se va a reencontrar con sus seres queridos.
Y no importa que sea chiquito, yo empecé con algo pequeño, es con lo que uno tenga. Lo importante es recordar que el Día de los Muertos va a venir a visitarnos”.
El altar está en una casa de la colonia Los Arcos de Hermosillo, es de cuatro pisos y está lleno de guiños a su madre: flores como las que le encantaban, su comida favorita, algunas calaveritas redactadas por su yerno Francisco, especialmente para ella, también se colocaron algunos instrumentos que utilizaba en sus diferentes actividades: repostería, escultura, entre otras.
Además, muchas de las figuras, los detalles en papel y otros adornos fueron hechos a mano uno a uno por María Ingrid, poco a poco en un periodo de tres meses, desde que falleció su mamá, y fueron colocados en siete días.
María Luisa vivió alrededor de 25 años en Mexicali, después en Ensenada y en Baja California donde falleció. Un lugar en el que su gente la recuerda por esa bondad, esa paciencia, ese ánimo de compartir con los otros.
Sin duda, su historia seguirá compartiéndolo de generación en generación, probablemente sentados a la mesa a la hora de la comida, en alguna festividad o un día especial, justo como aquellos en los que María Luisa lograba convocar a toda la familia.