Ante las voces de madres de familia que viven un verdadero reto por el compromiso y la responsabilidad, pero sobre todo el amor a su hijo o hija, donde por un lado el covid-19 les genera incertidumbre, las mantiene con “miedo”; por otro lado la preocupación de que pasará con sus hijos con la adquisición de las habilidades propias de su edad a través de la educación formal, la educación que conocemos y que se generaba hasta antes del covid-19 “en las aulas”.
“Bueno o malo”, como narra el cuento de un señor que vivía en las afuera de un pueblo y que era reconocido por su amplia y profunda sabiduría y sobre todo por mantener el control en momentos turbulentos, donde sus únicos compañeros de vida eran su nieto y un burro que utilizaban para llevar leña a vender al pueblo.
Pero la gente del pueblo estaba tan pendiente de este señor que cualquier acontecimiento que se le presentaba corrían a su casa y consideraban el suceso como de buena suerte o mala suerte, a lo que él respondía mirando al horizonte: “buena suerte o mala suerte, quien sabe”.
Hoy se enfrentan los padres y madres de familia a tener que distribuir su tiempo laboral con el tiempo que la escuela en casa. Se comenta la dificultad de los papás para que los menores presten atención y permanezcan sentados en el horario de clases, además, cuando hay varios niños en casa también se batalla con la conexión y el volumen de los audios así como la supervisión de las tareas escolares.
Ante la situación actual podemos plantear cuando menos dos interrogantes:
1. ¿será de buena o mala suerte para esta generación que el sistema educativo lleve ya 10 meses generando procesos de aprendizaje mediante métodos contingentes?
2. ¿será de buena o mala suerte que el sistema educativo esté evidenciando obsolescencias y demande replanteamientos sobre la marcha?
Ambas posibilidades pueden existir, pero es un hecho que estamos ante la urgente necesidad de preparar a las generaciones venideras para vivir en un mundo distinto al que nos tocó a nosotros, incluyendo las formas de enseñanza-aprendizaje y que de no haber sido así de la manera tan obligatoria que se nos forzó a construir nuevas formas, nos hubiéramos detenido para dar el paso, como muchas otras cosas en nuestra vida, nos pasamos posponiendo.
Estamos ante una re-evolución cognitiva. Hemos construido una manera de percibir el mundo, de clasificar objetos, de evaluar y dar respuesta a nuestros cuestionamientos, muy útiles por supuesto para llegar hasta donde estamos, pero con marcados límites para los tiempos actuales.
Hoy contamos con herramientas que se han ido solidificando y que no habíamos logrado integrar completamente a la educación, que son de mucha utilidad, pero también mantengamos presente que esta revolución cognitiva también ocupa trascender, ocupamos reeducarnos, por ejemplo aprender a contemplar el mar de una manera distinta, no con la idea que ya tenemos del mar, o, mirar la flor con una idea distinta a la que tenemos de la flor.