Aprovechando que este verano parece dedicado a las películas de superhéroes: Superman, Los 4 Fantásticos… Vamos a hablar de un antihéroe que le regresó la fama de una manera espectacular, pero sobre todo, se desvinculó en su propuesta cinematográfica. Pero principalmente la razón de este ejercicio en donde analizaremos las dos entregas del Joker, es porque es en honor a una de mis mejores amigas, Karen y Joker (la primera, claro), es una de su top 3 de películas favoritas.
Y es que resultan fascinantes los diferentes e inesperados resultados de estas dos entregas. Desde el momento en que se anunció el inicio de la producción de la película dedicada, única y exclusivamente, al villano más icónico de ciudad Gótica y el mundo de DC, el Joker, la elección de su director comenzó una toda una carrera de especulaciones.
Al final el elegido fue Todd Phillips, una apuesta algo arriesgada, ya que el director era más conocido por otro tipo de películas de comedia como la trilogía de Hangover. Pero incluso cuando se supo quién llevaría a cabo el desarrollo del proyecto tan esperado, Phillips hizo otro aún más escandaloso: sería un Joker, completamente desconectado del universo de DC.

Se oía más que arriesgado, casi imposible de lograr. Darle su propia dimensión a un personaje tan conocido y conectado como archienemigo del murciélago de ciudad gótica, que no pudiera ser relacionado con su punto de partida. Pero contra todo, la propuesta FUNCIONÓ.
Y lo hizo porque el realizador en ningún momento comprometió su visión cuando aceptó hacer la película. Fue una de las primeras condiciones que no eran negociables, y presentó a la Warner Bros otra condición más, aún más inapelable, y que más que requisito, fue un ultimátum: el actor que interpretaría al famoso Guasón sería Joaquin Phoenix.
Warner quería a Leonardo DiCaprio, y estaba presionando para que el director diera su brazo a torcer, pero no lo hizo. El mismo Todd dijo que el guion e interpretación estaban basados justo en Phoenix, y que si él no hacía el papel principal, buscarán a alguien más para hacer la película.
El resultado fue más de lo que se había esperado. Al estrenarse en el 2019, la obra fue recibida como un fenómeno cultural sin precedentes. A pesar de no contar con Batman, ni alguna conexión directa o sustancial, con ese universo, se planteó como un estudio de personaje crudo, incómodo y con una profundidad emocional pocas veces vista en el cine de superhéroes.
Joker no es una película de cómics, al menos no en la forma en que Hollywood acostumbra presentar al público. Es un drama psicológico con la estética del cine de los años 70, evocando a Taxi Driver y The King of Comedy; con un protagonista alienado, una ciudad al borde del colapso y una narrativa que toca fibras sociales y personales. Todo esto le valió la aclamación de la crítica y el público, haciéndola ganadora de varios premios como: el León de Oro en Venecia, y Phoenix ganó el Óscar a Mejor Actor.
Incluso, esta historia de narrativa audiovisual, es casi que el paso a paso de cómo se va delineando la personalidad de alguien ajeno, falto de conexión o empatía, con su realidad social, y crea la suya, desde su distorsión alterna, y hasta llegar al estado más violento de su propia psicosis. Mismo estado que llega a confundirse por las masas, (recordemos que uno de sus actos de violencia, se transmite en vivo, por el programa más visto de televisión, dentro de la misma película), como una protesta de rebelión subversiva, por los derechos sociales, – cualesquiera que elijas-, cosa que podría importarle mucho menos que menos, al mismísimo Joker.
Arthur Fleck busca reconocimiento, respeto, importancia, y se asienta en la ilusión de una madre, también con severas enfermedades y condiciones de salud mental, no atendidas, en la que es hijo de un millonario de los más influyentes de la ciudad, y algún día será reconocido como la persona importante que es, y todxs han subestimado durante toda su vida.
Si alguien confunde al Joker, como el héroe por accidente de la historia, o víctima de las circunstancias, no está viendo bien de cerca lo que se narra, desde lo que el protagonista vive en su cabeza y lo que pasa afuera, en la vida real.
Pero toda esta inspiración se difumina cuando la avaricia alcanza al talento que no sabe cómo decir que no, y llega la desgracia de su secuela: Joker: Folie à Deux.
Estrenada en el 2024, desde que se anunció como un tipo de “musical psicológico”, -lo que sea que esos signifique-. La película dividió a la crítica, fue rechazada por buena parte del público general y apenas sostuvo su rentabilidad por la curiosidad y la fuerza del nombre.
Con todo y la incorporación de Lady Gaga como Harley Quinn, la cinta se sintió más como un experimento excéntrico y fallido que como una expansión orgánica del universo que Phiillips presentó la primera parte.
Y en la humilde opinión de una servidora, creo que eso era precisamente la oportunidad que tomó el director: aceptó hacer una segunda parte para hacer un experimiento. Sabía que después del éxito del Joker, se iba a venir la oferta por una segunda entrega, pero como todo artista celoso de su trabajo, y en realidad ya sin mucho que decir del mismo personaje y sin la posibilidad de sacarle la vuelta al elemento romántico, – que tarde que temprano, en las historias masivas son impuestas por los directivos-, en lugar de rechazar la historia, se aseguro de hacer algo, a su estilo y de una manera, que no se le cuestionara y que enterrara su visión, sin posibilidad de que otro creador volviera a retomarla.
Con todo, y la incorporación de Lady Gaga como Harley Quinn, la cinta se sintió más como un experimento excéntrico y fallido que como una expansión orgánica del universo que Phillips presentó la primera parte.
Y en la humilde opinión de una servidora, creo que eso era precisamente la oportunidad que tomó el director: aceptó hacer una segunda parte para hacer un experimento. Sabía que después del éxito del Joker, se iba a venir la oferta por una segunda entrega, pero como todo artista celoso de su trabajo, y en realidad ya sin mucho que decir del mismo personaje y sin la posibilidad de sacarle la vuelta al elemento romántico, – que tarde que temprano, en las historias masivas son impuestas por los directivos-, en lugar de rechazar la historia, se aseguró de hacer algo, a su estilo y de una manera, que no se le cuestionara y que enterrara su visión, sin posibilidad de que otro creador volviera a retomarla.
Si lo vemos por ese lado, un simple: gracias, pero ahorita no joven, de parte de Phillips hubiera bastado, o lo que se hace en los casos en que se negocia para no aceptar un papel, guionización, dirección o ese tipo de trabajo en el mundo de Hollywood: pones expectativas inalcanzables, que sabes que no hay manera de que el estudio y productores van a aceptar, pero en este caso, las aceptaron TODAS y pues, ahí está el resultado.
Pero, ¿cómo es que la segunda parte es tan terrible comparada con la primera? Porque va de la crítica social al artificio.
En Joker, la historia de Arthur Fleck se desarrolla con una crudeza que conecta con un malestar social real: la marginalización de los enfermos mentales, la desigualdad económica, la violencia institucional. Su transformación en el Guasón no es un acto heroico ni glamoroso; es inquietante, nihilista y profundamente humano.
La película incomodó porque reflejaba algo auténtico, incluso si esa autenticidad era oscura. Su falta de compromiso con el mundo de DC fue parte de su fortaleza. Entre Phillips y Phoenix, ambos trabajaron en conjunto en el guion y creación del personaje; y también los dos querían hacer, e hicieron, una obra cinematográfica con voz propia.
En cambio, Joker: Folie à Deux se siente obligada, y hasta obvia, por su propio éxito a expandirse en direcciones que rompen con ese tono. La apuesta musical, aunque audaz, no logra justificar su forma. La relación entre Arthur y Harley se presenta sin la fuerza ni la complejidad que la audiencia espera de dos personajes emocionalmente fracturados.
Lo que en la primera película era una crítica al abandono institucional y la descomposición social, en la segunda se convierte en una estética manierista y desconectada, más interesada en lucirse que en contar algo.
El declive de Joker 2 no es único. Otras secuelas que partieron de obras autorales también tropezaron cuando trataron de complacer tanto a un estudio como a una audiencia dividida. The Matrix Reloaded complicó su mitología hasta lo absurdo; Sin City 2 recicló recursos sin alma; Donnie Darko 2 fue una traición directa al espíritu de la original. En todos los casos, el problema fue el mismo: intentar replicar una fórmula que nunca fue fórmula, sino una conjunción irrepetible de visión, contexto y riesgo.
Lo irónico de Joker 2 es que traiciona el carácter mismo de su protagonista. El Joker, como figura central de Gotham, es caos puro, pero también es imprevisible, seductor, brillante. En esta secuela, sin embargo, se vuelve una figura reiterativa, atrapada en una relación romántica que nunca termina de convencer ni de retar al espectador. El mito del villano más icónico de Gotham queda reducido a un arquetipo que canta, baila y repite sus frases, sin una progresión real.
Joker fue un rayo en una botella: una película introspectiva, socialmente relevante, impulsada por una interpretación devastadora. Joker: Folie à Deux intenta replicar esa chispa con artificios formales y decisiones estéticas desconectadas del alma de la historia. En lugar de expandir el mito del Joker, lo reduce a una caricatura. En su ambición de ser más artística, olvidó ser significativa.
Tal vez lo más trágico de Joker 2 es que, al igual que su protagonista, terminó creyéndose su propio personaje, perdiendo de vista aquello que alguna vez lo hizo tan inquietantemente humano. “I haven’t been happy one minute of my entire fucking life”. Arthur Fleck. Joker, 2019.