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viernes, mayo 3, 2024

En busca de una identidad cultural sonorense

Héctor Rodríguez Espinoza
Doctor en Derecho, catedrático desde 1969 del Departamento de Derecho de la Universidad de Sonora. Editorialista y autor de 25 libros de Jurisprudencia y Cultura, Ed. Porrúa y Editorial Académica Española. Expresidente del Consejo de Certificación Barra Sonorense de Abogados. Profesionista distinguido 2013 y 2016.

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Con la “s” en la frente

Desde hace aproximadamente 50 años, entre sectores de sonorenses, principalmente universitarios, se ha entablado una rica y trascendente discusión acerca de nuestra identidad cultural. La cultura entendida en el sentido más amplio, pantónomo y globalizador del concepto, es decir como todo aquel producto valioso y agregado, resultante de la relación histórica del espíritu del hombre en y con la naturaleza y la sociedad.

En principio es una de las características diferenciales del hombre frente a las demás especies animales. Se compone de elementos espirituales y materiales. Entre los primeros se encuentran los intangibles conocimientos, creencias, sentimientos; y entre los segundos, todos aquellos corpóreos objetos y construcciones (caminos, vehículos, casas, máquinas) y demás cosas que la humanidad ha ingeniado para la producción, comunicación y armonía social. (En el fondo de todos estos objetos, tomando en cuenta su destino humano, subyace un elemento espiritual).

Nuestro tardío desarrollo en todos los órdenes frente al del centro del país y la inmediata y avasallante vecindad con la cultura anglosajona de los Estados Unidos, obligan a! gobierno y a la sociedad civil, toda, a cobrar conciencia de ese tema. Las opiniones vertidas en diversos espacios -libros, revistas, simposios, coloquios, congresos, discursos- oscilan desde la postura de quienes sostienen y defienden una cultura nacionalista-regionalista cuya pureza y virginidad deben permanecer intocadas (especie de menonitas de la cultura), hasta la de quienes sostienen que la cultura -a fuerza universal- no tiene fronteras, como “el viento pampero que se la llevó”, para decirlo con el precioso tango que cantó Alfonso Ortiz Tirado (visión cósmica de la cultura). Participamos, pues, desde doctores graves, críticos pedantes, diletantes papanatas, hasta anodinos burócratas. Pero todos, de una forma u otra, somos derechohabientes de los afanes de Justo Sierra, Samuel Ramos, José Vasconcelos, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Santiago Ramírez, Carlos Monsiváis, entre otros, para desentrañar el ser oculto y visible del mexicano.

Pero sin perjuicio de la validez y mérito de esos afanes, todos ellos incurren en el error de las generalizaciones, olvidando el barroco mosaico de “nacionalidades” que conformaron, desde el siglo XVI, la geografía humana de nuestra patria.

Sea lo que fuere, la verdad filosófica y científica de ese tópico sólo la encontraremos en el estudio de la Historia universal, nacional y regional. En este artículo me concreto a rescatar, de mi archivo, un sugerente texto de Jaime Litvak King (Uno más Uno 17-1-85), el cual lo adapté a nuestra realidad geográfica e histórica, cambiándole el nombre del personaje, su raíz étnica regional y otras circunstancias locales, que aparecen subrayadas. Que cada lector saque sus propias conclusiones:

“Sisibotari Valenzuela no podía dormir. Sonorense hasta las cachas y honrado a carta cabal, no podía conciliar el sueño. Su apellido, castellano, y su nombre, ópata, lo jaloneaban en direcciones divergentes. ‘Sonorense es ser ópata, como el gran Sisibotari’, decía su nombre. ‘No, es ser castellano, como Cortés’, contestaba su apellido. Finalmente, tuvo la solución: es ser ambas cosas. Cuando hizo este descubrimiento, ya pudo dormir.

“En la mañana, Sisibotari Valenzuela, sonorense hecho de ópata y español, interrumpió su sueño con el sonido de su reloj despertador, artefacto inventado en China, en el siglo VIII; bajó de la cama, inventada en el Egipto prehistórico; se quitó la pijama, tipo de ropa traída a Occidente por los ingleses desde la India, en el siglo XVIII; tomó su baño diario, costumbre romana; fue por el periódico, hecho en una imprenta inventada por el alemán Johann Gutenberg, según una idea china, e impreso en papel, también inventado en esa región del este de Asia, y que usa un sistema de escritura que desciende del que popularizaron los fenicios desde el actual Líbano; y se dispuso a desayunar.

“A él, como buen bronco, le gusta la machaca con huevo, hecho con el producto de una ave domesticada en el suroeste de Asia, con un aderezo que, además de los mexicanos jitomates y chile, tienen cebolla, cultivada por primera vez en Egipto, y pimienta, originalmente usada en la India, fritas con aceite de ajonjolí, usado por primera vez por los árabes en el Medio Oriente, al igual que el café que se tomó, endulzado con azúcar, producto de una planta cultivada primero en África, y con canela, cuya referencia más antigua es su importación a Sumeria desde la India.

“Sisibotari Valenzuela pasó una mañana muy activa. A su trabajo se fue en camión, desarrollado desde una idea alemana del siglo XIX, y para hacer el viaje tuvo que pagar con monedas, sistema inventado en la costa de lo que hoy es Turquía en el siglo VIII a.C. En su trabajo tuvo que hablar varias veces por teléfono, artefacto inventado por el escocés Alexander Graham Bell.

“Para medio día estaba hambriento. Entró a un restaurante, establecimiento desarrollado en Francia en el siglo XVIII; siguió la vieja costumbre hebrea de lavarse las manos antes de comer; leyó el menú, inventado por el fondero francés Boulange en 1765, y se decidió por una comida muy mexicana. La primera fue un caldo de arroz, cereal domesticado en el este de Asia, luego una sopa seca de pasta, inventada en China y llevada a Italia en la Edad Media. El plato fuerte fueron tacos de cabeza y carne asada de res, animal cuya domesticación se llevó a cabo independientemente en el sureste de Asia, en el norte de Siria, acompañada de un vaso de agua de tamarindo, bebida procedente de las islas del Caribe. Para terminar tomó fresas con crema, de una planta domesticada en el norte de Europa. Su café estaba sazonado con canela, una especia procedente de Asia. Se limpió los dientes con palillo, inventado en Mesopotamia.

“Sisibotari Valenzuela volvió a su trabajo, tomando el elevador, inventado en Roma y desarrollado en los Estados Unidos. Ya tarde regresó a su casa. Le gustaba la música mexicana y en su tocadiscos, inventado por el estadounidense Edison, oyó algunas polkas norteñas compuestas en un estilo que se originó en Polonia, tamboras sinaloenses compuestas en una orquestación basadas en las bandas alemanas, canciones acompañadas por mariachi, tipo de orquesta popularizado por tropas francesas en el siglo XIX con un solo de trompeta, introducida por un inmigrante español en los años 20. Se lavó los dientes usando artefactos inventados en Inglaterra en el siglo pasado, y se acostó a dormir.

“Sisibotari Valenzuela durmió bien. No volvió a tener problemas de identidad. Su nombre, vocablo de la familia lingüística utoazteca que se extiende por el centro de los Estado Unidos hasta Canadá, y su apellido de origen árabe y judío sefardí, ya no le dieron problemas. “Era puro sonorense.”

Héctor Rodríguez Espinoza

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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