Dada la situación política que actualmente atraviesa el país, así como el mundo entero en diversos ámbitos de la vida cotidiana, sería conveniente que procuráramos el arte de prudencia, que buena falta nos hace.
Una manera eficiente para lograr esto podría ser realizar un voto de silencio en los temas que no comprendemos del todo y para los cuales existen expertos para su análisis. Ahora bien, si lo anterior nos parece autoritario es solo porque no estamos comprometidos con nuestras convicciones o evitamos responsabilizarnos.
En los últimos años la opinión de los expertos ha venido a menos debido a la falta de interés por ejercer la profesión de manera íntegra, lo que no significa otra cosa que la incapacidad para ser congruentes entre los principios que dicen representar y las acciones que ejecutan públicamente.
Podemos decir que de la cantera académica solo han emanado lo que Ortega llamaría señoritos satisfechos o sabio-ignorante, aquellos contentos de sí mismos que se cierran a toda instancia exterior, no escuchan y jamás ponen en tela de juicio sus opiniones, y agregaba que es una “cosa de sobremanera grave, pues significa que es un señor el cual se comportará en todas las cuestiones que ignora, no como un ignorante, sino con toda la petulancia de quien en su cuestión especial es un sabio”.
Se colige que si nosotros, como individuos autónomos y libres, tenemos algo que decir, debemos buscar el valor y la confianza para expresarnos públicamente, pero también debemos hacernos responsables de nuestras expresiones y de los fundamentos y bases con las que hemos formulado nuestras opiniones. Es decir, debemos actuar bajo el principio de que no es válido recurrir a una instancia superior para dirimir debates o argumentos públicos.
De lo contrario, si estamos en la posición donde un ente superior, un primus inter pares, debe de resolver un debate que se ha tornado en conflicto público, es una obligación o principio categórico remitirnos a la solución del estado, pues como también diría el filósofo español, “el estado empieza cuando se obliga a convivir a grupos nativamente separados”.
Ortega afirmaba que “el estado no es consanguinidad, ni unidad lingüística, ni unidad territorial, ni contigüidad de habitación […] Es un puro dinamismo, la voluntad de hacer algo en común”, lo que si se piensa bien, es fácil de concertar porque se supone que todos perseguimos vivir en armonía, con justicia, equidad, igualdad, tranquilidad, seguridad, empleo y salud, como componentes básicos de una vida digna.
Bastaría con que individualmente actuáramos de forma íntegra para lograr vivir en un país próspero, sin embargo, los intereses personales y nuestro acervo particular de valores complican la materialización de este ideal en realidad.
¿Qué obstaculiza, entonces, la intención de realizar exitosamente algo en común? Además de la envidia, el resentimiento y la ignorancia; el miedo a ejercer nuestra libertad y hacernos responsables de las consecuencias de nuestros actos.
En “La soberanía del bien”, Murdoch apuntaba que “las acciones son ejemplos de cosas que se mueven en el ámbito de lo público. Nada cuenta como un acto a menos que suponga un cambio reconocible en el mundo”. Tarea harto difícil, si comparamos la ingente cantidad de expresiones públicas que reivindican intenciones positivas y benéficas, en contraste con las actividades negligentes, corruptas o decadentes que solemos practicar.
“Mi responsabilidad es una función de mi conocimiento (que intenta ser completamente impersonal) y de mi voluntad (que es completamente personal). La moral es una cuestión de pensar con claridad y disponerse luego a tratar externamente con otros hombres”, concluía Murdoch.
A propósito del “Diario íntimo” de Edmond y Jules de Goncourt, en “Cita con los clásicos”, Kenneth Rexroth apunta que durante la segunda mitad del siglo XIX, especialmente en el tercer cuarto del mismo, en Francia surgió una forma de cultura inédita que se manifestó y materializó con la aparición de un número cada vez mayor de hombres “fundadores y precursores de la sensibilidad contemporánea”.
Tengo la convicción de que actualmente estamos por ingresar en una etapa político-social muy semejante a la que Rexroth describe y de la cual ya había hablado, así como justificado su propiedad y oportunidad, Friederich Schiller en “Cartas sobre la educación estética del hombre”, por ello es que soy de la idea que, así sea por un breve periodo, convendría guardar silencio, escuchar y ser más observadores. Aunque sea difícil, si no vamos a mandar y nos queda obedecer, conviene seguir con nuestras responsabilidades, ser escépticos hasta el punto de asumir una actitud de perplejidad y tomar partido por quienes activamente sean más íntegros.