A Bety muchas personas, incluso de su familia, le preguntan por qué no estudió medicina en lugar de ser enfermera. “No entienden que son carreras distintas, que no es que no me haya sentido capaz de ser médico, sino que yo no quería diagnosticar sino cuidar a los pacientes, acompañarlos en su tratamiento, darles apoyo emocional y si así se daba, estar con ellos en la muerte”.
La enfermera del Hospital General de Zona 1-A, del IMSS, mejor conocido como “Venados” –quien ha pedido no publicar su nombre real para evitarse problemas en el trabajo en estos tiempos en que las entrevistas están casi vedadas– dice que esa pregunta, por qué no estudió mejor medicina, es la síntesis de que la sociedad y el gobierno siguen sin reconocer la contribución de su profesión. A las enfermeras y enfermeros se les sigue viendo como una categoría muy inferior a los médicos y médicas.
De acuerdo al portal de Nómina Transparente de la Secretaría de la Función Pública, una auxiliar de enfermería general 80 gana en el IMSS un sueldo neto mensual de 5 mil 153 pesos, si es rango B gana 8 mil 518. Una enfermera especialista C, el rango más alto, tiene un salario mensual de 13 mil 848 pesos.
En el Hospital General de México, de la Secretaría de Salud federal, una auxiliar de enfermería A, gana un salario neto mensual de 9 mil 150 al mes, poco más de 4 mil pesos a la quincena.
Mientras que quienes entraron a los hospitales contratados por Insabi por la contingencia ganan entre 14 y 20 mil al mes. Pero sus contratos son temporales, de tres o cuatro meses, y no tienen prestaciones.
La precariedad laboral no impide que el personal haga su trabajo lo mejor posible. “Durante esta pandemia, dice Bety, quienes hemos estado adentro, ocho o doce horas con los pacientes somos las enfermeras y enfermeros. Los médicos entran, los checan, los valoran y se van”.
Con los familiares lejos, ante las medidas de confinamiento general y las restricciones para entrar a los hospitales, los pacientes se quedaron acompañados sólo del personal de salud.
“Nosotros hemos hecho justo la labor para la que estudiamos: los hemos cuidado, los hemos acompañado, con el costo de un gran desgaste físico y emocional. En los peores días hubo lapsos en los que cada cinco minutos se moría un paciente”, dice Bety.
Fueron turnos en los que dos enfermeras debían cuidar hasta a 14 pacientes graves. Cuatro o cinco intubados. Fallecía uno y subían a otro de urgencias. “No nos dábamos a basto -cuenta Bety. Nunca hay personal suficiente para darle una atención adecuada a los pacientes”.
Pese a la carga excesiva de trabajo, muchas enfermeras y enfermeros desplegaron estrategias para acercar y animar a pacientes y familiares. Oswaldo Vertiz, un enfermero contratado de forma temporal por Insabi, para apoyar en la contingencia en el Hospital General de México, sirvió de correo humano.
Llegaba una hora antes de que empezara su turno, a las 2 de la tarde, recogía las cartas de los familiares y se las leía él mismo a los enfermos o buscaba el apoyo de sus compañeros para que las palabras escritas de los seres queridos llegaron a oídos de los afectados por covid-19.
Hasta ahora, casi un año después, Oswaldo sigue con un contrato temporal. Cada tres meses se termina y debe firmar otro. “El que tengo ahorita acaba en junio. Así hemos estado. Cuando les conviene somos personal del Hospital General y cuando les conviene somos Insabi, y no sabemos nunca a quién dirigirnos. Hemos estado un año atendiendo pacientes COVID y no nos dan base, no tenemos sindicato, ni prestaciones, solo nos dan ISSSTE”.
También el enfermero Juan Díaz García, quien trabaja en el Hospital General de Tlapa, en Guerrero, está en esa misma situación. Desde hace un año cuando entró contratado por Insabi para atender pacientes covid-19 sólo ha firmado contratos temporales. Apenas acaba de firmar el último que finaliza en septiembre. Nadie le asegura que después de eso tendrá trabajo.
Antes de entrar al Hospital de Tlapa trabajó en el Hospital de la Madre y el Niño Guerrerense. Estuvo seis años esperando que le dieran la base y nunca se la dieron. Que no había disponibles, le decían. Pese a tener una especialidad en Nefrología ganaba 7 mil 200 pesos al mes.
“Nos toca ir de un lado a otro buscando la base. Nos toca esperar años por un trabajo estable. En el posgrado para hacer la especialidad éramos 21 compañeros en total, solo cinco, los más grandes de edad, tenían base”, dice Juan.
De acuerdo a datos de la Secretaría de Salud, hasta el 3 de mayo de 2021 se habían contagiado de covid-19, en México, 235 mil 961 integrantes del personal sanitario, 3 mil 861 fallecieron.
De todos los casos positivos de covid-19 entre el personal de salud, el mayor porcentaje, 39.7%, se registró entre enfermeras y enfermeros. Los médicos acumulan un 26%, aunque en cuestión de mortalidad, los médicos son los más afectados, con 46% del total y 19% en el grupo de enfermeras y enfermeros.
Bety se contagió de covid desde mayo pasado. En el hospital no le quisieron hacer la prueba para confirmar la enfermedad porque no tenía fiebre ni dificultad para respirar, pero ella se sentía mal. Fue a un laboratorio privado a hacer la prueba y la pagó de su bolsillo. Salió positiva.
Le dieron una incapacidad para completar los 15 días de aislamiento. Ya tenía una primera por un día y otra por tres por el malestar que tenía. Fue todo. Volvió al trabajo, aunque le costó retomar el ritmo. Las secuelas de covid hacían que se sintiera fatigada todo el tiempo.
También Juan se contagió. Fue en junio de 2020. A él apenas, después de un año, le dieron la hoja para darse de alta en el ISSSTE. Así que el tratamiento se lo dieron sus compañeros del Hospital General de Tlapa. Tuvo un cuadro moderado de covid. Pero también tiene secuelas.
“Me hicieron unas placas y hay daño en mis pulmones. Tengo fibrosis moderada. Si en el futuro padezco neumonía o una enfermedad respiratoria, mi cuadro será más grave. Es el daño equivalente a quien fuma o cocina con leña por años”.
Además de los daños físicos, los enfermeros y enfermeras que han atendido COVID tienen daños emocionales. La mayoría llora cuando cuentan lo que han vivido en esta pandemia. Muchos dicen que necesitarán terapia para procesar el agotamiento, la frustración, el exceso de muertos, las numerosas despedidas, el shock de ver a los pacientes tan mal.
“En horas se ponían muy mal -cuenta Juan– o los dejaban estables un día y llegabas al día siguiente y ya habían fallecido”.
De si han tenido material de protección para disminuir el riesgo de contagio, los enfermeros consultados difieren. Oswaldo dice que de eso no tiene ninguna queja. Bety señala que al principio sí hubo escasez y descontrol, por eso las protestas en varias unidades del IMSS. Pero después el suministro se normalizó.
Aunque ella y sus compañeros compraban sus propias mascarillas N95 y googles, porque los del hospital les lastimaba mucho. También cuenta que en diciembre y enero, con los hospitales saturados de pacientes covid, algunos medicamentos para tener sedados a los pacientes con ventilación mecánica empezaron a escasear.
El problema ahora es que desde hace dos semanas, el hospital se desconvirtió, ya no es un hospital para atender covid. La normalidad ha vuelto. “Pero todavía a veces llega a haber algún paciente sospechoso. Si es positivo se manda a otro hospital, como el provisional que se montó en el Velódromo. El problema es que nos han estado restringiendo ya material como los cubrebocas tripacas, cuando todavía hay riesgo de contagio justo por esos pacientes”, dice Bety.
Juan dice que hasta apenas hace unos cuatro meses había una escasez intermitente de cubrebocas y caretas.
Bety, Juan y Oswaldo señalan que ellos, y es el sentir del gremio, no quieren galardones ni motes de héroes. “Queremos lo justo: un trabajo estable, digno y con un pago seguro por quincena”, resume Juan.