La forma en que responda al ataque al Capitolio, realizado el pasado 6 de enero, dirá mucho sobre la posición que prevalecerá: dejar vivo políticamente o eliminar definitivamente a Trump mediante un juicio político.
Afortunadamente para los Estados Unidos y el mundo, Joe Biden asumirá la presidencia de ese país el 20 de enero del año en curso. Sin embargo, como demostraron los impactantes eventos del 6 de enero, se necesitará más de una persona y más de un mandato presidencial para superar los desafíos que enfrentan y los que seguramente se presentarán próximamente en el país vecino.
Si el asalto al Capitolio de los Estados Unidos fue un intento de golpe de Estado, una insurrección o un asalto a la democracia, es simplemente una cuestión de semántica. Lo que importa es que la violencia tenía como objetivo descarrilar una transición legítima del poder, en beneficio y a instancias de un personaje peligroso. El Presidente Donald Trump, quien nunca ha ocultado sus aspiraciones dictatoriales, ahora debería ser destituido del poder, excluido de un cargo en el futuro inmediato y procesado por delitos graves.
El asalto al Capitolio fue el resultado predecible del gobierno de D. Trump, ayudado e instigado por miembros del Partido Republicano. Y nadie puede negar que Trump nos había advertido de lo que pasaría: de ninguna manera estaba comprometido con una transición pacífica del poder. Muchos de los que se beneficiaron cuando redujo drásticamente los impuestos para las corporaciones y los grandes tenedores de capital, también cuando revocó las regulaciones ambientales y nombró jueces favorables a los grandes negocios, sabían que estaban haciendo un pacto con un personaje tenebroso. Tal vez estos grupos pensaban que podían controlar las fuerzas extremistas que Trump desató, o tal vez no les importaba lo que sucedería en su país.
Esta terrible situación nos lleva a plantear las siguientes interrogantes sobre lo que está sucediendo en el país vecino.
¿A dónde va Estados Unidos, como país, a partir del asalto al Capitolio? ¿Es Trump un personaje aberrante o es el reflejo de una enfermedad nacional más profunda y seria que está aconteciendo en los Estados Unidos? ¿Se puede confiar en Estados Unidos? Dentro de cuatro años, ¿volverán a ganar las fuerzas que dieron origen a Trump y el partido que lo apoyó? ¿Qué se puede hacer para prevenir ese resultado?
Estas y otras interrogantes se plantean diversos analistas sobre el futuro inmediato de lo que puede pasar en estos días por venir.
El primer punto a resaltar es que D. Trump es producto de múltiples fuerzas, tanto empresariales como políticas y hasta religiosas. No es un personaje aislado de las dimensiones política y empresarial, sino que fue tejiendo sus relaciones con el fin de aprovechar una oportunidad para llegar al poder de la Presidencia de los Estados Unidos.
Durante los últimos veinte años el Partido Republicano ha entendido que sólo podría representar los intereses de las élites empresariales si adopta medidas antidemocráticas y suma aliados para posicionarse, incluidos los fundamentalistas religiosos, los supremacistas blancos y los populistas nacionalistas.
Por supuesto, el populismo implicaba políticas que eran contrarias a las élites empresariales. Sin embargo, muchos líderes empresariales pasaron décadas utilizando artificios para mantener engañado al público. Así, las grandes empresas tabacaleras (Big Tobacco) gastaron miles de millones de dólares en abogados y ciencia falsa para negar los efectos adversos de sus productos a la salud. En sus posiciones señalaban que el tabaco no producía cáncer ni afectaba la salud de los consumidores de tabaco.
Por otra parte, las grandes compañías petroleras no se quedaron atrás e hicieron lo mismo para negar la contribución de los combustibles fósiles al terrible cambio climático que enfrenta el planeta. Reconocieron que Trump era uno de los suyos.
Además, los avances en tecnología, especialmente las redes sociales, proporcionaron una herramienta para la rápida difusión de la desinformación. Y, por otra parte, el sistema político de Estados Unidos, donde abundan millones de dólares, permitió a los actuales gigantes tecnológicos liberarse de la responsabilidad sobre este tipo de desinformación.
A su vez, el sistema político hizo otra cosa: construyó un conjunto de políticas denominadas neoliberales que permitieron ganancias masivas de ingresos y riqueza a los que estaban en la cima de la pirámide, pero a costa de un mayor empobrecimiento del resto de la población, especialmente los grandes sectores de la clase trabajadora.
Con ello, en las últimas décadas dio inicio un proceso de desigualdad social no registrado en Estados Unidos. Así, el país a la vanguardia del progreso científico se caracterizó por la disminución de la esperanza de vida y el aumento de las disparidades en salud en sectores importantes de la población.
La promesa neoliberal, el canto de las sirenas, era que las ganancias, ingresos y riqueza generada en el país, llegarían a todos los sectores de la población; sin embargo, obviamente era una promesa falsa.
Además, los cambios estructurales que se presentaron en el proceso de globalización permitieron a los Estados Unidos realizar políticas de deslocalización o desindustrialización en muchas regiones del país, las cuales llevaron a grandes masas de trabajadores al desempleo.
Las falsas promesas de un mejor nivel de vida para todos los habitantes, así como la presencia de grandes sectores de la población con altos niveles de desempleo, provocado por el proceso de globalización, generaron una mezcla tóxica que brindaba la oportunidad atractiva para un aspirante como D. Trump.
Así llegó a la Presidencia de los Estados Unidos un personaje sociópata, narcisista y mentiroso; sin comprensión de la economía ni apreciación de la democracia ni del respeto al Estado de Derecho que llevó a los Estados Unidos al borde de un conflicto interno sin precedente en la historia moderna de ese país.
Aunque el Presidente electo Joe Biden tomará posesión en aproximadamente una semana, hay tiempo de sobra para que Trump genere más caos. Seguramente las milicias de derecha y los supremacistas blancos ya están planeando más actos de protesta, violencia y guerra racial en ciudades de Estados Unidos. Por otra parte, los rivales estratégicos como Rusia, China, Irán y Corea del Norte buscarán explotar el caos sembrando desinformación o, al extremo, lanzando ciberataques contra la infraestructura de Norteamérica.
Por ello la tarea inmediata es eliminar la amenaza que aún representa Trump. La Cámara de Representantes debería acusarlo y el Senado debería juzgarlo, ahora o algún tiempo después, para prohibirle que vuelva a ocupar un cargo federal.
Debería interesar a los republicanos, no menos que a los demócratas, demostrar que nadie, ni siquiera el Presidente, está por encima de la Ley. Todos deben comprender el imperativo de respetar las elecciones y garantizar la transición pacífica del poder.
Sin duda, Estados Unidos debe realizar grandes transformaciones que van desde la dimensión política-social y de una política de salud que llegue a todos los ciudadanos, especialmente a los sectores más desprotegidos. La pandemia de Covid-19 ha mostrado la magnitud de las disparidades económicas y de salud del coloso del norte.
Estos cambios deberán ser de gran magnitud; de no ser así, serán insuficientes para hacer grandes avances en las arraigadas desigualdades que registra el país vecino.
La forma en que Estados Unidos responda al ataque al Capitolio dirá mucho sobre hacia dónde se dirige el país: dejar vivo políticamente o eliminar definitivamente a D. Trump mediante un juicio político. En los próximos días veremos cuál de estas dos posiciones es la que prevalecerá.
* Docente-Investigador del Departamento de Economía de la Universidad de Sonora y Presidente del Observatorio Ciudadano de Convivencia y Seguridad del Estado de Sonora. Correo institucional german.palafox@unison.mx