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viernes, noviembre 22, 2024

Leer el apocalipsis VI: El futuro, de Bruno Montané Krebs

Bruno Ríos
Bruno Ríos es doctor en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Houston. Escritor, académico y editor.

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Creo en sus palabras cuando dice que el camino de la poesía es siempre generoso. Leer, entonces, una poesía reunida es en ocasiones una forma excesiva de esa generosidad. Lo he pensado antes, en otros sitios: las antologías, las poesías reunidas, las obras completas, son artefactos para no leer. Son, pues, adornos en el estante, monumentos al tiempo, alabanzas a la pura potencia de ser conocedores de la obra de alguien que no puede refutárnoslo.
Tengo que decir que este es un caso particular en donde la regla no se cumple: me leí El futuro de pasta a pasta en unos días, sin mucho tedio ni pesar alguno. Y eso es ya decir mucho sobre capacidad de Bruno Montané Krebs para moldear la palabra al antojo de un oído abierto, de un corazón dispuesto a escuchar, aunque sea de paso.
La palabra clave en una colección poética que asume llamarse El futuro como presagio presente es, con tantísima ironía, la consistencia. El lector que se atreva a leer con detenimiento estas cuatro décadas de poesía encontrará una hazaña poco común: un trabajo minucioso y pulcro con el lenguaje. Los poemas de Montané Krebs son mecanismos delicados que con frecuencia llegan a puntos muy afortunados. En esto, su trabajo se parece mucho al de José Emilio Pacheco, un trabajo que en apariencia nos regala la fuerza del lenguaje sin demasiados adornos y con una profundidad abisal. Así como en Pacheco, los versos de Bruno Montané brillan en su relectura: se redescubren en matices que muchas veces están escondidos bajo el manto de lo obvio.
Una de las imantaciones que se convirtieron en la espina dorsal de un trabajo que vale la pena pensar más a fondo es lo que me gustaría llamar una poética del suceso. Esto es, Montané debe de estar hasta el cogote de que lo asocien con la ausencia presente de Roberto Bolaño. Mejor, y mejor que en la poesía de Bolaño (perdóname, Bruno), los poemas de El futuro funcionan como pequeñas máquinas del pensamiento en el que, a través del texto, algo (nos) sucede. Esto es muy claro incluso en sus poemas más tempranos como “Acumulación”:
Hoy vi el avión que se estrellará
contra el silencio de la especie.
Era un insecto ciego y gigante
que agitaba presagios que solo
nuestros miedos podrían adivinar.
Con su pesado vuelo construía
una enorme espiral que colgaba
sobre nuestras cabezas.
Hoy vi el avión de la muerte.
Era negro y giraba
contra el cielo gris.
Hay una belleza que pareciera indecible cuando repetimos los versos más contundentes de este poema: “Hoy vi el avión que se estrellará / contra el silencio de la especie”. A esto me refiero con el hecho de llamarle una poética del suceso. Cuando nos aproximamos a un poema, y aquí estoy parafraseando a Jericho Brown, esperamos siempre que nos lastime, que se nos dé en toda su dificultad, en la imposibilidad de entenderlo. En este texto, no hay misterio, no hay un abstracto allá detrás que pueda escondérsenos. Mejor: sucedemos en el poema porque se nos entrega de frente. Vemos, pues, el avión de la muerte, negro y girando en el cielo gris.
Vale la pena aclarar que no es una operación lúgubre en todo caso – como si lo que a Montané lo que le importara es esta idea de progreso en la que sólo acumulamos tragedias. También hay una belleza que (nos) sucede en el poema y que brilla por pintársenos de frente. Este es un fragmento de “Pie de coral”:
El viento dibujó figuras
en mis pies de coral,
el cielo abrió la boca,
levantó los brazos
y me abrazó
como a una ola.
Estos imaginarios son recurrentes en los textos de El futuro. El viento, el mar, el cielo, las plantas. Sin embargo, suceden en una especie de suspensión que me remite al universo plástico de la pintora Helga Krebs, que vivió en Hermosillo hasta los últimos días de su vida. Si las cosas se heredan, aquí hay una heredad innegable que cambia sólo en el medio. Una especie de homenaje se traza desde Barcelona, donde Bruno Montané vive desde hace tantísimos años ya, para su madre Helga en su poema “Cisterna”, dedicado a ella:
Lentas fluyen el agua
y la respiración de las plantas.
Aquí abren los ojos y giran el cuerpo
imperceptibles animales.
No siento el frío ni el calor.
La piel no percibe sus límites.
Aquí soy yo quien tiene
los ojos cerrados.
El agua me envuelve.
La oscuridad me abraza.
Lo que oigo me ilumina.
Montané traza en sus poemas una obra que nos invita a ser partícipes de este universo en donde conviven todas estas cosas. Es una invitación a una poesía sin traspiés, como si fuera siempre un regalo, un acontecer. Y más ahora, se recibe con mucha gracia en un mundo detenido.
*Bruno Montané Krebs nació en Valparaíso, Chile, en 1957. Residió en México entre 1974 y 1976 donde fundó junto a Mario Santiago y Roberto Bolaño el movimiento poético infrarrealista. Es hijo del arqueólogo Julio Montané Martí, quien fue profesor investigador del Centro INAH Sonora hasta el día de su muerte en 2013, y de Helga Krebs, reconocida pintora que falleció en Hermosillo en 2010.

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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