En un mundo donde ChatGPT puede resumirte un libro, responder un correo corporativo o incluso tomar decisiones estratégicas, es tentador cederle el volante del pensamiento. Pero, ¿a qué costo?
Según el Foro Económico Mundial, el pensamiento crítico era la segunda habilidad más importante para 2025. Sin embargo, paradójicamente, un informe reciente de McKinsey muestra que solo el 9% de los jóvenes profesionales considera que se le enseñó a pensar críticamente durante su formación académica. Y con la llegada de la IA, esta cifra amenaza con reducirse aún más.
Lo cierto es que actualmente las organizaciones aplauden la eficiencia impulsada por Inteligencia Artificial. Sin embargo, la dependencia excesiva de herramientas que “piensan por nosotros” está provocando una atrofia silenciosa: La delegación del juicio humano.
De hecho, un estudio de IBM indica que el 40% de las tareas laborales serán impactadas por la IA en los próximos tres años. Pero, lo alarmante no es que la IA haga tareas operativas, sino que sustituya la reflexión, la contradicción y el análisis profundo en la toma de decisiones humanas.
Esto es porque el pensamiento crítico no es un lujo intelectual; es un activo organizacional. Sin él, las empresas pierden innovación, capacidad de resolución de conflictos y adaptabilidad. Y lo que está pasando es que los jóvenes talentos no están resolviendo problemas: Los están “prompteando”. (Un prompt es un conjunto de indicaciones que se le da a la inteligencia artificial para lograr que esta realice una determinada acción).
Y si los equipos solo ejecutan instrucciones (de humanos o de máquinas) están sobreviviendo, pero no evolucionando. Y no me malentiendan la IA no es una amenaza en sí misma; el verdadero riesgo radica en que, al usarla sin propósito formativo, se convierte en una prótesis cognitiva que impide el desarrollo del razonamiento propio.
La paradoja es brutal: más tecnología, menos criterio. Más acceso a datos, menos preguntas. Y en un entorno donde la disrupción es la nueva normalidad, la ausencia de pensamiento crítico no solo es una debilidad, es una sentencia.
¿Entonces qué hacer? Lo primero, es aceptar que la inteligencia artificial ha llegado para quedarse. Pero confiar en ella como única brújula es tan riesgoso como dejar la estrategia en piloto automático. No podemos permitir que el pensamiento crítico, esa capacidad humana de analizar, cuestionar y anticipar, se vuelva un bien escaso.
Para las organizaciones, esto no es una reflexión filosófica, sino una alerta operativa: los equipos que pierden la capacidad de pensar, cuestionar y replantear, pierden también su ventaja competitiva. Empresas que automatizan sin educar, que digitalizan sin desarrollar criterio, están sembrando una fuerza laboral obediente, pero ciega.
Si queremos empresas ágiles, resilientes e innovadoras, necesitamos entornos donde la tecnología potencie la reflexión, pero que no la sustituya. Hoy más que nunca, la inversión en habilidades como el pensamiento crítico, la resolución de problemas y la ética del juicio es tan urgente como la inversión en infraestructura digital.
Porque no basta con tener equipos capaces de usar inteligencia artificial; el verdadero valor está en contar con colaboradores que saben cuándo deben pensar más allá de lo que la IA les propone.