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martes, abril 30, 2024

Los Jesuitas, ¿La Utopía de Tomás Moro en el Noroeste novohispano?

Héctor Rodríguez Espinoza
Doctor en Derecho, catedrático desde 1969 del Departamento de Derecho de la Universidad de Sonora. Editorialista y autor de 25 libros de Jurisprudencia y Cultura, Ed. Porrúa y Editorial Académica Española. Expresidente del Consejo de Certificación Barra Sonorense de Abogados. Profesionista distinguido 2013 y 2016.

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Dos de cuatro partes.

Brevísimo Ensayo.

“Influidos tal vez por la Utopía de Tomás Moro y por la experiencia del Obispo Vasco de Quiroga en Michoacán.”

Continúa Fórmula del Instituto, aprobada por el Papa Julio III.

“… Y todos los que hicieren profesión en esta Compañía se acordarán no sólo al tiempo que la hacen, mas todos los días de su vida, que esta Compañía y todos los que en ella profesan son soldados de Dios que militan debajo de la fiel obediencia de nuestro Santo padre y el señor Papa Paulo III y los otros romanos Pontífices sus sucesores. Y aunque el evangelio nos enseña, y por la fe católica conocemos, y firmemente creemos que todos los fieles de Cristo son sujetos al romano Pontífice, como a su cabeza y como a Vicario de Jesucristo; pero por nuestra mayor devoción a la obediencia de la Sede apostólica, y para mayor abnegación de nuestras propias voluntades, y para ser más seguramente encaminados del Espíritu Santo, hemos juzgado que en grande manera aprovechará que cualquiera de nosotros, y los que de hoy en adelante hicieren la misma profesión, además de los tres votos comunes, nos obliguemos con este voto particular, que obedeceremos a todo lo que nuestro Santo Padre que hoy es y los que por tiempo fueren Pontífices romanos nos mandaren para el provecho de las almas y acrecentamiento de la fe. E iremos sin tardanza (cuanto será de nuestra parte) a cualesquier provincias donde nos enviaren, sin repugnancia ni excusarnos, ahora nos envíen a los turcos, ahora a cualesquier otros infieles, y aunque sean en las partes que llaman Indias; ahora a los herejes y cismáticos o a cualesquier católicos cristianos. Por lo cual los que han de venir a nuestra Compañía, antes de echar sobre sus espaldas esta carga del Señor, consideren mucho, y por largo tiempo, si se hallan con tanto caudal de bienes espirituales que puedan dar fin a la fábrica desta torre, conforme al consejo del Señor. Conviene a saber si el Espíritu Santo, que los mueve, les promete tanta gracia que esperen con su favor y ayuda llevar el peso desta vocación. Y después que con la divina inspiración hubieren asentado debajo desta bandera de Jesucristo, deben estar de día y de noche aparejados para cumplir con su obligación. Y porque no pueda entrar entre nosotros la pretensión o la excusa destas misiones o cargos, entiendan todos que no han de negociar cosa alguna dellas, ni por sí ni por otros, con el romano Pontífice, sino dejar este cuidado a Dios y al Papa como a su vicario y al Superior de la Compañía. El cual tampoco negociará para su persona con el Pontífice sobre el ir o no ir a alguna misión, si no fuesen en consejo de la Compañía.

Hagan también todos votos que, en todas las cosas que pertenecieren a la guarda desta nuestra regla, serán obedientes al Prepósito de la Compañía… Para el cual cargo se elegirá por la mayor parte de los votos (como se declara en las Constituciones) el que tuviere para ello más partes, y él tendrá toda aquella autoridad y potestad sobre la Compañía que convendrá para la buena administración y gobierno della, …Y porque hemos experimentado que aquella vida es más suave, y más pura, y más aparejada para edificar al prójimo, que más principal; de mi mayor deseo he acordado dar la presente, evangélica; y porque seamos que Jesucristo nuestro Señor proveerá de las cosas necesarias para el comer y vestir a sus siervos, que buscan solamente el reino del cielo, queremos que de tal manera hagan todos los votos de la pobreza, que no puedan los profesos ni sus casas o iglesias, ni en común, ni en particular, adquirir derecho civil alguno para tener o poseer ningunos provechos, rentas o posesiones, ni otros ningunos bienes raíces, fuera de lo que para su propia habitación y morada fuere conveniente, sino que se contenten con lo que les fuere dado en caridad para el uso necesario de la vida.

Mas porque las casas que Dios nos diere se han de enderezar para trabajar en su viña, ayudando a los prójimos, y no para ejercitar los estudios; y porque, por otra parte, parece muy conveniente que algunos de los mancebos en quien se ve devoción y buen ingenio para las letras se aparejen para ser obreros de la misma viña del Señor, y sean como seminario de la Compañía profesa, queremos que pueda la Compañía profesa, para la comodidad de los estudios, tener colegios de estudiantes, dondequiera que algunos se movieren por su devoción a edificarlos y dotarlos, y suplicamos que, por el mismo caso que fueren edificados y dotados, se tengan por fundados con la autoridad apostólica. Y estos colegios puedan tener rentas, y censos, y posesiones, para que dellas vivan y se sustenten los estudiantes; quedando al Prepósito o a la Compañía todo el gobierno y superintendencia de los dichos colegios y estudiantes, cuanto a la elección de los rectores y gobernadores y estudiantes, y cuanto al admitirlos y despedirlos, ponerlos y quitarlos, y cuanto al instituir, y enseñar, y edificar, y castigar a los estudiantes, y cuanto al modo de proveerlos de comer y vestir, y cualquiera otro gobierno, dirección y cuidado, de tal manera que ni los estudiantes puedan usar mal de los dichos bienes, ni la Compañía profesa los pueda aplicar para su uso propio, sino sólo para socorrer a la necesidad de los estudiantes. Y estos estudiantes deben dar tales muestras de virtud y ingenio, que con razón se espera que, acabados los estudios, serán aptos para los ministerios de la Compañía. Y así, conocido su aprovechamiento en espíritu y en letras, y hechas sus probaciones bastantes, puedan ser admitidos en nuestra Compañía.

[]Y todos los profesos, pues han de ser sacerdotes, sean obligados a decir el oficio divino según el uso común de la Iglesia, mas no en común ni en el coro, sino particularmente. Y en el comer y vestir y las demás cosas exteriores seguirán el uso común y aprobado de los honestos sacerdotes, para que lo que desto se quitare cada uno, o por necesidad o por deseo de su espiritual aprovechamiento, lo ofrezcan a Dios como servicio racionable de sus cuerpos, no de obligación, sino de devoción.

Estas son las cosas que, poniéndolas debajo del beneplácito de nuestro santo padre Pablo III y de la Sede apostólica, hemos podido declarar como en un breve retrato de aquesta nuestra profesión; el cual retrato hemos aquí puesto para informar compendiosamente, así a los que nos preguntan de nuestro Instituto y modo de vida como también a nuestros sucesores, si Dios fuere servido de enviar algunos que quieran echar por este nuestro camino. El cual, porque hemos experimentado que tiene muchas y grandes dificultades, nos ha parecido también ordenar que ninguno sea admitido a la profesión en esta Compañía, si su vida y doctrina no fuere primero conocida con diligentísimas probaciones de largo tiempo, como en las Constituciones se declarará. Porque, a la verdad, este Instituto pide hombres del todo humildes y prudentes en Cristo, y señalados en la pureza de la vida cristiana y en las letras. Y aun los que se hubieren de admitir para coadjutores, así espirituales como temporales, y para estudiantes, no se recibirán sino muy bien examinados y hallándose idóneos para este mismo fin de la Compañía. Y todos estos coadjutores y estudiantes, después de las suficientes probaciones y del largo tiempo que se señalará en las Constituciones, sean obligados, para su devoción y mayor mérito, a hacer sus votos, pero no solemnes (si no fuere algunos que por su devoción y por la calidad de sus personas, con licencia del Prepósito general, podrán hacer estos tres votos solemnes); mas harán los votos de tal manera, que los obliguen todo el tiempo que el Prepósito general juzgare que conviene tenerlos, como se declara más copiosamente en las Constituciones desta Compañía de Jesús; al cual suplicamos tenga por bien de favorecer a estos nuestros flacos principios a gloria de Dios Padre, al cual se dé siempre honor en todos los siglos. Amén”. (Tomado de Obras Completas de San Ignacio de Loyola, 1963. p. 410.)

4. Su llegada al Noroeste.

Según los autores de la introducción de el Rudo Ensayo de Juan Nentuing, “los jesuitas, influidos tal vez por la Utopía de Tomás Moro, y por la experiencia de Obispo Vasco de Quiroga en Michoacán, o quizás imbuidos del espíritu de la época, o bien, conscientes de que se enfrentaban a otra situación, llegaron al noroeste con nuevas ideas; no solo hay que pacificar, evangelizar y congregar a los indígenas, sino que también hay que darles una forma nueva de vida, que les permitiese no solo vivir congregados, sino también prosperar. Esa fue la misión de la empresa agropecuaria”. (Juan Nentuig. 1977. p. 7.) A su llegada, se encontraron el Noroeste habitado por pueblos de agricultores primitivos, recolectores, cazadores y pescadores nómadas.

“La situación del noroeste era totalmente distinta de la Mesoamérica -dicen- …, no había bienes sobrantes ya que los medios de producción estaban poco desarrollados y las relaciones sociales eran poco complejas. Los indios vivían dispersos a lo largo del territorio, vagabundeando de un lugar a otro, y no es redituable, en términos económicos, poner ejército de ocupación por cada tribu o ranchería permanente o temporal, para mantenerlos dominados y pacificados. Podían, sí, apoderarse de las riquezas naturales de la región, matando a los indios, pero necesitaban mano de obra para explotar tales riquezas, y la paz necesaria para llevar sus productos fuera y traer lo que necesitaban para sobrevivir. Estas condiciones impidieron al español un tipo de conquista tradicional”. (Juan Nentuig. 1977. p. 8.)

5. Su labor cultural; evangelizadora, económica y política.

La Misión Jesuita fue una institución fundamental para la congregación de las rancherías nómadas y dispersas, en pueblos comunales, y para la colonización y conquista occidental -espiritual, económica y política-, de las provincias del noroeste de México. La dominación espiritual primero, y económica, después, de los valles Yaqui y Mayo, de la Opatería y de la Alta Pimería fueron, y siguen siendo, su principal testimonio civilizador.

En el aspecto espiritual, se impuso un modo de concebir a la naturaleza, al hombre y a la sociedad, de acuerdo con la Doctrina Cristiana, con un código de valores que tenía una vigencia de quince siglos y traía la impronta decimonónica, cuyos portadores fueron los Padres de la Compañía de Jesús. Su método que ensayaron primeramente Andrés Pérez de Rivas, Pedro Méndez y Tomás Basilio, y posteriormente Kino y demás compañeros, hasta llegar a un centenar, tuvo un éxito que -a nadie se le ocurrirá negarlo- prevalece hasta hoy día.

En el campo económico, se fincaron las estructuras de un modo de producción caracterizado por la propiedad comunal, con instituciones protectoras.

La tenencia de la tierra, del agua, y de los frutos; su destino y lo patrones del trabajo indígena, constituyeron la base económica de estos pueblos de Misiones y los problemas que a ello concernían forman el eje principal para el examen y cambios de índole económica en los Proceso de secularización durante el período de 1768-1850, con motivo de su expulsión hasta la instauración de la forma republicana de gobierno.

Cinthya Radding se pregunta si “en la dimensión etnohistórica, la misión termina por conservar las comunidades indígenas o más bien actúa como instrumento europeizante de las culturas nativas”. “Para comprender la evolución de los pueblos de misión en relación al control sobre la tierra y mano de obra, es menester definir la relación entre la comunidad misional y la hacienda novohispana y mexicana”. (Cinthya Radding. 1979. p. 1, 96 y sig.)

Esteban J. Palomera S.J., en un reciente libro “La obra educativa de los Jesuitas en Guadalajara (1586-1986)”, estudia la historia de la Compañía en México y en particular su aportación a la historia de la educación del país, con énfasis en el Noroeste, hasta las Californias. Después de abrevar en fuentes diversas, como archivos de Europa, de Guadalajara y de la Ciudad de México, emite una visión histórica de 4 siglos. Víctor Hugo Lomelí, en un acto académico opinó sobre este libro:

“El historiador resalta que la obra educativa realizada por la Compañía de Jesús en México, desde su llegada en 1572 hasta el presente, ha sido de grandes proporciones y de enorme trascendencia para la cultura mexicana, aserto valedero e irrefutable partiendo de la labor evangelizadora y educadora que desde aquel último tercio del siglo XVI y, sobre todo durante el XVII llevó a cabo la Compañía por el occidente y el noroeste de México, hasta las Californias”. …”En verdad, la labor educativa y civilizadora de los Jesuitas fue de trascendencia tan enorme que, de no haberse registrado su nefasta expulsión de Carlos III, es muy probable que México nunca hubiera perdido sus territorios del norte, considerando la acción colonizadora tan sólida, junto con la civilización tan profunda, que realizaban los Jesuitas por aquellas latitudes hasta antes de su expulsión”. ( Esteban J. Palomera S.J. 1987, 2-B.)

Respecto a la eficacia educativa de las Misiones Jesuitas, Gerardo Decorme afirma:

“No contentos con la piedad doméstica, iniciaban los Jesuitas a sus jóvenes a la práctica de las obras de beneficencia y los ponían en contacto con las ignorancias, pobrezas, enfermedades y aún lacras del pobre pueblo. Llevábanlos consigo a las plazas y callejones y los ponían a enseñar la doctrina a los niños, a los peones y gente callejera; de allí los conducían al hospital, donde se rozaban con todas las miserias y desamparos; luego a los jacales y covachas donde vivían amontonados y revueltos y presa de males morales, hombres, mujeres y niños sin vestido y sin pan; en fin, a las cárceles infectadas donde se pagaban muchas veces las miserias, ignorancias y desgracias de su estado, más que sus verdaderas culpas. ¿Quién duda de la eficacia educativa de esta vista en jóvenes acomodados, cultos, bien nacidos y sinceramente cristianos? Fruto de este cultivo moral era sin duda el gran número de vocaciones eclesiásticas y religiosas que brotaban en el seno de esta generosa juventud. El atractivo poderoso de hombres de familias muy conocidas e influyentes, que consagraban sus vidas, no al placer, a la ambición o a la vanidad, sino al alivio del prójimo y a la conversión de las almas, tanto en las ciudades como en el campo y en las remotas misiones de bárbaros del Norte, era un imán poderoso para despertar nobles sentimientos en corazones aún no maleados por el mundo. La atmósfera era ciertamente propicia a todos los sacrificios, generosidades y altos ideales. Con razón la Compañía se complacía en esta juventud y la preciaba y se sacrificaba por ella, viendo allí la mina y mejor reserva para el porvenir del país”. (Gerardo Decorme. 1941. p. 242.)

(Continúa)

Héctor Rodríguez Espinoza

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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