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viernes, noviembre 22, 2024

Aquellas escuelas secundarias y preparatorias de la Unison (1942-1973)

Héctor Rodríguez Espinoza
Doctor en Derecho, catedrático desde 1969 del Departamento de Derecho de la Universidad de Sonora. Editorialista y autor de 25 libros de Jurisprudencia y Cultura, Ed. Porrúa y Editorial Académica Española. Expresidente del Consejo de Certificación Barra Sonorense de Abogados. Profesionista distinguido 2013 y 2016.

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Segunda de tres partes

PRÓXIMO ENSAYO. Preparando un ensayo de próxima publicación espero que institucional sobre el tema de esta colaboración, les comparto fragmentos de dos memoriosos ex alumnos de esa época, que simpatizaron con mi propósito y tuvieron la amabilidad de aportarme sus propias, amenas y simpáticas evocaciones y me place compartirles:

III.- C.P. MIGUEL ÁNGEL “CHERO” PAZ CÓRDOVA (+).

La vida estudiantil de aquellos primeros años.

Me la han solicitado, buena idea y brevemente cumplo la petición:

El estudiante por lo general era muy pacífico, bromista, familiar, respetuoso y muy machetero. ¿Por qué? Porque no existían los medios actuales; iniciaba la televisión, la radio no era lo suficiente que nos permitiera incrementar nuestro acervo cultural, el teléfono no bastaba, olvidemos del Internet que tantos problemas resuelve hoy.

Éramos respetuosos de nuestros símbolos patrios, todos los lunes antes de clases nos reuníamos en las escalinatas del edificio principal, frente al asta bandera, para entonar el Himno Nacional, mientras se izaba.

El día del maestro, 15 de mayo, era costumbre sobre todo de los alumnos de la Escuela Normal, dar las mañanitas a los maestros. Qué esperanza que faltásemos con el Profesor Rosalío Moreno, era tradición que nos esperara con un buen y calentito plato de menudo, con su pan birote con mantequilla.

En lo más alto del Hotel Laval (Juárez y Plutarco Elías Calles), la musicóloga Emiliana de Zubeldia nos esperaba con unas heladas cervezas que disfrutábamos en la terraza y acompañados por la luz de las estrellas, podían verse claramente las constelaciones de Orión, la Osa Mayor, la Osa Menor, Escorpión, etc.

Si el General Abelardo Rodríguez viviera, nos daría las gracias por aquellas mañanitas en la Casa de gobierno en Miramar. El Hotel Cama-arena es el mudo testigo de aquellos amaneceres tan alegres.

El deporte que más practicábamos era el beisbol, el softbol, el basquetbol y el atletismo, cuando se hizo cargo el Prof. Miguel Castro Servín.

El primer equipo de que se tiene historia dentro de la universidad fue el que llamamos “los caimanes” en la Liga Juvenil de Hermosillo en 1946: Rubén Peralta, hoy distinguido Doctor, radicado en Tijuana y ejerciendo en San Luis Río Colorado; Rodolfo Ruiz, magnífico jugador y aún mejor como Presidente Municipal de Huatabampo, de donde era oriundo.

En primera fuerza se tuvo un Team en béisbol (Búhos Universitarios), primero que contó con uniforme cedido por el Gobernador Lic. Horacio Sobarzo, por conducto de su hijo del mismo nombre, parte del equipo. Era un joven que nunca había jugado, sin embargo siendo el hijo del gobernador, se le dio cabida en un encuentro con la escuela Saint Maris (High School). Estando al bat el susodicho, sin siquiera tratar de quitarse el golpe, fue alcanzado por la pelota, para recibir la primera base. Estando en ella y ocupada la segunda, el siguiente bateador en la cuenta de 2-1 y sin que nadie se lo ordenara, Horacio se va al robo de la segunda, por lo cual el catcher hizo el tiro a esta posición, pero con tan mala dirección que provocó que el jugador posicionado de la segunda se fuese hasta el home, para ganar el juego. Moraleja: “de repente pega el chicle”.

Y no apartándonos del rey de los deportes, otra anécdota de un joven que anhelaba a toda costa de llegar, sin importar cómo, al equipo de los Búhos. Sabíamos que nunca llegaría a formar parte de tal Team; sin embargo la necesidad por alcanzarlo motivó para correr bromas a sus costillas. Frente al asta bandera, lo hacíamos correr de una distancia de 10 metros, simulando el robo de base, con su respectiva “barrida” que con una cinta métrica mediamos, una y otra vez, para ver si era suficiente. Una de las giras, de las muchas que hacia el equipo, fue a Santa Rosalía, cruzando el Mar de Cortés en un avión tigre volador. La azafata se acerca a mí para ofrecerme un chicle, por el infernal ruido que hacía aquel viejo pájaro volador, pero de inmediato le respondí: “No gracias, no traigo feria.” En este viaje invitamos al prospecto citado: Rodolfo “rudy” Galván. Al estar haciendo su calentamiento el equipo, lo llamamos al montículo para que hiciera algunos lanzamientos al plato y a primera base, en el supuesto de tener corredor en esta posición. Inició por hacer los revires lentos, pero en forma normal. Él era alto, con sus piernas un poco arqueadas. Ante esta complexión, le sugerimos que abriera su compás y entre sus piernas mirara hacia la primera, para ver si el corredor intentara robarse la base, de esta manera lo repitió una y otra vez. Era tanto el deseo de ingresar al equipo, que se prestaba para correr estas bromas. Por supuesto que nunca ingresó al equipo, pero en cambio, qué bueno, magnífico y sobresaliente alumno en matemáticas y un magnífico profesionista al alcanzar el título de Contador Público (+).

Para las bromas éramos muy especiales. En una ocasión se nos acerca Mario Camou para preguntarnos que si no sabíamos de alguien que comprara leña. De inmediato le contestamos que el Profesor Amadeo Hernández, director de la Secundaria, la necesitaba para el uso de la cocina de Luz Martinón. Ni tardo ni perezoso, al siguiente día temprano se presentó con su pickup jeep, lleno de leña de la costa. “Profesor, aquí está la leña para la cocina de repostería.” “Pero joven”, le dice Amadeo, “doña Luz no usa leña, usa gas!”

Al entrar a clases el profesor Jesús “Chuyito” Hernández se encontró en el asiento  de su silla un chile verde, lo toma y pregunta: “¿Quién puso este vegetal en mi asiento?” Se para Gustavo Astiazarán para decirle: “Yo fui profesor.” “Yo creí que había sido Carlos Mario Talamante”, dice el maestro. “Qué pasa profesor”, le dice Mario, “la mía nomás…. mi culpa.” En otra ocasión le pregunta al entonces pasante -hoy licenciado- Rogelio Rendón Duarte (+) en su examen profesional:”¿Qué entendía por Derecho? De inmediato contestó, sin titubeo: “Todo lo que no tiene cheiser.”

Todos los estudiantes y comunidades esperábamos a que llegara el baile del estudiante, 21 de abril, en el Museo y Biblioteca. Me tocó, en suerte, cuando fui presidente de la FEUS, organizar el baile más grande del que se tenga noticia. Ocupamos las dos salas triangulares del segundo piso, frente al monumento del General Rodríguez, a los acordes de las dos grandes orquestas del estado: Manuelito García y hermanos Ureña. Terminado el baile acudíamos con “Miguelón” a saborear un exquisito menudo y a repartir algo de lo recaudado, ya que siempre dejábamos un fondo para posteriores actividades.

También en el salón del Country Club se celebraron algunos bailes, que se suspendieron cuando corrió el rumor que en dicho lugar se había aparecido el diablo.

Otro baile de tradición y arrastre fue el de Agricultura y Ganadería. Sombreros y botas hacían faltan. ¿Y qué pasó con esta tradición? Simplemente se acabó. Recuerdo como si fuese ayer que en su preparación, Humberto Urquídez me prestó su flamante tortuguita, no recuerdo si Ford o Chevrolet más o menos modelo 1930, muy paradito, con el único defecto que el volante tenía mucho juego, de manera que para virar era necesario darle o dos o más vueltas al volante. Debido a este defecto que desconocía, viniendo por la calle Rosales, al tratar de sacar la vuelta a un hoyo, me incrusté de frente ante una camioneta que manejaba un hermano del Dr. Abel Hernández. El carro quedó, haga usted de cuenta, como un acordeón, cuyo diafragma se presenta en su mínima extensión. Como ocupante, gracias a mi flacura, quedé entre el tablero y el asiento, con una cicatriz que la conservo de recuerdo. La Federación de Estudiantes, sin tener dinero por el momento, por mi conducto se presenta ante el joven Urquidez y le dice: “Te compró el carro.” “No, si no lo vendo”, contestó. “Pues ahora tendrás que venderlo, pues lo chocamos y quedó inservible“, le dije. “Entonces tú dirás.” “Pues dame cinco mil pesos”, dijo. Al no tener la cantidad, acudimos ante el Rector Aguirre Palancares, en solicitud de un préstamo. Lo piensa un rato y nos dice: “Hagamos una cosa, señor Paz.” “Dígame, Ingeniero,” contesté. “Vamos a simular una compra-venta de las mesas que son de la Federación. 100 mesas que había mandado a hacer el compañero Rogelio Rendón, quien me antecedió en la presidencia. De esta manera pudimos solventar aquel compromiso y las mesas pasaron a propiedad a la Universidad, los estudiantes que siguieron usándose jamás se dieron cuenta que ya no eran de ellos.

En lo que hoy es Lenguas Extranjeras, Noriega y Galeana, se encontraba la casa del Señor Enrique Save, quien poseía un amplio corral donde criaba gallinas que, además de suministrarle los blanquillos, representaba un mercado clandestino para algunos estudiantes. Recordamos cómo se las ingeniaban Federico Caire y Adolfo Paz para sacar las aves del corral: tiraban varios granos de maíz hacia ellas, pero uno de estos pendía de un delgado y resistente hilo. Cuando el ave tragaba o embullía aquel grano, empezaban los pillos a jalar y después a desplumar, asando o cociendo aquel producto del hurto.

El “batuquito” encargado de la Hemeroteca por algunos años y propietario que fuera de los terrenos colindantes con la primera adquisición tomó de inmediato como buena la oferta de la Universidad por la compra de dichos terrenos, ya que las zanahorias que ahí sembraba eran cosechadas anticipadamente por los secundarianos, cuando estos vegetales apenas tenían el tamaño del dedo meñique. Cosa similar pasó con los otros propietarios cuyas naranjas nunca llegaron a madurar.

Saliéndonos un poquito del tema: ¿Sabe usted desde cuándo no se ve una naranja madura en la plaza Zaragoza? Un año después de que un quince de septiembre 1959 le llovieran los naranjazos al gobernador Álvaro Obregón. De inmediato se organizó un desagravio al Lábaro Patrio, pero nadie le tiró a la bandera.

Creo que corría 1952 cuando se llevó a cabo un concurso de oratoria en el salón de actos del museo y biblioteca. Me tocó escuchar el más florido y extenso discurso en voz del joven Armando Quijada Hernández. Se para ante el respetable auditorio y solemne presídium para iniciar: “Señores del jurado, señores del jurado… Señores del jurado, disculpen pero he olvidado mi discurso.” Hoy aquel joven es un estimado maestro e historiador.

¿Qué clases de piezas oratorias solíamos escuchar en aquellos tiempos? De los labios de Luis Ruiz Vázquez, Virgilio Ríos Aguilera, Francisco Vizcaíno Murray, Roberto Ross Gámez y otros distinguidos alumnos.

El fraternalismo siempre existía entre nosotros, es por ello que, sin pensarlo mucho, se pudo ayudar a la familia del compañero Aurelio Ross Gámez, quien en trágico accidente perdiera la vida en el trayecto Hermosillo a Obregón, de donde era originario. Le obsequiamos una lápida en donde descansan sus restos. El Ing. Norberto Aguirre nos facilitó la camioneta de la Universidad para ir a Obregón: un servidor, Francisco Vizcaíno Murray, José “Caritas” Ávila, José Antonio Olea y Calderón, del mérito Sahuaripa.

“Tere” Dávila nunca dejará de llamar cobarde a Rubén Peralta, aquel médico del cual ya hicimos referencia, por aquel acto en que la abandonó estando de novios y presenciando una película en el cine Noriega (Obregón y Garmendia), cuando un conato de incendio provocó, cual si se tratara de ganado, una estampida, donde el primero que salió fue Rubén, sin acordarse de su pareja. Jamás se volvieron a ver. ¡Qué joven, hoy doctor, tan cobarde!

Si alguien me faltó, pido mil disculpas.

Conmino a los aguiluchos del saber del ayer, hoy y mañana a que el espíritu y la unión sigan fecundando el esfuerzo para que, con el saber de los hijos de la Universidad de Sonora, alcance plenamente su grandeza!

Verano del 2004.

(Continúa).

Héctor Rodríguez Espinoza

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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