El objetivo de este artículo es presentar los efectos psicológicos reflejados en la salud mental derivados de la violencia e inseguridad psicosocial, por lo tanto la violencia representa un reto importante no solo para las instituciones del Estado, sino también para las de salud y educación al considerarse una de las principales fuentes de problemas o enfermedades que afectan la salud mental, tales como la depresión, el trastorno de estrés postraumático y los cambios severos en el estado de ánimo, entre muchos otros, no es gratuita la necesidad de atender el fenómeno de la violencia como un problema de salud pública.
La inseguridad ciudadana afecta la estabilidad psicológica, tanto de las víctimas directas como de las víctimas indirectas de la violencia social delincuencial, afectando mayoritariamente a quienes viven en las ciudades, así como en los pueblos y áreas rurales, produciendo que los estilos de vida de los habitantes se vean alterados con el fin de adaptarse a las condiciones de inseguridad que perciben.
En Sonora los actos violentos se viven con distinta intensidad de acuerdo con el grupo social al que se pertenece. Los problemas socioeconómicos que arrastra la entidad, la dispersión demográfica, la ingobernabilidad, la impunidad, las actividades derivadas del crimen organizado y la violación de los derechos humanos han acentuado la vivencia cotidiana de los actos violentos; algunos experimentados de manera general en la entidad, y otros focalizados en algunos municipios. La violencia no nada más genera violencia sino costos importantes para el Estado, sus instituciones y la población en su conjunto; no obstante, los costos sociales han sido soslayados con frecuencia, por lo que difícilmente se tiene una noción clara de los problemas relativos a la salud física y mental de las personas. Desde la academia, se puede intentar comprender la complejidad del fenómeno esclareciendo los elementos que hacen que ciertas personas se impliquen con mayor intensidad y frecuencia en actos violentos, y las razones de que algunas exhiban una mayor vulnerabilidad ante esos actos que otras.
La inseguridad, como ya lo he mencionado, constituye uno de los grandes problemas en nuestro Estado; manifestándose en dos formas:
La primera: La inseguridad que vive la población, agobiada por el aumento de los delitos, y la segunda: Relacionada con el auge del narcotráfico y delitos relacionados. De acuerdo a datos obtenidos de diferentes fuentes, entre ellas de la asociación “Hermosillo, como vamos” reporta Según la Encuesta de Percepción Ciudadana 2020, la inseguridad y violencia se sitúa nuevamente como la mayor problemática existente en la ciudad de Hermosillo, Sonora con un 22.3%, aunque la drogadicción se ubica bastante cerca con un 21.4% de los encuestados, lo cual bien merece estudios de correlación estadística para demostrar el circulo de inseguridad entre violencia y drogadicción.
Lamentablemente la inseguridad se ha convertido en un problema social, público y gubernamental no nada más en Sonora sino en México, donde las políticas de prevención han sido ineficaces para reducirla y fundamentalmente evitarla.
La violencia y la crueldad de los conflictos que se viven en nuestro estado hoy día se asocian a diversos problemas psíquicos y comportamentales, como depresión y ansiedad, conducta suicida, abuso de alcohol y trastornos por estrés postraumático. Esto a su vez se puede manifestar en forma de comportamientos alterados y antisociales, como conflictos familiares y agresiones a otras personas y así mismo como la propia auto-desestructuración cognitiva (miedo) de buena parte de los ciudadanos sonorenses.
En México de acuerdo con datos de la OMS (2016) “afirma que una tercera parte de las mujeres adultas con antecedentes de abuso sexual exhibían alguna forma de trastorno psiquiátrico, de las cuales 15% tenía antecedentes de violencia física por parte de su pareja; asimismo, las mujeres que vivían en contextos violentos mostraban un mayor riesgo de sufrir trastornos psicosomáticos y del sueño, depresión, consumo de tabaco y algunos problemas de conducta, tales como robo y conductas agresivas. En el mismo estudio, dicha organización reveló que los niños que viven en entornos de violencia tienen una mayor probabilidad de cometer suicidio en la vida adulta, coincidiendo lo anterior con lo encontrado en México por Medina-Mora y Villatoro (2005) del Instituto de Psiquiatría de la Universidad autónoma de México quienes reportaron que la exposición a la violencia y la inseguridad social también se refleja en un incremento importante de los índices de suicidio entre los jóvenes, principalmente los de zonas urbanas”
Continuará…. (segunda parte)
Sergio Oliver Burruel
*Academico UNISON, Presidente de la Asociacion sonorense de psicologia aplicada (ASPA)