“No se debe confundir la verdad con la opinión de la mayoría” (Jean Cocteau).
Ante la incertidumbre que sirve de escenario tanto económico como político en el estado (y el país, y el continente, y el mundo), muchos optamos por revisar la prensa online, por aquello de los contagios, en busca de la información del día.
Buscamos abrevar en la fuente informativa actualizada al minuto porque camarón que se duerme se lo lleva el coronavirus, así que una revisión rápida forma parte del quehacer cotidiano de muchos habitantes de este deshidratado pueblo que buscan saber si va a llover, si la vacuna funciona, si el número de contagios sube, baja o se mantiene estable, si la colonia donde viven es de las más peligrosas.
Las pesquisas arrojan resultados de difícil procesamiento, habida cuenta la enormidad del pastel informativo, la multiplicidad de las fuentes y la amplitud del abanico editorial: algunos nos informan, otros nos desinforman, aquéllos nos atemorizan, éstos nos despistan y no faltan los que juegan a manipularnos. Aquí se impone la calma, la prudencia y algo de sentido del humor.
Cada día nos enteramos del número de muertos y contagiados por el virus de moda; cada hora puede haber un giro informativo sobre la trayectoria de un fenómeno que, dicen, “llegó para quedarse”: la epidemia avanza sobre la faz de la tierra y hay períodos de remisión seguidos de repuntes en el subibaja de la morbimortalidad.
Un día se abre la actividad comercial y de servicios para a los pocos volver a restringir sus operaciones; se genera empleo precario mientras que se cierran o reducen fuentes de trabajo formales; se aplican medidas de prevención de contagios y, en otro momento, se relajan las prevenciones.
En este subir y bajar semanal o quincenal surgen voces de protesta, de rebeldía ciudadana, de comodidades afectadas y derechos conculcados por exigencias de la coyuntura: “Qué abran las guarderías”, “que se amplíen los horarios”, “que nos dejen trabajar”, “que abran las escuelas con las medidas sanitarias del caso”, entre otras.
Al parecer, la economía y la educación riñen con la salud, disputan su espacio o, cuando menos, cuestionan sus decisiones. ¿Se abren los negocios a horario completo respetando (sic) los “protocolos” de Salud? ¿Los contagios se dan en otra parte y no en los negocios afiliados a la Canaco, Canacope, Canirac o alguna otra benemérita organización empresarial?
¿Dentro de los locales empresariales no hay proximidad e interacción riesgosa de personas que ni se conocen? ¿Los tapetes “sanitizantes”, los chorros de gel al entrar, además del consabido cubrebocas bastan? Mucho “protocolo” y, sin embargo, siguen los contagios.
¿La educación va a ir de acuerdo con el color del semáforo de riesgos? ¿Se aprovecha lo mismo en el modo presencial o con plataformas educativas? ¿Estamos condenando a una generación a ser analfabetas funcionales pero buenos en el uso de gifs y emoticones? ¿No es tiempo de reinventar la forma de educar?
Las preguntas anteriores solamente son para efecto de ilustrar algo de lo mucho que se dice y que nadie puede asegurar que tiene la respuesta correcta.
La búsqueda informativa ocurre en las redes sociales de manera muy intensa, porque vemos Facebook, Twitter, WhatsApp plagados de noticias, comentarios y rumores que lo mismo se centran en los muertos del coronavirus que en el costo de las vacunas, o en las erráticas pistas del origen del virus. ¿Es producto de una mutación natural? ¿Lo modificaron los chinos de la mano de los gringos que financian el laboratorio de Wuhan? ¿Es un experimento fallido ocurrido en busca de una vacuna contra el VIH? ¿Es cosa de otro mundo? ¿Una maldición gitana? ¿Un castigo divino?
Si la vacunación avanza, ¿Por qué lo hace también el número de contagios, en olas inacabables? ¿Se establecerá oficialmente la necesidad de aplicar más de dos dosis de vacuna mientras se desgastan las hipótesis y explicaciones científicas actuales sobre la naturaleza del virus y la forma de prevenir su contagio?
¿El mundo está preparado para un cambio radical en la forma de producción y distribución de alimentos y medicinas? En todo caso, ¿la única salida es el aislamiento y la utilización de plataformas informáticas?
Lo que parece necesario es reconsiderar la relación de la humanidad con la naturaleza bajo el supuesto de que los recursos y su sostenibilidad son limitados, por lo que no deben estar sujetos al capricho de particulares, sean empresas o personas, y que no es el Mercado sino el Estado quien debe proveer y velar por la seguridad y el bienestar general de la sociedad, en el marco de leyes que garanticen el bien común.
Desde luego, en esta discusión lo que suele predominar es el egoísmo, la mala leche del que descalifica a quienes opinan de manera distinta, los estragos de una mala educación centrada en la autocomplacencia y en la idea de que el éxito consiste en servirse de los demás para satisfacer las mezquindades personales, y aquí vale aclarar que no se trata de que no haya ricos sino de que no haya pobres.
Lo anterior es claro: ¿Cómo se puede esperar solidaridad entre personas incapaces de pasar del “yo” al “nosotros”? ¿Cómo se puede esperar generosidad y apoyo entre desiguales si se sostienen y profundizan las diferencias?
¿La epidemia hará posible que reflexionemos sobre lo que es verdaderamente importante: el enriquecimiento de las empresas y los complejos financiero-militares, o la vida humana protegida y desarrollada en armonía con la naturaleza? Podría… pero no somos así.
José Darío Arredondo López