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miércoles, noviembre 27, 2024

CNDH guardaba testimonios de migrantes víctimas de violaciones, extorsiones y agresiones en México

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Secuestros masivos y extorsiones, lo mismo a manos de grupos armados que de servidores públicos. Cuerpos policiales capturan a migrantes y los entregan al crimen organizado. Familias aterrorizadas que miran cómo sus compañeros de tránsito hacia Estados Unidos son torturados hasta sacar el número de teléfono de alguien que pueda pagar por ellos.

Son escenas de lo que personas migrantes han vivido en México cada día de los últimos dos años, en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, y que la actual Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) se ha encargado de silenciar y ocultar.

El asesinato de 19 migrantes ocurrido el pasado 24 de enero en Camargo, Tamaulipas, es solo el último ejemplo de una larga historia de violaciones a los derechos humanos de quienes van en ruta hacia Estados Unidos. 

Pero esta violencia no es un hecho aislado.

Entre septiembre de 2019 y febrero del año pasado, la CNDH elaboró 32 documentos con testimonios que narran torturas, amputaciones, violaciones, y asesinatos de personas migrantes, entre las que habría mujeres, niños, niñas y adolescentes. En las agresiones estuvieron involucrados integrantes del crimen organizado, pero también funcionarios estatales y federales de la policía, según el relato de las víctimas. 

Los documentos a los que Animal Político tuvo acceso muestran que los testimonios fueron tomados por la CNDH en seis estaciones migratorias y estancias provisionales de detención, así como en 12 albergues de la sociedad civil en el norte, centro y el sur del país. 

Y que las autoridades actuales de la CNDH tienen pleno conocimiento de los casos.

La propia titular de la Comisión, Rosario Piedra Ibarra, recibió por escrito el 20 de noviembre de 2019, tan solo cuatro días después de asumir el cargo, copia de los testimonios de agresiones a migrantes recabados entre el 24 y 26 de septiembre en Tapachula y en Arriaga, en la frontera sur de México. Así lo prueba el oficio OF/TAP/573/2019, elaborado por la Oficina Foránea de la CNDH en Tapachula. 

El 4 de febrero de 2020, Elizabeth Lara Rodríguez, la nueva directora general de la Quinta Visitaduría, recibió copia del oficio SE/DOI/0140/20, elaborado por la directora de Organismos Internacionales de la CNDH, Ángeles Corte. En el escrito, que este medio obtuvo por transparencia pública, se expone que Médicos Sin Fronteras informó del secuestro de 11 jóvenes hondureños que fueron agredidos “física y sexualmente” en Tabasco, advirtiendo, además, que “los métodos de tortura” y “la violencia” contra los migrantes en la zona “no son aislados”.

El 13 de mayo de 2020, la Dirección General de la Quinta Visitaduría también recibió por escrito una nota informativa de personal de la propia CNDH, donde se advierte que las agresiones y secuestros de migrantes en el país siguen sucediendo con los mismos niveles de violencia que hace una década, cuando la Comisión publicó en 2009 y 2011 sendos informes especiales sobre agresiones sistemáticas a migrantes en México. 

A pesar de lo anterior, la CNDH ha optado por mantener oculta la información por más de un año, y no dar a conocer públicamente estas violaciones. No lo ha hecho en comunicados, ni en recomendaciones, ni en un informe especial. Ni siquiera hizo mención a un solo caso de secuestros de migrantes en el primer informe de actividades de Rosario Piedra al frente de la CNDH, el pasado 20 de noviembre. 

La CNDH, incluso, clasificó como información “reservada” los testimonios, alegando que transparentarlos pondría en riesgo la vida de los migrantes, a pesar de que esos testimonios son anónimos; es decir, no incluyen nombres, ni direcciones, ni ningún otro dato personal de la víctima, salvo la nacionalidad, y la fecha y el lugar donde fueron recabados los casos. 

Mientras la CNDH reserva la información, el presidente Andrés Manuel López Obrador insiste que, en su gestión, “ya no se violan los derechos humanos de los migrantes”. Aunque los testimonios silenciados por el órgano autónomo lo contradicen. 

“En el lugar donde nos encerraron había cadáveres de niños y adultos regados por el piso”, relató uno de los migrantes entrevistados por la CNDH en un albergue de Tijuana, Baja California.

“Nos hicieron caminar por el monte hasta una cañera, y ahí nos robaron todo. Nos golpearon y nos pidieron los números de nuestros familiares. Mis sobrinos dieron el número de mi hermana, su mamá, porque estaban espantados. Empezaron a golpear fuerte a mis sobrinos para que su mamá escuchara los gritos mientras le pedían el rescate. Mi hermana terminó pagando tres mil dólares por nosotros”, dijo otro migrante hondureño en un albergue en Tenosique, Tabasco.

“Me pegaban con las manos en la nuca y en las piernas con un garrote repetidamente para sacarme información. Me amarraron toda la noche y marcaban de mi teléfono a mis contactos para torturarlos y exigirles dinero para no matarme”, relató un guatemalteco en un albergue en Torreón, Coahuila. 

Desde el pasado 7 de enero, Animal Político ha buscado hasta en cuatro ocasiones a la CNDH para conocer su postura. 

Si bien no concedió entrevista, la CNDH envió el 8 de enero un resumen de 44 comunicados de prensa con diversas recomendaciones emitidas en defensa de migrantes. No obstante, ninguna de esas recomendaciones está relacionada con los casos de secuestros masivos.

Este mismo lunes 1 de febrero, ante la insistencia de este medio en obtener una entrevista, la CNDH envió otro escrito en el que, por medio de cuatro puntos que puedes leer íntegros aquí, defiende su labor de protección a migrantes, señalando que realiza visitas periódicas tanto a estaciones migratorias, como a albergues de la sociedad civil. 

Además, apuntó que en 2020 emitió 10 recomendaciones al estado mexicano por violaciones de derechos humanos a migrantes. Y aseguró que actualmente se encuentra realizando un “análisis” para “evaluar las capacidades institucionales del Estado mexicano para cumplir con los derechos” de los migrantes, “a fin de exhortar a que se fortalezcan las instituciones que deben atender a las personas (migrantes)”, tanto a las que son víctimas de secuestro, como a quienes viajan en caravanas, solicitantes de asilo, etcétera.

Sin embargo, la CNDH tampoco explicó en este último escrito por qué no ha dado a conocer los testimonios de secuestros masivos, de los que, a continuación, se revela una muestra.

 Este es el México al que decenas de miles de migrantes se enfrentan a diario, la situación que la CNDH ha mantenido oculta.

“Ya no recuerdo cuántas veces ni cuántos me violaron”

País de origen: Honduras

Fecha y lugar donde la CNDH tomó el testimonio: 1 octubre 2019, Santa Catarina, Nuevo León

“Tuve que huir de mi país con seis meses de embarazo porque el marero con el que vivía ya tenía vendido a mi hijo cuando naciera. 

Llegando al municipio de Vanegas, cerca de San Luis Potosí, unos policías municipales subieron al camión donde viajaba y me quitaron el dinero. Después me entregaron a otras personas con uniforme oscuro con un mapa de México en la parte alta de la manga. Ellos me llevaron a otro lugar donde había otras ocho mujeres. Supe que era un secuestro porque nos obligaban a hablarles a nuestros familiares y a pedir dinero por nuestras vidas. 

Practicaban el snuff: violaban a una entre todos mientras la acuchillaban. Yo recuerdo ver pedazos de cuerpos y a ellos masturbándose. Nos pegaban y violaban en repetidas ocasiones. Ya no recuerdo cuántas veces ni cuántos me violaron porque casi siempre me desmayaba. Les imploraba para que pararan, pero no servía de nada. Al contrario, me hacían más daño. Me decían que me matarían si gritaba.

Enfrente de mí mataron a algunas mujeres. Nos trataban como si fuéramos sus juguetes eróticos. Por mí pagaron 850 dólares. 

Por las armas y las claves que utilizaban para hablar, casi puedo asegurar que eran policías los que me secuestraron. Salí de ahí totalmente perdida, humillada, golpeada, hinchada y desmoralizada. Tuve que acogerme a un programa de protección de víctimas. He tardado mucho en poder recuperar mi vida. 

Me tocó recorrer mucho y vivir muy malas experiencias en México. Mi hija tuvo que nacer en México, y nació bien gracias a los cuidados que me dieron en el albergue”.

“Éramos 75 en cada casa de seguridad. Pedían 5 mil 500 dólares por cada uno”

País de origen: Guatemala

Fecha y lugar donde la CNDH tomó el testimonio: 25 septiembre 2019,  Huixtla, Chiapas

“Esto fue el 15 de febrero de 2019, cuando entré por la Mesilla con 50 personas y un pollero. Llegamos a Villahermosa (Tabasco) y ahí nos reunimos con más gente. Éramos en total alrededor de 425 personas. A todos nos metieron en tráileres.

Recuerdo que salimos un martes por la noche. Como llevaba mi celular, el jueves me di cuenta por el GPS de que estábamos en Altamira, Tamaulipas. Ahí de repente el tráiler se paró. Abrieron las puertas y aparecieron muchos hombres armados. Nos bajaron y nos metieron a otro camión sin techo, de esos donde llevan ganado. En el mío íbamos como 70 hombres. Todos hacinados. 

Tardamos alrededor de seis horas en llegar a Heroica Matamoros (Tamaulipas). Ahí, nos quitaron los teléfonos y el dinero que cargábamos, y nos metieron en diferentes casas pequeñas. Éramos como 75 por casa. Todas bien encerradas. Luego nos dijeron que nos iban a cruzar (a Estados Unidos), pero querían antes 5 mil 500 dólares por cada uno. Creo que eran los del Cártel del Golfo. Gente muy violenta, bien armada, y con chalecos antibalas, gorros, y pasamontañas. 

Fue un secuestro muy grande, de ahí que las autoridades se dieron cuenta. Yo pienso que les pusieron el dedo y el domingo en la noche llegaron los de la Marina a rescatarnos. Pero los del cártel tienen gente en cada esquina que les informa, y por eso siempre encuentran la manera de escaparse. Nunca los agarran. 

(Las autoridades) nos llevaron a un albergue. Estuvimos tres días en el refugio y luego nos llevaron a la estación migratoria Siglo XXI (de Tapachula, Chiapas). Allí, al ingresar, el personal te dice: ‘Bienvenido al infierno’. 

Me devolvieron a mi país el 1 de marzo de 2019. Pero volví a intentar cruzar en septiembre de ese mismo año. Le pagué 25 mil quetzales a un pollero por dejarme en la frontera y me volvieron a agarrar. Ahora estoy detenido en Huixtla (Chiapas) y me van a deportar otra vez. 

México cuesta cruzarlo. Dejas mucho dinero aquí y ni así logras llegar a tu destino”. 

“Me secuestró la policía” 

País de origen: Honduras

Fecha y lugar donde la CNDH tomó el testimonio: 24 septiembre 2019, Tapachula, Chiapas-

“En junio de 2019, entré con cuatro amigos por La Mesilla (frontera sur entre Guatemala y México). Un día íbamos caminando cerca de un retén por San Cristóbal (Chiapas) y nos detuvieron unos agentes uniformados y armados. De repente, levantaron el retén, nos subieron a una patrulla, y nos llevaron a una estación de policía muy cerca del retén. Estacionaron la patrulla y nos dejaron ahí adentro. 

Luego, uno de los agentes llegó y nos dijo: “Si quieren salir libres tienen que pagar 60 mil pesos o los entregamos a Migración”. 

Nos exigieron números de contacto y nos obligaron a hablarle a nuestras familias para pedirles que les hicieran los depósitos a cuentas de otras personas. Nos retuvieron más de un día y medio adentro de la patrulla. Sin comer, sin beber, y con amenazas y maltratos. Entre ellos se turnaron para cuidarnos hasta que nuestras familias negociaron con ellos, les depositaron el dinero, y nos dejaron ir. 

No sé qué tipo de agentes eran. Pero yo creo que eran de la policía estatal por lo cerca que estaba su estación del retén que improvisaron. 

En mi país también corro peligro. Lo único que busco es poder trabajar”. 

“Me cortaron el dedo meñique”

País de origen: Nicaragua

Fecha y lugar donde la CNDH tomó el testimonio: 26 septiembre 2019, Tapachula, Chiapas.

“Salí de mi país, Nicaragua, porque quería llegar a Estados Unidos para buscar el famoso sueño americano. 

En noviembre del 2018 entré a México por el río Suchiate (Chiapas). Viajé a veces en tren, otras en bus, y también caminé mucho. Así logré llegar hasta San Luis Potosí. 

En ese lugar fui secuestrado por un grupo de cuatro personas armadas. Me llevaron a una casa donde había otros tres hombres, dos mujeres, y un niño. A todos nos preguntaron si teníamos familiares para pedir rescate. Como les dije que no, me mandaron a otro cuarto con otros que estaban igual que yo. 

Me torturaron para que hablara y les diera el número de un familiar. Pero no lo hice porque mi única familia es mi esposa y mis dos hijos que están en Nicaragua. Y ellos no tienen dinero. Por eso me voy a los Estados Unidos. Así que, como no hablé, me cortaron el dedo meñique de la mano derecha. 

Después de cinco días de estar encerrado, una noche, mientras los cuidadores estaban distraídos golpeando a los nuevos, logré escaparme con otros tres migrantes. Corrimos hasta que amaneció y llegamos a una ranchería donde nos regalaron agua y comida. 

Decidimos no denunciar porque temíamos por nuestras vidas, así que avanzamos rumbo a Tamaulipas, hasta que en el trayecto nos agarró migración. A mí me regresó a mi país. Sin embargo, aquí ando de nuevo. Haciendo la lucha otra vez”.

“Ellos nos gritaban: “cállate, o te matamos a ti y a tu hijo”

País de origen: Honduras

Fecha y lugar donde la CNDH tomó el testimonio: 3 octubre 2019, Tijuana, Baja California.

“Mi madre salió de Honduras en 2017, para buscar un mejor futuro en Estados Unidos. Al día de hoy no sabemos qué fue de ella. No sabemos si está desaparecida, muerta o secuestrada en algún lugar de México.

Allá en mi país no hay trabajo y a uno ya no le alcanza para sobrevivir. La violencia se ha vuelto insoportable, por lo que decidí irme el 13 de mayo de 2019, con la ilusión de volver a ver a mi madre y darle una mejor vida a mi hijo.

Salí con seis mujeres, cada una traíamos a un hijo. Entramos por Frontera, Tabasco. El pollero nos subía a los buses como si nada. Él pagaba los boletos y se sentaba en el asiento delantero; teníamos que estar atentas para que no se escapara.

El 1 de junio veníamos avanzando, yo estaba medio dormida, cuando de repente sentí que el bus paró abruptamente. Abrí los ojos y vi como subieron unos hombres cargando armas muy grandes en las manos y otras en las piernas, con chalecos antibalas y encapuchados. Nos hablaban muy fuerte y ponían sus armas en nuestra cabeza.

Cuando nos bajaron no nos dieron tiempo de nada. Antes de que me cubriera la cabeza, pude ver que había muchas camionetas y miré que había policías. Lo sé por el traje color negro. Sólo nos bajaron a las seis mujeres con nuestros hijos.

Nos llevaron en tres camionetas con la cabeza agachada y siempre cubierta. Mi hijo venía conmigo temblando y llorando. Yo le decía: “vamos a salir de esto”. Pero ellos nos gritaban: “cállate, o te matamos a ti y a tu hijo”. Creo que nos llevaron a una casa muy lejos, porque nos agarran en la mañana y llegamos ya de noche. Yo digo que ocurrió en Veracruz, porque vi un rótulo en el camino antes de que nos secuestraran. Lo más duro fue cuando me quitaron el gorro. Pude ver que había mucha gente, en ese momento pensé que podía encontrar a mi mamá.

Me quitaron todas mis pertenencias. Ahí vi cómo torturaban a varones dándoles “chavelazos” con una raqueta de fierro, muy pesada; les pegaban fuertísimo mientras les decían: “habla con tu familia, queremos respuesta hoy mismo”. Nunca había visto ni oído eso.

Nos pedían mucho dinero. No podíamos llorar porque el jefe se molestaba. En la casa que yo estaba había como 45 personas torturadas, atada de pies a cabeza, se escuchaban balazos a cada momento, la gente estaba tirada en el suelo. En una ocasión pude escuchar a un hombre que mientras golpeaba decía: “mira, quiero un rancho o 50 mil dólares”. 

La casa en la que estaba tenía cuatro cuartos. Un día pude ver por un ventanal que alrededor había casas bonitas, era como una colonia. Los torturados gritaban: “regálenme agua, me estoy asfixiando”.

A las mujeres nos ponían a cocinar y a fregar. En las noches, los que nos cuidaban se juntaban para drogarse, se meten una bolsita con polvo blanco en la nariz. Escogían a las mujeres que les gustaban para meterlas en un cuarto donde entraban unos y salían otros para abusar de ellas repetidamente.

Por las noches siempre había puras “humasonas”, ¡mucho humo! Sólo una vez me dieron oportunidad de hablar con mi hermana mientras me apuntaban un arma sobre mi cabeza, diciéndome: “no vas a llorar, ni a decir nada, sólo le vas a decir que necesitas 20 mil dólares. También dile que se porte bien porque nosotros controlamos México y nos enteramos de todo, hasta en Honduras sabemos todo”. De nada sirvió porque ellos le hablaban y le decían: “está rica tu hermana, la hago mujer cada que yo quiero y el niño se va a morir”.

Le hablaban cada dos días. Logró juntar 100 mil lempiras (algo más de 80 mil pesos) y le dijeron que viera la forma de mandar el resto. Ellos me decían: “nunca te vas a ir de aquí, te vas a quedar a trabajar con nosotros”.

Yo estaba desesperada hasta que supe que Dios existía por la respuesta que me dio. Desde que llegué me di cuenta cómo uno de los sicarios no me dejaba de mirar. Un día se me acercó y me dijo: “tú estás galana, quédate conmigo. Yo te arreglo papeles, no te va a faltar nada”. Noté que era hondureño. Le dije: “Soy mujer de pueblo y estoy casada”. Pasaron más días y se me volvió a acercar diciendo: “me caes bien, no te pongas triste. Vas a salir de aquí”. Le contesté: “¿cómo? Mira alrededor cuántos hay aquí”. Me dijo: “así como te agarraron, a mí me secuestraron hace 10 años. No quiero estar aquí, pero ya saben todo sobre mi familia en Honduras. Estoy obligado con ellos, no me pagan mal y ese dinero se los puedo enviar. Si yo me logro escapar tendría que buscar la forma de que mi familia huyera o los matarían. Tantos secuestrados han pasado por aquí que quizás hasta en Estados Unidos me encontrarían”.

Ya llevaba ocho días en esa casa. A mí no me hicieron nada, pero sólo nos daban de comer dos veces al día. Muchas veces se les olvidaba. De repente, una mañana me llegó el hondureño y me dijo: “te voy a ayudar a escapar, me la estoy rifando porque me pueden matar. Vas al baño y te subes a la camioneta”.

Agarré a mi hijo y me fui, nos hizo agacharnos y taparnos la cara. Llevaba la pistola cerca del timón y no nos dejaba quitar el gorro. Dijo: “¡Con el cartel de los Zetas no se juega!” Cuando llegamos a una calle pavimentada dijo: “bájate rápido, me dio 500 pesos y me dijo agarra el primer bus que pase”. Eso hice y cuando me bajé en una terminal vi que decía Cárdenas.

Ya era mitad de julio, una señora me dejó hablar y nos dio posada. De ahí me entregué en Reynosa y me mandaron a San Diego. Me deportaron a Tijuana el 26 de julio. Estando aquí decidí acudir a la fiscalía para levantar una denuncia sobre mi secuestro, se me negó en la FGR, diciéndome que fuera a la Procuraduría General del Estado. Fui y señalaron que no eran competentes, ya que los hechos habían ocurrido en otro estado, por lo que me recomendaron volver a ese estado para poder presentar mi denuncia.

Por obvias razones me es imposible hacerlo, y cada día que pasa tengo más miedo y me siento totalmente vulnerable. Es increíble ver cómo el crimen son todos, que pasa todo y no pasa nada. A nadie pareciera importarle el dolor humano. Mi hijo está muy lastimado. Ya no supe nada de las mujeres con las que salí. Hay muchas víctimas migrantes en el camino. En el año 2010, muchos de los 72 muertos eran de mi municipio. Aquí en el albergue han secuestrado muchos, pero nadie quiere hablar”.

“La policía municipal nos entregó al CJNG”

País de origen: Honduras

Fecha y lugar donde la CNDH tomó el testimonio: 27 de febrero, CDMX.

Iba en un camión de pasajeros de Acayucan, Veracruz. Todos los que íbamos ahí éramos migrantes, solo que unos parece que ya habían pagado al cártel para pasar y otros, como nosotros, pues no.

Ahí conocí a otros compañeros que también fueron secuestrados conmigo, ellos son de Guatemala. Iban también en ese camión.

Saliendo de Acayucan nos topamos con un retén de policías municipales. Detuvieron el camión y, fue raro, porque nos buscaron justo a los que veníamos viajando sin pollero. Como que a todos los demás ya los tenían bien marcados.

Nos bajaron del camión, a los dos de Guatemala, a mí, y a otros dos que no supe de dónde eran. No subieron a una patrulla de ellos, de la Policía Municipal, y nos dijeron que nos llevarían a Migración, pero todo eso fue mentira porque nos llevaron directo a una casa de seguridad y nos entregaron con gente del cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG).

Nos recibieron como 12 personas armadas hasta los dientes, andaban 45 mm, 9 mm, M16 y pistolas manuales. Parecían mexicanos. No se cubrían la cara ni nada, se ve que estaban bien de acuerdo con toda la policía de ahí. Muchos de ellos traían gorras rojas, pero también andaban unos con gorras negras o azules que tenían bordadas las letras CJNG.

Nos amenazaron de muerte y nos quitaron nuestros teléfonos celulares. Ya que tuvieron nuestras claves para desbloquearlos, de ahí sacaron los contactos de nuestros familiares para empezar a extorsionarlos. De inicio a mi familia le sacaron mil 500 (dólares) para que no me hicieran daño, y después otros 2 mil para soltarme.

De los cinco que entramos al mismo tiempo, los familiares de tres pagaron el rescate, pero de los otros dos no sabemos qué habrá pasado.

Esto sucedió el 8 de febrero, ahí nos tuvieron hasta el 10 de febrero que nos soltaron por la tarde, después de hacer el segundo cobro. 

Cuando llegamos había otros dos secuestrados en ese lugar, y cuando nos estaban sacando ya venían con otro grupo de 10 personas, todos migrantes. Incluso, se veía a una mujer con su hijo como de seis años, y también llevaban a un chamaco que viajaba solo. Se veía como de unos 14 o 15 años.

Mientras nos alistaban para sacarnos, vimos cómo empezaban a torturar a los que acababan de llegar porque no querían dar los teléfonos de sus familiares. Les quitaban la ropa y empezaban a “tablearlos” (pegarles con unas tablas), ahí frente a todos los que estábamos. También agarraban un plástico largo y les pegaban en la espalda, como si fuera una especie de látigo. Les estaban preguntando si traían pollero en el momento en el que nos estaban subiendo al coche.

El coche era un Volkswagen Jetta blanco. Ahí iba el chofer y el copiloto, los dos bien armados. Uno manejaba y el otro nos llevaba agachados y nos apuntaba con un arma en la nuca, nos decía que si mirábamos tantito nos mataba. Nos dejaron cerca de la estación de autobuses, donde los estaba esperando otro que se suponía también que era de ellos.

Después nos enteramos de que habían cobrado otros dos mil (dólares) a nuestras familias, supuestamente para que el pollero nos llevara a Estados Unidos. Pero eso fue otro engaño, sólo nos subieron a otro camión rumbo a Saltillo.

Y ahí es donde nos agarraron, en un retén de migración. Pero al pollero lo soltaron porque decían que tenía papeles mexicanos. 

Al final le quitaron a mi familia 5 mil 500 dólares. Ya me quiero regresar a mi casa, no quiero saber nada de este país.

“Me metieron en una bodega donde tenían secuestradas a otras 100 personas”

País de origen: Cuba

Fecha y lugar donde la CNDH tomó el testimonio: 6 de septiembre, CDMX.

“Salí de Cuba el 8 de junio de este año (2020), en avión, con destino a Panamá. De ahí empecé a moverme en autobús. Crucé todo Centroamérica hasta llegar a la frontera entre Guatemala y México. Durante este tramo no tuve problemas reales, solamente un par de retenes militares en Honduras donde me quitaron 30 y $40, respectivamente.

En Chiapas tomé un camión directo a Puebla, donde me estarían esperando para llevarme hasta la frontera con Estados Unidos. Una hermana mía iba pagando lo del viaje a las personas que me llevaban.

Fue como a la una de la mañana que el camión se detuvo, ya estábamos en el estado de Puebla, pero aún no llegamos a la ciudad. En alguna parte de la autopista, un grupo de 10 o 12 personas vestidas como policías detuvo el camión de pasajeros. Ahí me quitaron 1 mil 500 dólares, que es todo lo que traía.

Todo ese camión estaba lleno de migrantes, algunos cubanos, pero la gran mayoría centroamericanos. Después de mí, agarraron a tres guatemaltecos que no quisieron dar dinero e intentaron escaparse, pero ahí mismo los mataron. Les pegaron un tiro en la cabeza, ahí, enfrente de mí. Mientras hacían los cuerpos a un lado, otro cubano y yo logramos echarnos a correr en el monte y nos escapamos.

Agarramos rumbos distintos, pero después de dos días metidos ahí entre los árboles nos encontramos. Fue como si fuera un milagro. Antes de reencontrarme con el otro cubano, estuve durmiendo entre los árboles, sin probar una gota de agua ni comer absolutamente nada.

Mira, yo me pongo nervioso hablando de esto, ya me están comenzando a temblar las manos.

Te voy a contar algo, sólo lo sabe mi esposa que está en Cuba porque yo le conté, y la psicóloga que me estaba atendiendo en este lugar. Yo tuve un ataque de pánico después de que logré escapar, no recuerdo muchas cosas, sólo que cuando volví a la realidad, yo me había cagado y orinado en los pantalones. Aún ya a salvo en este lugar, continúo con problemas de incontinencia provocados por el miedo, por el terror de las cosas que yo presencié.

Cuando me encontré con el otro cubano en el monte, estábamos cerca de un lugar que creo que se llama charco Buenaventura. El hermano del otro cubano ya le había mandado un coyote para que fuera por él y lo llevara con la gente que lo movería a Estados Unidos. Pero no me dejaron solo. Este chico me dio hasta dinero para que me las arreglara en el camino y su coyote nos llevó juntos hasta un lugar en Pachuca, Hidalgo. Ahí nos metieron en una especie de bodega donde había mucha gente, tenían más de 100 personas secuestradas compartiendo el espacio con nosotros. Cerca había un panteón, me parece, pero no estoy seguro porque habían tapado con lonas y bolsas las ventanas de la bodega. El espacio tenía un solo baño para todos los que estábamos ahí y las puertas siempre estaban cerradas con cadenas y candados. Además, había gente armada cuidándonos todo el tiempo. 

Cómo me daba dolor ver a los niños. Había muchos, casi todos enfermos. A mi amigo cubano se lo llevaron y hasta donde sé, él sí logró llegar hasta Estados Unidos. Yo todavía estuve ahí como ocho días más. Recuerdo que sólo nos daban un tiempo de comida, generalmente de una especie de sopa con frijoles y agua sola. Si querías algo de comer te lo tenías que pagar.

Era una situación extraña porque había muchos que parecía que estaban secuestrados, y muchos otros que sólo estaban ahí unos días y después los movían, los llevaban para el norte.

En esa bodega me dejaron hablar con mi familia en Cuba. Ahí tengo a mi esposa y a mi hija de 12 años. Le conté lo que me había pasado en el camión.

Mi esposa habló con un pastor importante. Y él, a su vez, habló con alguien aquí en México. No entiendo bien qué pasó, ni cómo sucedió, pero un día el religioso de México, cuyo nombre no voy a mencionar porque no lo quiero poner en riesgo, pactó mi entrega en el centro de Ciudad de México. No sé cuánto le cobraron por el rescate.

Cuando me entregaron en la plaza del centro de la ciudad, el religioso me trajo aquí, a casa Mambrú, donde me han tratado con amor, paciencia, y con un profesionalismo increíble.

Los hombres armados me devolvieron con la condición de que mi entrega se hiciera en la Ciudad de México, no en Pachuca, como había propuesto inicialmente el hombre religioso. Yo no sé qué habrá pasado con los demás, no he vuelto a verlos. 

Aquí en la ciudad todo ha estado más tranquilo, hasta ahora. Desde entonces, sólo tuve un problema con policías de la ciudad de México, que me agarraron aquí en la esquina de fuera del albergue y me quitaron todo el dinero que me habían mandado mis familiares. Me vieron en la calle, me preguntaron de dónde era, y cuando notaron que era extranjero, de inmediato me subieron a la patrulla y me empezaron a buscar el dinero hasta que me quitaron todo. 

Ahora le he cogido más miedo a los policías que a los propios secuestradores”.

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