“Cuando las circunstancias cambian, yo cambio de opinión. ¿Usted qué hace?” (John Maynard Keynes).
Como se sabe, muchos calientan motores ante la proximidad de las elecciones de mitad del sexenio. Algunos dan por sentado que sus colores partidistas, sea solos o mezclados, tienen las de ganar en las apuestas por alguna jugosa posición, reconocimiento social y oportunidades de negocios que, bajo la cobertura electoral, les permitirán pasar de simples ciudadanos de a pie a becarios del sistema.
Ya se ven los precoces esfuerzos que hacen algunos, en impúdica labor de autopromoción acompañada de las afanosas porras de amigos, parientes o seguidores entusiastas que agitan las matracas sin fijarse mucho en cualidades.
La experiencia, trayectoria, méritos, honestidad y congruencia política son asunto menor porque lo importante es hacer surfing en la ola de Morena o en la de la oposición pedorra y moralmente derrotada, que puede ir “por México” o “por Sonora” montada en el dinero y apellido, aunque el intenso olor a caca siempre la descubre a pesar de los perfumes y baños de pueblo que aparecen en los medios de comunicación.
Año de pizcas y de celebraciones, año de descaradas pretensiones reeleccionistas que levanta la bandera del “rescate” y la defensa de la posición lograda en la ola de 2018, como si fuera obligado repetir, mantenerse en el puesto, por el hecho de sentirse administradores y profetas locales “del cambio”.
Pero cualquier recato deja de tener vigencia ante la imperiosa voluntad de cambiar para no cambiar, de hacer honor al señor de Lampedusa y su gatopardismo renovado y renovable cada tres años, en estricto apego a la bien cimentada cultura de simulación y agandalle que dejaron el PRI y el PAN.
La reelección de legisladores y presidentes municipales huele a flatulencia legal, producto de la mierda acumulada durante los años de no saber qué hacer con el puesto logrado salvo un exhibicionismo torpe y ridículo, lo que no resulta del todo extraño si se tiene como premisa el oportunismo y la simulación que permite estar hoy en un partido y en otro mañana, o aparentar actividad al cuarto para las 12.
En estas pizcas electorales podemos tener a priistas, panistas, perredistas o verdes disfrazados de Morena; chapulines y travestis políticos, trepadores electorales viejos o nuevos encaramados en la ola impulsada por López Obrador, o aspirantes cuya única carta de presentación es tener ganas de protagonizar “el cambio”, dando un toque de voluntarismo pueril al proceso.
Así tenemos a diputados, alcaldes y fauna periférica con ánimos transformadores pero de su propia economía e imagen pública, enfrascados en vistosos esfuerzos para escalar a un puesto o aferrarse al mismo, con el añadido de las conexiones para futuras y prometedoras aventuras, siempre dispuestos a cambiar de camiseta dependiendo de la ocasión. Trapecistas electorales, pues.
Al ver los brotes de grandes o pequeños espantajos coyunturales, pienso en las palabras y la obra de AMLO. ¿Sabrán qué anima su discurso? ¿Habrán entendido el contenido de su obra, a lo largo de muchos años de lucha? ¿Tendrán idea de su concepto de política, de sociedad, de coexistencia, de respeto, de solidaridad, de soberanía, de rectitud en el ejercicio público? ¿Serán las bases, la militancia la que decida las candidaturas o tendremos una nueva edición del triste y flatulento espectáculo de los dedazos y acuerdos cupulares o familiares?
¿Terminará el proceso como una mala y presuntuosa exhibición de asadores y carne clasificada, de improvisaciones y redundancias, de aventurerismo electoral, de las mismas prostitutas hablando de castidad y gustosas del cambio de disfraz y logotipos? ¿Tendremos nuevas ediciones del discurso pedante de los que se perciben como los únicos experimentados e imprescindibles para el avance social?
Con el respeto que merecen los aspirantes a tal o cual posición política-electoral, pienso que la perspectiva de un proyecto socialmente útil no se va a alimentar de ambiciones ratoneras, de aventurerismo, de pequeñas mezquindades de ocasión y que, en materia de candidaturas, no necesariamente están todos los que son ni son todos los que están.
AMLO postula una visión humanista e incluyente que llama a construir un mejor país donde los pobres sean los primeros, donde la generosidad y la solidaridad no pasen facturas, donde el viejo y el pobre, la mujer y el joven no sean objeto de marginación pero tampoco de privilegios ajenos a la moral republicana.
Querer encaramarse o repetir en un puesto en el que hubo un desempeño errático, mediocre o simplemente malo no abona al proyecto de AMLO, sino todo lo contrario (y aquí es inevitable pensar en el caso de Hermosillo y de no pocos diputados), como tampoco aporta al cambio el participar por mera sobrevaloración personal, o por querer “comer con manteca” varios años o por las simples ganas de ser y de figurar.
Hasta el momento de redactar, hay ausencia de propuestas integrales, sólo pedacitos que hablan de la mentalidad parcializada de los suspirantes, seguramente ajenos a la idea de un Sonora municipalista o un Hermosillo sano, seguro y solidario. Así estamos.
En fin, usted dirá y decidirá si ve de nuevo la película o si está dispuesto a apoyar en serio el proyecto de cambio que ofrece López Obrador, sin dejar de lado que es mejor equivocarse antes que votar por los mismos de siempre. En lo personal le digo que ni un solo voto al prian-prd-mc, o sus alianzas neoliberales pedorras. Ni uno solo.