El día inaugural llegó, de una manera muy distinta a cualquier celebración, entre las restrictivas medidas de la pandemia y un clima nunca más enrarecido en Washington, Biden prestará en horas juramento como el presidente número 46 en la historia del todavía país más poderoso del mundo, en una larga ruta para convertirse en ahora inquilino principal de la Casa Blanca, residencia de la que conoce muy bien todos sus rincones, fantasmas y secretos, 8 años de cohabitarla en compañía de Barack Obama, deben ser suficientes para no tropezar con los muebles.
Desde ayer, el presidente electo encabezó toda una serie de actos por demás simbólicos, arropado literalmente por un complaciente “establishment mediático”, todas las grandes cadenas, salvo la populista Fox, que sigue sin abandonar al presidente Trump y que seguramente seguirá cumpliendo su rol de fuerte opositor a los demócratas, han cerrado filas herméticamente después de los sucesos en el capitolio
Los artistas en los eventos inaugurales de los demócratas, pueden ser los mismos, los siempre leales, Garth Brooks, Lady Gaga, Bruce Springsteen o Foo Fighters, entre otros, que compartirán el día inaugural sus talentos para darle la bienvenida al nuevo gobierno, a diferencia de los grandes festejos de antaño, los grandes reventones de Washington, ahora parecen ser pocas las razones para celebrar, salvo que Trump se va y parece ser suficiente para provocar en millones una enorme alegría y en otros una inmensa ansiedad.
Una nación estadounidense que parece en estos momentos más alternativa, que sin renunciar a acompañar críticamente al nuevo gobierno, confiar en las posibles buenas decisiones de apertura de administración que pueda tomar Biden, como el tema del aumento al salario mínimo a 15 dólares como acto de justicia social, un plan de reactivación de la economía y reconstruir el sistema de salud, en uno de los momentos más sombríos en la historia de los Estados Unidos, dividido como nunca, y con más de 400,000 norteamericanos que han muerto en la pandemia.
Hablando de falta de opciones, Biden representa la última esperanza para que 11 millones que han vivido al menos los últimos 8 años como indocumentados en el país, obtengan la tan anhelada una ruta hacia la ciudadanía, además de acabar con las medidas restrictivas de asilo. Hoy mismo se espera que el presidente haga el anuncio oficial, el cual no estará exento de un fuerte debate legislativo, mediático y social.
De hecho ya hay reacciones como la de los senadores de la ultraderecha Josh Hawley y de Ken Buck, un republicano de Colorado que subió un video en Tweeter de una turba de inmigrantes centroamericanos acompañado de la leyenda “eso pasa cuando abres las fronteras” como una especie de contraargumento en su apoyo a los disturbios el capitolio, “patriotas contra invasores” en su perversa lógica.
Se espera que el nuevo plan, también revierta las medidas antiinmigrantes elaboradas por Trump, que le quite un poco el guante de la cara a millones de esforzados trabajadores sin documentos, que detenga el terrible hostigamiento a quienes mantuvieron a todo riesgo, activa la economía durante la pandemia, sirviendo a los confinados, a los más acomodados en la pirámide social, muchos de ellos, valientes compatriotas nuestros. Trump siempre mostró en ello, una auténtica fijación personal, una cruzada enferma de quien fue llamado humillantemente como el “gran amigo de México” por nuestro presidente.
Hablando de climas tóxicos, enrarecidos, pocas veces como el que vivimos ahora en la relación binacional por múltiples factores, incomprensibles, como la paradójica defensa a ultranza desde la “izquierda” de un militar del “peñanietismo”, como Salvador Cienfuegos nuestra relación con aquel país, pese a no ser para Washington su prioridad, ni ahora, ni desde hace mucho tiempo, parece ser víctima de un extraño sabotaje, o de una trasnochada estrategia de siguiendo otros modelos hemisféricos, una “fructífera” polarización por otras vías con el históricamente rentable grito nacionalista, después de todo el emblemático “Yankee Go Home”, es una consigna universal, que lo mismo impulsó el priismo como la izquierda en nuestro país.
Pero ahora no se trata sólo de atizar ningún ego, obsesión con fines de legitimidad política, sino de trabajar fino para que más allá de las porras y discursos de la mañaneras en las que merecidamente concibe el presidente a los migrantes como héroes, el gobierno mexicano, la diplomacia teja fino como equipo con los Estados Unidos para que las condiciones de nuestros indocumentados en aquel país cambien realmente, se logre la reforma y puedan apoyar mejor a sus familias en Estados Unidos y en México. Me pregunto si no es lo que realmente desearía un gobierno comprometido con la justicia social, en lugar de aventuras quijotescas para deleitar al trumpismo y a los militares.
Biden ofrece una oportunidad y ahora tiende su mano, Trump les hizo la vida más que miserable a nuestros connacionales, a Trump López Obrador le besó los pies, le puso incienso, le prendió una veladora y falló en su loca apuesta. Pero ahora resulta que Biden y no Trump, con todos sus asegunes, parece ser el auténtico enemigo, la amenaza ahora para México. Nadie cree que Estados Unidos vaya a renunciar a su papel injerencista en la región, pero primeramente ponderemos nuestras decisiones, no con el manoteo tosco del “masiosare”, sino con la responsabilidad y el compromiso que tenemos con el sufrido México de allá, humildad en nombre del amor.
Amílcar Peñúñuri Soto doctor en ciencias sociales, profesor universitario, director de Política y Rockanroll Radio, 106.7 FM. Correo apcubs@hotmail.com