“Las actitudes negativas nunca resultan en una vida positiva” (Emma White).
Cayó la última hoja del calendario 2020 y cabe recogerla con las precauciones del caso y depositarla en un recipiente de seguridad sanitaria, de acuerdo con las normas para la disposición de desechos tóxicos, contaminantes y potencialmente mortales.
Quizá haya consenso al decir que 2020 fue el año terrible en el que descubrimos que lo invisible tiene una existencia poderosa, invasiva, letal; que lo pequeño no quita lo terrible y que la sabiduría popular necesita reeditarse en el marco de un nuevo concepto de sociabilidad, de trato familiar y de gobierno.
Lo primero porque el trato común y corriente entre compañeros, cuates y conocidos dejará de recurrir al apapacho, evitará el intercambio de fluidos cuyo origen sea alguna parte del aparato respiratorio ajeno; el aseo de manos y la sana distancia se acompañará de serias y sesudas consideraciones acerca del cubrebocas, que llegará a sentar plaza en los temas cotidianos de la casa, la oficina y las eventuales reuniones que se celebren preferentemente por medios electrónicos.
El trato familiar buscará el rencuentro físico y la pequeña o grande tropa de parientes espera que la tertulia se normalice de acuerdo con los usos y costumbres, sin cubrebocas, con los apapachos y estrujones afectuosos que permiten amasar relaciones y cocinar futuros bautismos, bodas o cumpleaños, pero el número de muertes registrado hará reflexionar a los amigos y parientes sobre el contacto directo y personal, con lo que el significado de la sana distancia seguramente se verá fortalecido.
Por otra parte, la idea de gobierno se escribirá preferentemente en las páginas electrónicas y quedarán en espera de mejores tiempos los mítines, reuniones masivas y actos protocolarios en los que el principal ornato es la multitud expectante y aplaudidora que hemos visto por décadas y siglos, pero por lo pronto la sana distancia será la norma que salvaguarde la integridad física de todos.
En el ámbito cultural y educativo, seguramente se publicarán ensayos e investigaciones sobre la forma correcta y segura de lavarse las manos, aplicarse el gel-alcohol y desechar toallitas sanitarias, envases, cubrebocas, abrir puertas y usar el termómetro digital, el oxímetro y el tensiómetro.
Quizá se organicen seminarios y cursos de especialización en algunas universidades sobre el importante tema de la mediación en tiempos de sana distancia, sin dejar de lado nuevas ofertas de posgrado para formar expertos en el análisis socio-pandémico de la nueva economía del coronavirus y las nuevas formas de convivir en el espacio urbano.
También, una oleada de tutoriales sobre cómo mantener relaciones afectivas sin morir en el intento y surgirán opinólogos y epidemiólogos graduados en las redes sociales que cubrirán protectoramente los huecos informativos de muchos, como una respuesta masiva de la sabiduría contenida en el año 2020.
Tendremos el reporte y los saldos de los festejos del cierre del año, de las reuniones de diciembre, de las alegres libaciones y las no pocas evasiones a las normas de López-Gatell y, al grito de sólo se vive una vez, apuraremos el paso apoyados en que ya no tan lejos se ve la vacuna salvadora, que exorciza al coronavirus y que nos acerca a la añorada normalidad.
Pero, mientras celebramos la buena nueva, nos daremos cuenta de que muchas de las muertes fueron justamente por gozar de la mexicana alegría, de ser libres sin la conciencia de la necesidad precautoria, de la limitante real y efectiva de un bichejo microscópico capaz de inflamar los pulmones y hacer de nuestra voluntad arrogante y retadora una vía directa al salón funerario y acabar representando la solemne seriedad del difunto.
Llamamos héroes a los miembros del personal de salud porque lo son; celebramos su solidaridad, responsabilidad, entrega a los demás, pero culpamos al gobierno de no proveer lo necesario para evitar los contagios en el seno de las clínicas y hospitales.
Pero nos enteramos de que muchos de los contagios y decesos fueron porque algo les falló en las medidas que rutinariamente se deben observar al quitarse el equipo de seguridad después de estar en contacto con los enfermos de covid-19, porque un descuido por la prisa o por exceso de confianza da por resultado que un médico o enfermero caiga víctima del coronavirus.
Nos comentan que muchos de los pacientes que fueron intubados mueren debido a una reacción alérgica al anestésico que se utiliza, y que la confusión propia de estos días termina disfrazando las señales previas y la verdadera causa de la muerte, dando a covid-19 una capacidad letal que en realidad no tiene.
Las cifras van y vienen lo que queda es el conjunto de normas que la autoridad ha dictado desde el principio de la epidemia, pero animados por la idea de ver solamente el presente y desear el futuro mientras barremos con la escoba el pasado reciente, nos encontramos con el año 2021 emergiendo del vientre lustroso del tiempo, y toda la carne emocional la echamos en el asador de nuestra realidad esperada.
Con estas consideraciones damos la bienvenida al 2021, y a la necesidad de una nueva sociabilidad personal y profesional, de ciudadano que se protege y de gobierno que dicta normas de conducta social que nos escudan y defienden de virus y bacterias, entre otros organismos patógenos que no vemos pero que existen, que ignoramos pero que actúan, que no sentimos o identificamos pero que conspiran contra la integridad del cuerpo social que formamos; y a pesar de que nuevamente iniciamos con disparos al aire, lanzamiento de cohetes y música estridente, hagamos del 2021 el año de la esperanza.