Por: MC Carlos Mauricio Velázquez Camargo
La economía no es solo una disciplina académica; es una herramienta que ha acompañado la construcción de sociedades, la creación de políticas públicas y la manera en que entendemos el desarrollo. Su recorrido, desde la economía política hasta la economía del comportamiento, refleja cómo los marcos teóricos han ayudado a visualizar la realidad, a veces impulsando transformaciones profundas y, en otras, dejando ver la ausencia de políticas capaces de responder a las necesidades sociales.
En el siglo XVIII, cuando autores como Adam Smith y David Ricardo comenzaron a hablar de economía política, el objetivo era claro: explicar cómo las naciones podían generar riqueza y bienestar. La economía se concebía como una rama de la filosofía moral y política, interesada no solo en los números, sino también en las instituciones, el poder y el conflicto distributivo. Smith, con su famosa metáfora de la “mano invisible”, planteaba que la búsqueda del interés individual podía traducirse en beneficio colectivo, siempre que existieran condiciones de mercado abiertas. Ricardo, por su parte, puso énfasis en las ventajas comparativas, sentando las bases del comercio internacional. Ambos representaban un enfoque en el cual la economía estaba directamente vinculada a la construcción de políticas para el desarrollo de los Estados.

El pensamiento económico del siglo XIX fue un laboratorio de ideas para las políticas públicas. El liberalismo clásico promovía la mínima intervención estatal, confiando en que los mercados autorregularían la asignación de recursos. Sin embargo, los cambios sociales provocados por la Revolución Industrial (condiciones laborales precarias, desigualdad creciente y concentración de riqueza) impulsaron a pensadores como Karl Marx a cuestionar estas premisas. Marx, desde la economía política crítica, argumentó que el capitalismo contenía contradicciones que llevarían a crisis recurrentes. Sus aportes no solo alimentaron debates ideológicos, sino que también inspiraron políticas de redistribución y la creación de sistemas de seguridad social en muchos países. Aquí aparece un primer contraste: mientras el liberalismo confiaba en la eficiencia del mercado, las corrientes críticas señalaban la necesidad de políticas públicas activas para equilibrar los efectos negativos del crecimiento económico.
El siglo XX trajo consigo un cambio radical con el surgimiento de la macroeconomía y la planeación estatal. La Gran Depresión de 1929 mostró que los mercados no siempre se autocorrigen. Fue entonces cuando John Maynard Keynes revolucionó la disciplina al proponer que el Estado debía intervenir para estabilizar la economía mediante políticas fiscales y monetarias. El keynesianismo inspiró programas de gasto público, planes de infraestructura y sistemas de bienestar que transformaron la vida de millones de personas. A su vez, sirvió como marco teórico para la reconstrucción de Europa tras la Segunda Guerra Mundial y para el auge de la industrialización en América Latina mediante la sustitución de importaciones.

En contraste, la segunda mitad del siglo XX también presenció el ascenso del neoliberalismo, liderado por economistas como Milton Friedman, que defendían la liberalización de mercados, la reducción del gasto público y la privatización de empresas estatales. Esta corriente guio políticas públicas en gran parte del mundo a partir de los años ochenta, dejando resultados mixtos: apertura económica y crecimiento en algunos casos, pero también desigualdad y debilidad institucional en otros.
Lo relevante en este recorrido es que cada corriente generó marcos de acción para gobiernos, empresarios y ciudadanos. La economía política, el marxismo, el keynesianismo y el neoliberalismo dieron sustento a políticas que definieron el rumbo de sectores como la educación, la industrialización y el comercio internacional. En algunos países, estos marcos permitieron avances significativos: creación de sistemas educativos públicos, expansión de la infraestructura y atracción de inversión extranjera. En otros, la falta de políticas consistentes o la adopción acrítica de modelos externos generaron rezagos y dependencia.
En las últimas décadas, la disciplina ha dado un nuevo salto con la economía del comportamiento. Inspirada en la psicología y en los trabajos de autores como Daniel Kahneman y Richard Thaler, esta corriente rompe con la idea del ser humano como un agente perfectamente racional. La evidencia muestra que las personas toman decisiones influenciadas por sesgos, emociones y contextos sociales. Esto ha permitido diseñar políticas públicas más realistas, conocidas como “nudges” o empujones conductuales, que orientan decisiones sin imponerlas. Ejemplos de ello son los programas de ahorro automático para el retiro, las campañas de salud que utilizan recordatorios simples o las plataformas digitales que facilitan el pago de impuestos. La economía del comportamiento no sustituye a las corrientes anteriores, sino que las complementa. Permite a los gobiernos y empresarios entender mejor cómo las personas actúan en la vida real, no solo en modelos abstractos.

Hoy, hablar de economía implica reconocer que se trata de una caja de herramientas para generar capacidades colectivas. Los marcos teóricos de la economía política ayudaron a comprender la relación entre poder e instituciones. El keynesianismo mostró cómo estabilizar ciclos económicos. El neoliberalismo introdujo la importancia de la competitividad y la apertura. Y la economía del comportamiento nos recuerda que detrás de las cifras hay seres humanos con emociones y limitaciones cognitivas. Para ciudades como Hermosillo, este recorrido no es ajeno. Las políticas industriales, educativas y de emprendimiento han estado influidas, de manera explícita o implícita, por estas teorías. Desde los parques industriales creados en la era de sustitución de importaciones hasta los programas actuales de apoyo a emprendedores, la economía ha marcado el rumbo.
El desafío actual es integrar lo mejor de cada corriente para enfrentar problemas complejos. En materia de desarrollo económico, se trata de atraer empresas con modelos de negocio sostenibles y de alto valor agregado. En educación, el reto es diseñar políticas que reduzcan brechas y preparen talento para la economía digital. En desarrollo industrial, la prioridad está en combinar productividad con sostenibilidad y equidad. En la acción pública, es necesario reconocer que las políticas deben responder tanto a los grandes indicadores como al comportamiento cotidiano de las personas.
La historia de la economía, desde la política clásica hasta el comportamiento humano, muestra que no se trata sólo de teorías, sino de marcos que ayudan a visualizar la realidad, tomar decisiones y promover cambios. La economía es, en esencia, una herramienta para construir futuro. Para los gobiernos, significa generar políticas más efectivas; para los empresarios, identificar oportunidades sostenibles; y para la sociedad, contar con instrumentos que permitan analizar el impacto de las decisiones públicas y exigir transformaciones. En un mundo en constante cambio, entender este recorrido no es un ejercicio académico aislado, sino un paso esencial para diseñar un desarrollo económico, educativo e industrial que realmente mejore la vida de las personas.
El autor es Consultor en emprendimiento y desarrollo de negocio, mentor del ecosistema de emprendimiento en Hermosillo, director de contenido en FIREPIT. Integrante de la Red HCV.



