1. Quiénes eran.
Rebasa mi propósito estudiar a fondo toda la obra de la Compañía de Jesús en el noroeste de México. Pero considerando la importancia y definitivo impacto de la presencia histórica de los Jesuitas en los siglos XVI, XVII y XVIII, particularmente en la economía y propagación de la fe y la cultura cristianas, traemos a colación sendas descripciones de su origen, organización, formación de carácter, lugares y niveles de acción, sistema pedagógico, contenidos científicos de enseñanzas, posición popular asumida frente a la tiranía de los soberanos de la época y sus nuevas ideas ante la situación que encontraron en el NO, distinta a la Mesoamérica y, por ende, el distinto tipo de conquista en la que decidieron coadyuvar.
Por la innegable influencia y hasta paternidad espiritual que ejercieron los misioneros jesuitas en el desarrollo cultural de los primeros pueblos y villas del NO, cuya secuela, en lo fundamental, pervive hasta nuestros días como un código de conducta cotidiana, hacemos nuestra una prevención que, sobre el juicio que se merecen los hombres decisivos que protagonizaron la historia del Seiscientos septentrional, hizo Vicente Riva Palacio:
“La severa imparcialidad de la historia debe juzgar a los hombres y a los acontecimientos sin preocuparse del efecto que su fallo ha de producir en las presentes o venideras generaciones. El tribuno puede halagar las pasiones o los intereses de la multitud para lanzar el triunfo de una causa; el diplomático, cubrir con un velo ante un gobierno los acontecimientos cuyos contornos le convienen que se perciban; el poeta, alzar sobre un pedestal de gloria al hombre que le inspira un canto. El historiador no puede ni debe más sino decir la verdad; pero como esa verdad iluminada por la filosofía del escritor afecta muchas veces formas y proporciones que están muy lejos de ser las ciertas, preciso es alumbrar cada uno de los cuadros con la luz que le es propia. Si quiere juzgarse a los hombres del siglo XVI por el código de ilustración, de cultura y de ciencia que rige en el que alcanzamos; si las pasiones religiosas y políticas de la época de Carlos V; si los hechos, las leyes y las costumbres de aquellos tiempos se estudian con la antorcha que guía al mundo en los últimos años del siglo XIX (o la del siglo XXI: HRE), fallo injusto será sin duda el que se pronuncie y los personajes quedarán tan desconocidos para el lector, como los hechos de esos grandes personajes serían para ellos mismos si pudieran leer las crónicas de su vida escritas bajo ese sistema.
Es verdad que los grandes hombres pueden producir importantes modificaciones en la estructura y en la marcha de los pueblos; pero es preciso no olvidar, como dice Spencer, que cuando un hombre influye sobre una sociedad, esa sociedad ha influido con anterioridad sobre el hombre, y todos los cambios de que él es autor inmediato, tienen sus causas principales en las generaciones de que él desciende. El hombre pertenece a su siglo y el siglo no pertenece al hombre; para juzgar al hombre se necesita conocer el siglo; pero para conocer el siglo se necesita estudiar a la sociedad”. (Vicente Riva Palacio. 1976. p. XII.)
Sea lo que fuere, el más importante portador del nuevo espíritu en la Iglesia Católica que en Roma ideó una renovación a fondo de la vida eclesiástica, fue la Compañía de Jesús, designada como los Jesuitas. Su fundador fue el noble vasco Iñigo Ignacio de Loyola (1492-1556), ex Oficial del Ejército Español, inutilizado por una herida para el servicio de las armas. Con Francisco Javier y Diego Laines creó la nueva Orden que en 1540 fue confirmada por el Papa Pablo III y que fue posterior y definitivamente sancionada y estructurada en sus grandes líneas maestras, por el Papa Julio III, quien puntualizó mejor sus características.
Tenían una preparación académica y cultural más alta que los miembros de otras Órdenes. Junto a los tres votos usuales de pobreza, castidad y obediencia juraban también someterse al Papa. Fue organizada previa estricta selección por vocación e inteligencia y con rigidez militar. A la cabeza estaba el “General” y en cada uno de los establecimientos mandaba el “Superior”. De este modo era fácil enviar a sus miembros a los sitios donde con más urgencia se los necesitaba. Para el examen de conciencia y formación de carácter servían los ejercicios regulares (días de recogimiento y meditación). El ex oficial no concebía el ascetismo y el renunciamiento a la manera medieval y dispuso que a sus miembros no se les debía “imponer nunca ayunos, azotes o caminar descalzos o destocados, llevar cilicios o practicar otras mortificaciones, so pena de caer en pecado grave”. Así encontramos Jesuitas por todas partes y círculos de trabajo.
“Son los confesores de los príncipes católicos, llevan la enseñanza en las escuelas medias y en las universidades de los países católicos, fundan un sistema pedagógico que recoge las ciencias de la naturaleza y los ejercicios corporales, lo que hace que sus escuelas sean instituciones de enseñanza totalmente modernas, cultivan el arte y representan tanto en sus escenarios como en sus iglesias el triunfo de la fe católica, aparecen en los territorios ultramarinos de las potencias coloniales, predican el Cristianismo a los indígenas y se atreven a penetrar en tierras en las que todavía no ha puesto el pie ningún hombre blanco, se filtran en los territorios evangélicos, buscan a los católicos que viven allí para moverlos a resistir y ganar nuevos miembros para su Iglesia. Constituyen la vanguardia del Papado que aparece en todas las partes donde amenaza el peligro y que defienden hasta el último hombre las posiciones perdidas.”
Es de gran interés constatar que en la época del creciente absolutismo real, defienden la resistencia del pueblo contra los soberanos que gobiernan tiránicamente”, finaliza Gorlich. (Ernest J. Gorlich. 1972. p. 343.)
2. Su fundador, Ignacio de Loyola.
En el ánimo de contribuir a la investigación de la trascendencia de su obra en el NO de México, llamamos la atención en la necesidad de estudiar el ambiente de la época y las instituciones, en relación con su fundador. La historiografía Ignaciana es muy vasta, particularmente la escrita por sus miembros. Todos coinciden en que debe estudiársele conforme a los métodos más rígidos de la moderna crítica histórica. Su fundación “debe exponerse en relación con la historia cultural de toda la época. Sólo en este cuadro puede apreciarse suficiente la figura de Loyola y comprender el significado de la Compañía de Jesús”. (E. Gothein. 1963. p. 29.)
Algunos consideran importante que también desde el campo adversario del protestantismo, se han reconocido los aspectos positivos de la acción anti protestante de Ignacio de Loyola. Otros afirman que con la nueva aportación de material, la riqueza de los descubrimientos realizados por importantes monografías y por los últimos trabajos, apenas si se ha preparado el camino para que se pueda redactar, en un tiempo no muy lejano, la biografía completa de San Ignacio de Loyola y con él la de la propia Compañía que fundó.
No sólo los católicos se han preocupado de San Ignacio y han pretendido descubrir el secreto de sus técnicas. Eminentes profesores protestantes de varias sectas han consumido años en glorificar a uno de los hombres que más trabajó por la destrucción de su religión, como Heirch y Sroeckius quienes, con documentos exhumados de archivos franceses, italianos y alemanes, han descubierto junto con la cultura ambiente, “la técnica ignaciana usada en el desempeño de los negocios y la táctica para infiltrarse en la sociedad y transformarla”. (H. Bomher. 1963. p. 19.) Por supuesto que los principios religiosos y aún la ignorancia en algunos criterios teológicos y eclesiásticos, han hecho que no todos los resultados sean plenamente objetivos.
El Padre Koch afirma que “la imagen de San Ignacio se ha falseado a través de la historia, lo mismo que por la anti histórica exaltación gloriosa de los amigos, que por la falsa crítica de los adversarios y enemigos”. (Kosch. 1963. p. 29.) Este juicio, dice Ignacio Iparraguirre S.J., “en lo que se refiere al campo enemigo, hay que aplicarlo especialmente a las obras actuales. Las grandes falsificaciones son modernas. Proceden del campo protestante alemán. Comenzaron por la incomprensión de la teología y del factor sobrenatural, y acabaron por presentar un San Ignacio político, intrigante, dictador de almas. La causa fundamental no ha sido la falta de datos, sino el desenfoque inicial”. (Ignacio Iparraguirre. 1963, p. 29.)
Aun los autores que han sido considerados como deformantes del verdadero perfil espiritual de San Ignacio, como Emilio Castelar y Rene Füllop-Miller, vieron “la potencia de la personalidad de San Ignacio y la fuerza desplegada sobre todo en la lucha anti protestante por el poderoso organismo mundial que es para él la Compañía de Jesús…”. El segundo “no se cansa de exaltar el poder de los jesuitas quienes han influido de tal modo en todo el mundo católico, que todo el desenvolvimiento de nuestra cultura europea, en religión como en filosofía, en educación como en arte, lleva la marca de ellos, ya por influencia directa, ya indirectamente por un reto que lanzan a la enérgica oposición”. (Rene Fülop-Muller, 1963. p. 34.)
Incluso un literato mayor como Miguel de Unamuno proyectó escribir una vida de San Ignacio, “en quien le parecía ver el alma del pueblo vascongodo”. “Se sentía íntimamente unido con él, a quien consideraba el Quijote de la iglesia, el hidalgo que se deja enloquecer por la mayor gloria de Dios”. (Ignacio Iparraguirre 1963. p. 34.) Sin embargo, algunos consideran que hubiera sido toda una mera interpretación novelística, inconsistente e inútil. El Padre Rahner concluye: “Sin la inteligencia del teólogo, de la teología, la mística y del amor a la iglesia del Santo que hizo se entregara totalmente a ella, la exposición aún históricamente más segura de Ignacio es y permanecerá una enigmática máscara y una fría mascarilla”. (H. Rahner. 1963, p. 35.)
Vicente Riva Palacio relata la celebración de la beatificación de su fundador y por sí misma se explica la influencia que tenía en la Ciudad de México:
“Celebrose en México la beatificación de San Ignacio de Loyola, y es notable esa fiesta; porque prueba cuan grandes eran el influjo de los Jesuitas y las riquezas de la Capital de la Colonia: el adorno sólo de la estatua que se colocó en la iglesia de la profesa se evaluó en 400,000 ducados. Salieron durante varios días carros alegóricos ricamente adornados que recorrían las calles de la ciudad. El costo de los vestidos que se hicieron los vizcaínos que formaban la guardia de la provincia, y eran ciento cincuenta caballeros, ascendió a más de 80,000 pesos. Los carros alegóricos representaban: el primero, la juventud perdida; el segundo, la ignorancia; el tercero, la herejía; el cuarto, la gentilidad; el quinto, la Reforma en todos los Estados, simbolizándose con ellos los cinco grandes triunfos de San Ignacio y de la Compañía de Jesús. El templo de la Profesa fue terminado para celebrar esa fiesta el 31 de julio de 1610. En la plaza Mayor, cerca de las casas de cabildo, se colocó una estatua gigantesca con cuatro cabezas que representaban las de Lutero, Calvino, Zwinglie y Melanchton. Sobre las azoteas de la misma casa municipal, colocada entre nubes, apareció la estatua de San Ignacio, que con la diestra lanzó un rayo sobre la estatua de cuatro cabezas que ardió inmediatamente. Dice un historiador que esa ingeniosa invención se debió al Corregidor de México, don García de Espinar. El pueblo aplaudió frenéticamente a aquella representación”. (Vicente Riva Palacio. 1976. p. 561.)
3. Fórmula del Instituto, aprobada por el Papa Julio III.
Para comprender la filosofía que animó su fundación y el mensaje ideológico, educativo y cultural que les mandaron predicar en el NO a sus misioneros, transcribimos lo más esencial de su Fórmula aprobada por el Papa Julio III, “un breve retrato” de su perfil humano y profesión:
“[…] Cualquiera que en esta Compañía (que deseamos que se llame la Compañía de Jesús) pretende asentar debajo del estandarte de la cruz, para ser soldado de Cristo, y servir a sola su divina Majestad, y a su esposa la santa Iglesia, so el romano Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra, persuádase que después de los tres votos solemnes de perpetua castidad, pobreza y obediencia, es ya hecho miembro desta Compañía. La cual es fundada principalmente para emplearse toda en la defensión y dilatación de la santa fe católica, predicando, leyendo públicamente y ejercitando los demás oficios de enseñar la palabra de Dios, dando los ejercicios espirituales, enseñando a los niños y a los ignorantes la doctrina cristiana, oyendo las confesiones de los fieles y suministrándoles los demás sacramentos para espiritual consolación de las almas. Y también es instituida para pacificar los desavenidos, para socorrer y servir con obras de caridad a los presos de las cárceles y a los enfermos de los hospitales, según que juzgáremos ser necesario para la gloria de Dios y para el bien universal. Y todo esto ha de hacer graciosamente, sin esperar ninguna humana paga ni salario por su trabajo. Procure este tal traer delante de sus ojos todos los días de su vida a Dios primeramente, y luego esta su vocación e Instituto, que es camino para ir a Dios, y procure alcanzar este alto fin a donde Dios le llama, cada uno según la gracia con que le ayudará el Espíritu Santo y según el propio grado de su vocación, y para que ninguno se guíe por su celo propio sin ciencia o discreción, será en mano del Prepósito general, o del prelado que en cualquier tiempo eligiéremos, o de los que el prelado pondrá a regir en su lugar, el dar y señalar a cada uno el grado y el oficio que ha de tener y ejercitar en la Compañía. Porque desta manera se conserva la buena orden y concierto que en toda comunidad bien regida es necesario. Y este superior, con consejo de sus compañeros, tendrá autoridad de hacer las Constituciones convenientes a este fin, tocando a la mayor parte de los votos siempre la determinación.
Héctor Rodríguez Espinoza
(Continúa)