Frecuentemente me cuestiono si mi interés por ciertos temas será real o fruto del entorno, y aunque es lógica la inexorable influencia del todo sobre la parte (el contexto sobre el sujeto), en realidad mi inquietud consiste en que, incluso en una gama reducida de alternativas, siempre encuentro algo que parece estar relacionado con las cosas que estoy investigando.
Durante los últimos meses he tratado temas de violencia, posmodernidad, cultura, educación, prefacios, procedimientos administrativos, ansiedad, pesimismo y muerte, y nunca puedo evitar pensar que siempre estoy leyendo acerca de lo mismo.
Ahora tocó el turno de “¿Para qué sirve realmente…? La ética” de la filósofa española Adela Cortina; obra en la que propone 9 tesis sobre la utilidad de la ética, y en la que nos invita a concientizar que con esta disciplina sucede lo mismo que con la estatura, el peso y el color, no se puede vivir sin ella.
Atravesamos una época de cambios, presenciamos una crisis de los sistemas que dan orden y coherencia a nuestra forma de actuar en la vida, por eso resulta tan fácil estigmatizar a quienes se posicionan en los asuntos de interés público, porque todas las cosmovisiones, marcos teórico-existenciales y aparatos ideológicos por igual, buscan erigirse hegemónicos con el favor de la “opinión pública”, incapaz de llegar a un consenso.
La cultura de la cancelación, el compromiso pasajero, las poses y las modas fundamentan su éxito en esta situación. Pululan intelectuales, académicos y expertos a los que no les gustan los cuestionamientos y la crítica, autoridades que refutan la posverdad con inexactitudes e imprecisiones, cuando no recurren al engaño y la manipulación.
Soslayar la perspectiva ética de la vida es lo que da paso a esta situación, pero lo que verdaderamente profundiza la crisis es la incapacidad del individuo para la autocrítica y la defensa de sus convicciones. Cortina señala que “cualquier entidad que reconoce haber cometido errores, muestra su disposición a subsanarlos y lo hace abiertamente, genera confianza”, por lo que “la comunicación es más fácil y barata en una sociedad de hombres veraces que en una de mentirosos”.
En primer término tenemos que la ética sirve para abaratar costes porque genera confianza. En segunda y tercera instancia se propone la necesidad de forjar un buen carácter, por difícil que sea esto en una sociedad cortoplacista centrada en lo inmediato, y estar dispuesto al cuidado de sí y de los otros.
Lo más interesante sobre el aspecto del cuidado de sí y de los otros es que en esta característica existe la mayor interrelación de temas, pues a partir de ahí podemos recurrir a la teoría feminista, la biología, la medicina y el deporte. Debemos procurar educar al ser humano en el respeto por la vida, una moral de actitudes, y no una ética de los derechos y deberes, fundada en la idea de obligación; es preciso promover el ‘yo ecológico’ […] para transitar de las éticas de derechos y deberes […] a una ética de la responsabilidad y del cuidado de la Tierra”.
La cooperación es otro elemento importante que la ética puede propiciar, pues es “en los juegos de suma positiva donde todos pueden ganar, y bajo esta rúbrica se sitúan todos los juegos cooperativos. En ellos todos los jugadores pueden ganar con tal de que cooperen adecuadamente. Pero además tienen una ganancia asegurada porque, sea cual sea el resultado del juego, los que intervienen en él han generado confianza mutua, armonía, vínculos de amistad y crédito mutuo. Naturalmente, parece mucho más racional embarcarse en este tipo de juegos que en los otros, en los que viven del conflicto y la enemistad”.
Desde luego, para que la cooperación funcione es preciso reforzar el comportamiento del grupo mediante castigos a quienes violan las normas, lo que me hace recordar un intercambio amistoso que tuve con un amigo y antiguo profesor. Entre otras cosas, él señalaba que Las Mañaneras pueden ser un ejercicio valioso, pero no cuando el Presidente “agredía” a sus adversarios.
No estuvimos de acuerdo en lo general, pero en lo particular señalé que a mí la actitud del Presidente no me parecía pendenciera, y aquí recojo un argumento de Cortina que dice “mejor nos hubiera ido y nos iría en España si existieran leyes bien claras que condenaran sin ambages la corrupción, la mala gestión de los recursos públicos, el uso de bienes públicos con fines privados, que impidieran las cuantiosas indemnizaciones de quienes llevaron a las entidades financieras a pedir cantidades astronómicas para sanear sus cuentas, regularan la financiación transparente de los partidos, hicieran posible realmente la independencia de los tribunales de justicia”.
Colocarle la letra escarlata a aquellos que se relacionan con individuos sin principios, puede ser un aliciente para desterrar esas actitudes nocivas para la comunidad, la sociedad y el individuo. Es castigar a los infractores con la vergüenza social, y yo creo sinceramente que esa es la función principal de la conferencia, exhibir comportamientos de los cuales gran parte de la sociedad ya está harta.
Y continúa, “no se trata de hacer una encuesta de valores y de prescribir los que gocen de mayor aceptación, sino de averiguar cuáles son los mínimos éticos que comparten los grupos sociales que presentan éticas de máximos, es decir, la ética mínima de una sociedad pluralista y democrática”.
Más o menos de estas cosas va “¿Para qué sirve realmente…?” y creo sinceramente que nadie que lo haya leído dejaría de recomendarlo. Es un libro de cabecera, un manual de buenas prácticas y cortesía para con el prójimo, el próximo, el otro “yo”.
Cortina argumenta que el “diálogo tiene fuerza epistémica” y concluyo, “en la raíz de todo ello se encuentra, como bien apuntó la filósofa Hannah Arendt, la convicción de que en la política el poder comunicativo es un auténtico poder. Frente a la definición clásica del estado como la institución que ostenta el monopolio de la violencia legítima, Arendt entenderá que la violencia es siempre prepolítica, mientras que el mundo de la política es el del ejercicio del poder comunicativo. No en vano el hombre es un ser dotado de logos, de razón y palabra, capaz de deliberar con sus conciudadanos sobre lo justo y lo conveniente”.