“El secreto del cambio es enfocar toda tu energía, no en la lucha contra lo viejo, sino en la construcción de lo nuevo” (Sócrates).
El pasado domingo 28 de marzo algunos automovilistas que cruzaban por Oaxaca y Pino Suárez, justo frente a la sede de Morena Sonora, se percataron de que había un grupo de personas participando en un mitin.
Independientemente de la molestia de tener que desviar su camino y que algunas patrullas bloqueaban el tránsito como para evitar una mayor concentración de gente, no pocos se enteraron de que la manifestación ciudadana era para reclamar democracia y transparencia en los procesos electorales de Morena.
Ahí estaban aspirantes a diputaciones, alcaldías, militantes de a pie, familias seris, el infaltable grupo de apoyadores de las causas ciudadanas y algún mirón ocasional con espíritu solidario.
El contingente tuvo que trasladarse a espaldas del IEE a seguir con su propósito de visibilizar el despiporre con olor a dedazo que flota en los pasillos del partido guinda: el reclamo es simple y se centra en la necesidad de abandonar las viejas prácticas heredadas del PRI, porque demanda “no reelección”, “no imposición”, “no al dedazo”.
Nos preguntamos si se puede ser democrático, incluyente y protagonista del cambio y al mismo tiempo resistirse al relevo de tal o cual diputado o presidente municipal, bajo el supuesto de que “lo está haciendo bien y hay que dejar que siga con su trabajo”, sin cuestionar ni contrastar el significado de “cambio”, “democracia”, “relevo institucional”, entre otros, con la práctica diaria, con el aquí y ahora de los procesos electorales.
Lo que está a la vista es una resistencia al cambio, una necesidad de que todo siga igual porque se cree que ya llegamos al paraíso de la democracia y el buen gobierno, que todo cambio debe ser visto con sospecha de “ser cosa de la oposición” y porque quienes hoy ocupan un puesto público (amigos, jefes y contactos) “están bien”.
Lo anterior viene a colación por el hecho de que en respuesta a la marcha de referencia no faltó quien publicara en redes que los manifestantes a favor de la Dra. Reina Castro Longoria estaban por la torta y que eran iguales que Frenaaa porque “así no van a arreglan nada”.
Es decir, ¿la protesta y la libre expresión de las ideas sólo obedece al interés de un grupo de ciudadanos libres por “la torta”? ¿La disidencia política no tiene mayor alcance que conseguir algo, pequeño e inmediato?
Por otra parte, los militantes o simpatizantes de Morena que protestan legal y pacíficamente contra una imposición en curso ¿son parecidos o comparables con Frenaaa, ese infame grupo reaccionario y enemigo de los cambios impulsados por la 4T?
A la descalificación facilona y mendaz se añade el vacío informativo en la mayoría de los medios y portales de noticias, como si ocultar una legitima manifestación ciudadana afectara en algo las expectativas o aspiraciones de, por ejemplo, la actual presidente municipal de Hermosillo, ungida desde ya para repetir sin necesidad de consultar clara y efectivamente a las bases de Morena.
Está debidamente documentado que quienes ocupan el cargo público por mucho tiempo terminan generando intereses distintos a los legales y legítimos que sus seguidores aplauden y reconocen.
En realidad, lo que debe permanecer no es la persona, sino la orientación política transformadora, justa, democrática e incluyente que representa la propuesta de López Obrador. El esfuerzo debe trascender a las personas y convertirse en una política de Estado, en una forma de hacer las cosas de carácter institucional, no personal.
La reelección no es un recurso sostenible desde el punto de vista moral y ético, aunque sea legal gracias a las reformas impulsadas justamente por los gobiernos del régimen anterior, los mismos que hicieron legales las reformas que ahora sustentan el robo a la nación y la pérdida de soberanía.
Morena se encuentra en una encrucijada en la que, por una parte, encabezan políticamente a un gobierno que tiene una herencia política y administrativa perversa que debe superar en beneficio de todos; y por otra, la inercia que convierte a sus militantes en continuadores involuntarios de lo mismo que dicen combatir.
Si se quiere realmente el cambio y que “la honestidad se haga costumbre”, entonces demos paso a lo nuevo, aunque duela. Por eso decimos no a la reelección.
José Darío Arredondo López