Algunos meses atrás sufrí una especie de malestar psíquico derivado de mi innata ignorancia para enfrentar o administrar el transcurso del tiempo. Esta declaración puede ser reformulada de la siguiente manera: sufro ansiedad al ser consciente de mi existencia en un entorno material y contextual del que se puede dar cuenta gracias a que existe el concepto del “tiempo”.
Este problema no solo me aqueja a mí, pero existen dificultades conceptuales y culturales que obstaculizan la capacidad para comunicar este “sentimiento”; cualquier persona que practique una religión, no como doctrina, sino como método práctico para mimetizarse con la vida, puede dar cuenta de esto.
Aprovechando la cercanía con el Día de Muertos y notando que sufría una especie de bloqueo, Jovana me propuso el tema de la muerte, y aunque no sé cómo abordarlo, me pareció buena idea.
El estado de perplejidad es uno con el que estoy muy familiarizado debido a ese persistente pensamiento sobre la muerte que ronda mi cabeza cuando estoy ocioso, o por decirlo en otras palabras, cuando estoy consciente de que no pertenezco a mi entorno porque no estoy desarrollando una actividad que me haga parte del mismo. Noto mi individualidad y me siento ajeno al absoluto.
Supongo, porque no lo he experimentado bajo ese lenguaje interpretativo del mundo, que el estado contrario al que describí en el párrafo anterior, es el estado que provoca la técnica del mindfulness, la plena consciencia, también llamada “presencia mental”. Imagino que la consciencia plena significa la capacidad del individuo para asimilar que todo transmuta, que las cosas devienen y son impermanentes.
Si este es el caso, entonces conceptos como “vida” y “muerte” no tienen mucho sentido más allá de fines prácticos, es decir, de aquellos que se relacionan con nuestra capacidad para convivir con nuestros congéneres. En un acto de honestidad existencial, por llamarlo de alguna manera, podemos aceptar que la mayor parte del tiempo, la vida solo nos importa en el sentido en que nos permita convivir con nuestros “congéneres”. Una concepción bastante reduccionista de algo que, según decimos, es importantísimo.
En “El libro tibetano de la vida y de la muerte”, Sogyal Rimpoché escribe que el principal descubrimiento del budismo consistió en señalar “que la vida y la muerte están en la mente, y en ningún otro lugar. La mente se revela como base universal de la experiencia; creadora de la felicidad y creadora del sufrimiento, creadora de lo que llamamos vida y de lo que llamamos muerte”.
La mente tiene varios aspectos, pero los dos principales son la mente ordinaria o “sem”, y el “Rigpa” que es la mente en sí misma -el “sem” sería la mente para sí misma-.
El sem puede definirse como “aquello que posee conciencia diferenciadora, aquello que posee un sentido de la dualidad, es decir, que aferra o rechaza algo externo […] Fundamentalmente, es aquello que podemos asociar con un ‘otro’, con cualquier ‘algo’ que se percibe como distinto del perceptor”. En occidente lo conocemos como “ego”, pero tengamos cuidado de no confundirlo con una actitud egoísta centrada en complacer al “yo”, sino únicamente como el “yo”, la parte del absoluto en que estoy atrapado.
Sem es la mente discursiva y pensante, funciona en relación con un punto de referencia exterior proyectado y falsamente percibido. Corrobora y confirma su existencia “mediante la fragmentación, conceptuación y solidificación de la experiencia”; su energía se consume en la proyección hacia fuera. Está hecha de hábitos arraigados.
En cambio, la esencia más íntima del Rigpa o mente “en sí” es que es siempre inmune al cambio y a la muerte, es el “absoluto”. La Rigpa se halla oculta dentro de nuestra propia mente, nuestra sem, envuelta y velada por el rápido discurrir de nuestros pensamientos y emociones; es la propia raíz de la comprensión, “una conciencia primordial, pura y prístina que es al mismo tiempo inteligente, cognoscitiva, radiante y siempre despierta. Se podría decir que es el conocimiento del propio conocimiento”.
Esta interpretación me hizo recordar la letra de dos canciones de la banda estadounidense TOOL que me gustaría citar, en la parte final de “Parabola” escriben “este cuerpo que me contiene me recuerda mi propia mortalidad; abracemos este momento, recuerda, somos eternos y este dolor es tan solo una ilusión”, y en “Lateralus” señalan “mucho pensar y sobreanalizar, separan al cuerpo de la mente, marchitando la intuición”.
Podemos notar que en “Parabola”, puede estarse haciendo referencia a la Rigpa, porque el cuerpo que lo contiene le recuerda su propia mortalidad, la conciencia de que en un cuerpo es un individuo, pero finaliza afirmando que somos eternos, la Rigpa es el absoluto. En sentido contrario, en “Lateralus” se hace referencia a la sem, la mente consciente que se interpreta para sí misma; sobreanalizar separa al cuerpo de la mente, te esclaviza dentro de la entelequia que es nuestra concepción individual del mundo.
Rimpoché concluye el tema esgrimiendo que “a lo largo de la historia, los santos y los místicos han adornado sus percepciones con distintos nombres y le han conferido distintos rostros e interpretaciones, pero lo que experimentan fundamentalmente todos ellos es la naturaleza esencial de la mente. Los cristianos y los judíos la llaman ‘Dios’; los hindúes la llaman ‘el Yo’, ‘Shiva’, ‘Brahmán’ y ‘Vishnú’; los místicos sufíes la llaman ‘la Esencia Oculta’, y los budistas la llaman ‘la naturaleza de buda’. En el corazón de todas las religiones se halla la certidumbre de que existe una verdad fundamental, y que esta vida constituye una oportunidad sagrada para evolucionar y conocerla”.