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miércoles, abril 24, 2024

Regreso al porvenir: bicicletas, libros y el futuro

Bruno Ríos
Bruno Ríos es doctor en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Houston. Escritor, académico y editor.

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En la edición póstuma de 1899 del Vocabulario de mexicanismos, escrito por el entonces director de la Academia Mexicana, Don Joaquín García Icazbalceta, el léxico de fines del siglo XIX cobra una dimensión distinta. Si la única manera de leer es la de ponernos en el sitio actual, tanto en tiempo como en espacio, ver desde acá el pasado de nuestra lengua parece una mera promesa, algo que está ahí en potencia y que llegó o no a realizarse.

En el vocabulario, que funciona nada más y nada menos que como una especie de diccionario con explicaciones y ejemplos, cabe recalcar la entrada para “Bicicleta”:

Hay algo maravilloso en esta definición que no tiene que ver con el contenido precisamente, sino con el tono de quien escribe. Queda claro a simple vista que no estamos ante un diccionario nada más, ni tampoco ante un escritor que busca una simple y justa definición ejemplar y objetiva. Lo atractivo de García Icazbalceta es que refleja, aunque intenta emular el tono descriptivo de un diccionario, la tensión de los años del fin de siècle. ¿Por qué incluir el término “bicicleta” en un vocabulario de mexicanismos? La respuesta está en que la última década de los 1890s estuvo marcada por la inmensa popularidad de la bicicleta como una alternativa barata y segura para transportarse – la bicicleta fue tan popular que el mayor fabricante de barajas en el mundo usó “Bicycle” como marca registrada y es el nombre que se mantiene hasta ahora.

García Icazbalceta define “bicicleta” en comparación con “biciclo”. Lo que leemos es entonces la popularización de lo que se conocía como la “bicicleta de seguridad”, popularizada primero en Inglaterra a mediados de los 1880s y después en los Estados Unidos a partir de 1887. Las famosas “peeny-farthing” que consistían en una rueda enorme al frente y una pequeña atrás, sin cadena, fueron reemplazadas por la bicicleta que ahora todos conocemos: ambas ruedas del mismo tamaño, pedales, y engranajes unidos por una cadena. Sin embargo, el lenguaje importa. La mención de una cadena sin fin es una manera muy elegante de describir algo que ahora nos parece tan obvio.

Lo más interesante es el final: “Es una plaga para los transeúntes, aparecida en México de poco tiempo acá”. El juicio de valor es fascinante, especialmente cuando hoy en día la bicicleta apenas comienza a tener otro significado.

Una de las cosas más peculiares de la pandemia y sus consecuencias ha sido ver el inmenso interés que ha despertado el ciclismo y las bicicletas como una alternativa real para la movilidad en las ciudades. No estoy hablando de metrópolis holandesas ni europeas en general, estoy hablando de ciudades auto-céntricas en los Estados Unidos y también en países latinoamericanos.

Esta semana en Proyecto Puente, la propia directora del IMPLAN en Hermosillo habló de la importancia de cambiar el paradigma de movilidad en ciudades que siguen en crecimiento. La pandemia ha llevado a crear ciclovías emergentes en Hermosillo y muchas otras ciudades en México y a repensar las formas en las que nos movemos en nuestros espacios urbanos y suburbanos.

Si lo pensamos de esta manera, la bicicleta es una especie de regreso hacia el porvenir. García Icazbalceta a finales de la década de los 1890s no podría haberse imaginado que eso mismo que parecía victimar a los transeúntes se convertiría en una especie de apuesta hacia el futuro. Ahora, en realidad, la bicicleta como tal está envuelta en otros significados que tienen que ver con clase (por algo decimos “pueblos bicicleteros”), y con acceso a la cultura y la educación. La víctima ahora, ante el dominio inescapable del automóvil en la vía pública, no es el transeúnte solamente, sino también el ciclista.

Concluyo esta breve reflexión con dos ideas. Las primeras dos décadas de este siglo han estado marcadas por una serie de augurios de la desaparición del pasado. Entre estas están dos cosas que me interesan: los libros y las bicicletas. La pandemia ha agudizado estos augurios: ahora resulta que todo es sustituible por lo digital. Yo abonaría lo contrario. Lo que nos ha demostrado la crisis es que lo que creíamos obsoleto o dábamos por sentado es en realidad lo que más importa. El boom de las bicicletas y también de la intención lectora se ha disparado a los cielos. Ninguna de las dos cosas ha desaparecido, no hemos sustituido los libros en papel por los libros electrónicos ni las bicicletas por el transporte masivo ni por el automóvil.

Habría que volver a pensar si en verdad tenemos la visión correcta para pensar que el futuro se rige por mera selección natural.

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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