“El liderazgo significa inspirarnos para superar nuestros temores. La demagogia significa explotar nuestros miedos con fines políticos. Existe una diferencia fundamental” (Al Gore).
¿Usted cree que una infección de niveles pandémicos puede atajarse con decretos, leyes y demás medidas que criminalizan un evento natural recurrente y, lo que es peor, a quienes no acatan las disposiciones coactivas y robóticas resultantes?
Sinceramente no es correcto ni útil para combatir bichos como los coronavirus, de asombrosa ubicuidad y capacidad contagiosa, soltarse emitiendo leyes o decretos que obliguen al ciudadano a observar tales o cuales medidas sanitarias que pretendan ir más allá de lo que disponen las autoridades federales de la materia, en coordinación con los organismos internacionales dedicados a la salud.
Vemos que se ponen de moda los cubrebocas, y que al margen de las condiciones que hacen recomendable su uso, algunas autoridades estatales insisten en demostrar cuán obtusas pueden ser y de qué tamaño son sus impulsos represivos al proponer leyes que obliguen al ciudadano a determinadas conductas consideradas por los promoventes necesarias e incluso indispensables para librarnos de contagios, pero que caen en el terreno de los dogmas y se convierten casi en objeto de culto.
¿Será que es mucha su necesidad de aparecer bajo los reflectores del Congreso del Estado, demostrando que no sólo cobran generosas dietas sino que además son capaces de proponer algo, aunque sea ridículamente desproporcionado?
El impulsar una ley para declarar obligatorio el uso del cubrebocas cuando la curva de contagios va para abajo es una vacilada, como también lo es si se considera que es una medida auxiliar recomendada en lugares cerrados, con escasa ventilación o cuando no es posible guardar la sana distancia, para lo cual no se necesita legislar sino establecer una campaña informativa inteligente.
Es claro que algunos legisladores y otras autoridades locales prefieren optar por el garrote legal y la punibilidad de ciertas conductas antes que informar, convencer y, sobre todo, documentarse adecuadamente antes de abrir una causa contra el ciudadano y los derechos humanos. Primero fue el ciudadano y parece que ahora el blanco de la acción “legal” será el empresario.
Da la impresión que las medidas recomendadas para lugares públicos cerrados como comercios, bancos u otras instituciones con aforo de personas se acaban de inventar, en un ejercicio de muy poca memoria o de mucho protagonismo.
Cuando se trata de posar para la historia legislativa de Sonora no debe haber reparos de carácter médico, científico o técnico, y basta con montarse en la histeria colectiva creada por la propia desinformación que reina en el medio local para hacer de héroe sanitario y adalid en la lucha contra ese horrible bicho microscópico que “si te contagias, te mueres o quedas jodido de por vida”.
No dudo que los señores legisladores de Sonora vayan a levantar la mano volteando a ver si hay alguna cámara dispuesta a capturar el momento solemne en que pronuncia el “sí” a la iniciativa, pero “en favor de la salud” de los sonorenses y con cargo a los sufridos dueños de establecimientos, aunque con sanciones revisadas y atenuadas, porque lo importante es de carácter mediático y, desde luego, preelectoral.
Con lo anterior queda al descubierto la orfandad política, la poca formación legislativa y la ignorancia pedestre sobre el sentido de las recomendaciones emitidas por la Secretaría de Salud.
Con todo respeto, pero este tipo de decisiones no ayuda a la salud ciudadana, aunque fortalece la especie de mitología que se teje en torno al evento epidemiológico del año, y permite encaramarse en la desinformación para cosechar algún reconocimiento por haber levantado el dedo de la participación legislativa.
Así las cosas, no estaría de más que quienes toman las decisiones en materia de salud tuvieran el cuidado de coordinarse con las autoridades sanitarias nacionales y no siguieran empeñados en redescubrir el agua tibia metidos en una burbuja de autocomplacencia.
Señores y señoras legisladores de Sonora, basta de necedades. Si no tienen nada sensato y útil que proponer, mejor sigan pastando en la pradera del Congreso, cobrando sus generosos estipendios y dejando que la vida siga su curso.
Proponer una iniciativa de ley para luego bajarle la cafeína no tiene mucho sentido, porque hay que recordar que una epidemia describe una trayectoria cíclica: hay un período de auge, de estabilización y de declive. En este caso, la curva de la epidemia de Sonora va en descenso.
La mejor decisión para el ciudadano es actuar con responsabilidad y prudencia, acatar las medidas preventivas establecidas desde el inicio por la autoridad competente y mil veces reiteradas en cadena nacional por el doctor López-Gatell, y dejar de lado las tonterías pueblerinas coactivas o represivas que lesionan derechos ciudadanos. Más seriedad.
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