Aunque el gobierno planteé una dicotomía entre buenos y malos, considero que es un simplismo que deja por fuera los múltiples matices que revelan las causas de este tipo de violencia.
Para empezar los narcos no se consideran a sí mismo, como descabezadores sanguinarios, sino más bien “como agentes libres que decidieron trabajar en una industria ilegal”, aunque también se reconocen como desechables y sustituibles, que se iniciaron en esta actividad porque, aun cuando la economía informal les permitía sobrevivir bien y mantener a sus familias, ellos quieren “más”, lo cual para mi punto de vista es una ambición legitima de todo ser humano progresar y evolucionar tal y como lo dicta su propia naturaleza.
En este ultimo punto cabe hacer un acotamiento mas preciso, consistente que la necesidad de superación de todo ciudadano es necesariamente compartida a través del Estado con políticas publicas que incrementen las probabilidades de alcanzar el éxito al que constitucionalmente tienen derecho, tal como las exigencias del mundo de los inversionistas que condicionan al estado a garantizar su éxito a través de condiciones ideales para su instalación.
Es importante hacer hincapié que partiendo de la base que las decisiones de pertenecer o no a organizaciones delincuenciales mucho tiene que ver el modelo presentado por los medios de comunicación del perfil narco, lo cual lleva a facilitar al indeciso a incorporarse a este mundo.
El miembro de una organización ilícita, experimenta un fuerte sentimiento de marginación, sumado a su problema de adicción a las drogas y la falta de un propósito general de vida, hace que valoren poco sus vidas y que la muerte, en cambio, sea vista como un alivio”, estos personajes que han tomado la decisión de entregar sus vidas a una ilegalidad, poseen además una cosmovisión muy distinta a los ciudadanos comunes o “alienados” donde la familia por ejemplo es un ente distante que pasa por su memoria como Déja vu, (suceso que se siente que ya ha sido vivido pero en realidad no) reforzando con ello la idea de alejarse de la llamada sociedad civil, con la que evitan identificarse.
Dentro de esa cosmovisión única y exclusiva del comportamiento narco, es el hecho de percibir la pobreza como “mala suerte” y como destino. No se puede hacer nada contra ello, no hay nadie que los pueda ayudar, entonces la vida se rige bajo la ley de la selva: el más fuerte, el que se muestra “rudo y violento”, y el que cumple con los prejuicios (mujeres, drogas, fiestas) es el que se impone; por lo tanto, esa conducta es muy cercana al del mundo animal, como afirma José Luis López Aranguren (filósofo y ensayista español de los más influyentes del siglo XX) (1909-1996)
“El animal posee agresividad, pero no ejerce actos
de violencia propiamente dicha. Y su agresividad
está limitada a hacerse con su presa para el
sustento, a la defensa de su territorio y, dentro de
la especie, al establecimiento de una jerarquización
u orden de relación para el apareamiento.
Violencia propiamente dicha, no hay si no es en el
Hombre”
En el caso específico de los jóvenes que se incorporan a dicha actividad lo argumentan muy claro a través de las siguientes afirmaciones o creencias “Vivir rápido, morir pronto”. “Más vale vivir 5 años como rey que 50 como desdichado”, lo cual psíquicamente denota el esquema central nuclear de donde surge el comportamiento que se traduce en un intenso disfrute de la vida a través del consumismo y los lujos, “dinero fácil que les proporciona la vida fácil”.
Estas creencias el joven lo ve como algo inevitable, dada las progresivas carencias y olvido que ha vivido no nada más por sus procreadores sino por toda la “sociedad” como dice un célebre autor que afirma que los miembros de la delincuencia organizada, o no, son considerados como “desechos humanos” en el mundo neoliberal.
Finalmente para la mayoría de ellos, aún con fuertes limitaciones de educación formal tienen muy claro que la violencia no es genética. Por lo que “Los hombres no nacen violentos, se hacen violentos”.
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