En el mundo laboral solemos asociar el profesionalismo con la neutralidad emocional. Se nos repite que “hay que separar lo personal de lo profesional”, como si la emoción fuera un estorbo que nubla la razón. Sin embargo, la neurociencia y la experiencia organizacional demuestran lo contrario: La emoción no es debilidad, es un catalizador de comunicación efectiva y un recurso indispensable para establecer límites claros.
Un estudio de Gallup (2023) revela que el 70% de las personas que experimentan agotamiento laboral reportan que nunca han expresado sus emociones de manera asertiva en el trabajo. Y es que evitar el conflicto, callar lo que incomoda o disfrazar la molestia con pasividad no elimina los problemas, solo los pospone.
La Universidad de Yale, a través de su Center for Emotional Intelligence, encontró que los líderes capaces de reconocer y verbalizar sus emociones incrementan en un 30% la confianza percibida por sus equipos. No se trata de desbordarse, sino de reconocer: “Esto me molesta”, “esto me inquieta”, “esto me hace sentir que no soy parte del equipo”, “este límite es importante”, “así es como podemos trabajar mejor”.
El lenguaje emocional, cuando se expresa con claridad, empatía y respeto, fortalece la credibilidad y genera entornos más sostenibles.
Paradójicamente, la emoción que tanto se nos pide esconder es la que más poder tiene para marcar límites. Un “no” dicho desde el enojo reprimido puede sonar como agresión; un “no” dicho desde la calma, con conciencia de la emoción detrás, se convierte en un acto de dignidad y de respeto mutuo. Y esa es la esencia de la comunicación asertiva: Usar la emoción como brújula, no como arma.
En un contexto donde la Organización Mundial de la Salud reconoce al estrés laboral como una “epidemia global” (2022), aprender a comunicar nuestra dimensión emocional y límites ya no es opcional: Es una competencia estratégica. De hecho, los equipos que normalizan la expresión emocional reducen en un 40% la rotación de personal, según datos de la consultora McKinsey.
La razón es simple: Cuando los límites y las necesidades son claras, la colaboración fluye sin desgaste. La verdadera disrupción no está en eliminar la emoción del trabajo, sino en integrarla inteligentemente. Comunicar con emoción no es gritar, llorar o dramatizar; es tener la valentía de mostrar humanidad en un entorno que históricamente la ha negado. Y establecer límites no es cerrar puertas, sino abrir caminos para trabajar y hacer equipo.
La próxima vez que sientas que la emoción te invade en el trabajo, no la reprimas: Tradúcela.
Y pregúntate: ¿Cómo puedo compartir esta emoción desde el profesionalismo y la asertividad? Busca convertir el enojo en un límite, la frustración en una petición específica, la alegría en un reconocimiento.
Porque en esa dinámica de comunicar la emoción se construyen equipos fuertes. Es pavimentar el camino hacia un excelente clima laboral, es inyectar calidez y humanidad al entorno en el que más tiempo invertimos, es mostrar poder, pero sobre todo liderazgo.