En un mundo donde se celebra la velocidad, la eficiencia y el multitasking, paradójicamente, las organizaciones están perdiendo millones por una causa tan básica como subestimada: la mala gestión del tiempo.
Según un informe de McKinsey & Company, el empleado promedio dedica más del 60% de su jornada laboral a tareas que no aportan valor directo, como reuniones ineficaces, correos electrónicos innecesarios y procesos burocráticos. El verdadero trabajo, aquel que genera impacto, apenas ocupa el 39% de su tiempo.
Esto no es solo un problema de organización personal, sino una falla estructural y cultural dentro de muchas empresas. En lugar de cultivar entornos que favorezcan la claridad, la priorización y el trabajo profundo, muchas compañías han normalizado la urgencia constante y la saturación.
La productividad no se trata de estar ocupado todo el día, sino de trabajar con foco, propósito y eficiencia. Iniciativas como el “trabajo profundo” (Deep Work, concepto desarrollado por Cal Newport), o la adopción de metodologías ágiles, han demostrado ser claves para mejorar la gestión del tiempo y aumentar la entrega de valor real en muchas organizaciones líderes.
Pero más allá de las herramientas, el cambio debe ser cultural. Debemos dejar de medir la productividad por la cantidad de horas conectados y empezar a medirla por los resultados obtenidos y el impacto generado.
Se deben priorizar ciertas prácticas para un mejor enfoque en la gestión del tiempo y en ser más productivos, que ahora te presento:
Un buen ejercicio es institucionalizar “horas de foco” libres de reuniones, o incluso implementar jornadas con menos días laborales, como ya han probado exitosamente empresas en Islandia y Reino Unido con la semana laboral de 4 días.
También sería importante replantear el uso del tiempo en reuniones, según un estudio de Atlassian, el trabajador promedio asiste a 62 reuniones al mes, de las cuales al menos la mitad se considera una pérdida de tiempo. Las organizaciones deben ser más estratégicas: reducir el número de reuniones, establecer objetivos claros y asignar un responsable de cada sesión puede devolver horas valiosas al calendario.
Desde luego, invertir en herramientas y metodologías ágiles, adoptar metodologías como Scrum, Kanban o OKRs permite alinear esfuerzos, eliminar tareas redundantes y medir el impacto en ciclos cortos. Además, herramientas digitales bien utilizadas (y no saturadas) pueden ahorrar horas cada semana.
Y finalmente promover la autogestión del tiempo, aunque la organización debe sentar las bases, cada colaborador también debe tener formación y autonomía para administrar su tiempo. Desde técnicas como Pomodoro hasta la matriz de Eisenhower, existen métodos prácticos que ayudan a priorizar tareas y mantener el enfoque.
Las empresas que entiendan que el tiempo es el activo más estratégico de sus equipos, no solo aumentarán su productividad, sino que también cultivarán culturas laborales más sostenibles, motivadas y humanas. No se trata de trabajar más horas, sino de trabajar mejor. Y eso comienza con decisiones conscientes, tanto desde arriba como desde el corazón de los equipos.