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sábado, noviembre 23, 2024

Nacer en el narco, ser hijo del narco

L. Carlos Sánchez
Periodista y escritor sonorense, autor de varios libros en los géneros cuento, crónica, y novela.

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Relegado. Con la mirada en otro punto. Inalcanzable para nosotros que caminábamos en su contexto. Rafael Ramírez Heredia se achicó ante su presencia: “Es un asesino, le miré la mirada, la forma de su cráneo, es un asesino”. Abandonamos la prisión esa mañana luego de que el escritor conversara con los internos del taller de escritura.

Rafael no dejaba de comentar sobre la impresión que le causó Noel, ese muchacho que purgaba una condena por (efectivamente) asesinato. La psicosis le rondó las horas siguientes. A mí me sorprendió el shock al que fue sometido Ramírez Heredia, sobre todo porque el motivo de su visita a Hermosillo era la promoción de su novela ‘La mara’: ¿qué cosas habría vivido en su investigación para la construcción de ese libro?

Empecé a dudar de las peripecias que nos contara horas antes en su presentación en Casa de la Cultura. ¿Cómo es que un chavo preso lo achicopala tanto?, me cuestionaba. Recuerdo ahora que también lo llevé al área de indiciados. Recuerdo el temblor en sus palabras al intentar dialogar con uno chavito que rubricaba a perfección a esos personajes de ‘La virgen de los sicarios’, del gran Fernando Vallejo.

Ave de las tempestades, Ramírez Heredia abordó su vuelo; en la cárcel su presencia quedó como anécdota. Yo seguí trabajando con los muchachos, incluido Noel.

Anduvimos los días en lecturas y conversaciones, comiendo lo que cayera desde las ollas enormes de aluminio y a la cual en prisión se le llama yegua o rancho.

Noel se me acoplaba invariablemente. Una vez tuvo el detalle, en ese diciembre de fiestas, de regalarme unos tenis converse blancos. “Los pedí para ti”, me dijo con mirada de nobleza y ternura enorme en el tono de su voz.

Lejos, lejísimos estaba Noel de la apreciación de Ramírez Heredia sobre su persona, aunque tampoco (contradictoriamente) estaba lejos de las conclusiones el también conocido como ‘El Rayo Macoy’.

Porque en charlas de cancha de futbol, cuando nos poníamos a tirar barra luego de la cáscara, Noel me ilustraba a perfección su capacidad de violencia. Me contaba a veces sobre el asesinato que lo trajo a su actual condena, me contaba también de la primera vez que se convirtió en asesino, allá, lejos, en Jalisco, donde su familia intentaba controlar la plaza. Aquellos años perdidos en la memoria, la lejanía de lo que ahora es.

Una tarde, en corto, en ese privilegio que me confería la permanencia en la cárcel, en la lucha cotidiana por infundirles a los internos el gusto por la lectura, le pregunté a Noel sobre su futuro. Faltaba poco menos de un año para que recuperara su libertad. ¿Cambiarás de rumbo? “Esto es de familia, mi Charly, es imposible que yo me desenrede”. En su mirada, ahora sí, se dibujó una sensación implacable de impotencia y añoranza.

¿Qué añoraba Noel? Me lo dijo de sopetón: “Jugar con mis amigos, abrazar a mi padre”.

A su padre nunca más lo volvería a ver, porque en el mismo instante de la conversación, por inverosímil que parezca, a su padre lo estaban asesinando. Corroboré por la tarde noche, cuando hablé con la madre de Noel (a petición de él porque algo presentía, porque la noche anterior al día de conversar tuvo un sueño premonitorio. No se equivocó), su madre respondió al teléfono: “Falleció mi esposo, no le diga a mi hijo, yo iré en un par de días a hablar con él”.

Al día siguiente encontré a Noel en los pasillos de la prisión. Me preguntó si había hablado con su madre, respondí que sí, que todo estaba bien, que lo visitaría en un par de días.

Noel me topó de nuevo, me reclamó que no le dijera la verdad, que yo sabía lo de su padre muerto, le aclaré: “tu mamá me pidió discreción”. Entendió las normas, el respeto, me agradeció con un abrazo.

Al tiempo Noel recuperó su libertad, la cual no duró mucho: en una nota de un diario me enteré de su muerte en el interior de un hotel. Sus palabras retumbaron en mi cabeza: “Esto es de familia, mi Charly”.

Traigo a cuento la historia porque en los medios ronda la situación de Ovidio Guzmán, ‘El Chapito’ y/o ‘El Ratón’, que le gustaba comer “malteadas cremosas, los brownies y el café con leche” (Milenio, dixit).

El gusto de la inocencia, la revelación de que también es proclive a los recuerdos de infancia, quizá a las complacencias de su madre cuando niño. Y la pregunta que me ronda, similitud de ese shock al que sometió Ramírez Heredia la mirada de Noel: ¿Nacer en contexto del narco, es una condena definitiva? El futuro desencadena en violencia, al parecer: inevitable.

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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