Por Berenice Domínguez Olmedo
“La creatividad es la inteligencia que se divierte”
Albert Einstein
Como cada año, al terminar el ciclo escolar y adentrarse el verano junto con sus respectivas vacaciones, los padres, madres o tutores responsables de niños, niñas y jóvenes buscan alternativas constructivas para que los más pequeños de casa pasen los siguientes meses de verano realizando actividades que les sean favorables para el fortalecimiento de sus habilidades, conocimientos y el desarrollo de su personalidad.
Lo anterior de primera mano suena bien, pues el que los responsables de los menores busquen cómo sembrar en los pequeños la importancia que tiene en nuestra vida diaria la cultura, la ciencia, el arte y el deporte cultivará en ellos herramientas que les permitirán estar más preparados para hacerle frente a los retos a los que los adultos hoy en día nos enfrentamos y que sin duda son y seguirán siendo cada vez más desafiantes.
Pero, ¿qué sucede con aquellos niños, niñas y jóvenes que desafortunadamente se encuentran en el eslabón más débil de nuestra sociedad, aquellos que viven en condición de rezago social, pobreza y desigualdad?, la respuesta a esto es fuerte pero sencilla, ellos y ellas simplemente se quedan en una realidad donde el tiempo de ocio lejos de ser formativo o relajante les juega en contra, pues en su naturaleza curiosa estos pequeños empiezan a descubrir y entrar en contacto con la desafortunada realidad que les rodea: adicciones, pobreza, violencia y abandono social.
Ante este enfrentamiento de realidad los menores refuerzan para sí mismos que su vida está supeditada solamente a lo que su contexto inmediato les provee. Entonces, qué pasa cuando se espera que los más pequeños de estas comunidades salgan en la búsqueda de ese aprendizaje que les dejan la ciencia, la cultura, el arte y el deporte: esto simplemente NO sucede.
Es por lo anterior que nuevamente hago hincapié en la importancia que tiene el trabajo comunitario. Sabemos de antemano que los programas gubernamentales se encuentran “limitados” por temas presupuestales, las organizaciones civiles libran batallas para lograr la sustentabilidad de su objeto social y las empresas de manera esporádica o especifica realizan contribuciones en nuestras localidades. Y mientras todo lo anterior pasa, la vida en la comunidad sigue su marcha hacia un círculo vicioso que lamentablemente solo parece empeorar.
No es un secreto y es un terreno ya bastante probado que la promoción continua de actividades culturales, artísticas, científicas y deportivas en entornos conflictivos o vulnerables llegan a ser un factor que puede permear favorablemente la vida de quienes tienen la oportunidad de involucrarse en ellas, pues detonan herramientas poderosas que posee el ser humano, su: imaginación y resiliencia.
Por ello la promoción de estas actividades en el ámbito social comunitario extiende la posibilidad de formar personas con valores sociales que trasciendan en su vida y que de alguna forma les permita contribuir positivamente en la construcción de un contexto más ameno, ligero e inclusivo para todos y todas.
Resulta increíble lo ávidos que se encuentran los niños, niñas y jóvenes de nuestras comunidades por conocer e involucrarse en estas actividades, pero sobre todo lo deseosos que están por contar con un espacio propio en donde sean vistos como individuos con voz propia y merecedores de respeto, tolerancia y amor.
Y aunque continuamente se escucha que nuestros pequeños son apáticos a nuestras formas pasadas de aprender, relacionarnos y jugar la verdad es que también mucho se debe a nosotros los adultos que en nuestra prolongada rutina diaria dejamos de darnos tiempo para que solo la imaginación sea la guía.
Crear espacios comunitarios emergentes que permiten evidenciar los contextos en los que se desarrollan nuestras infancias, ayudan a la construcción de un mejor tejido social, además de que permite que se promuevan lugares seguros de inclusión en donde todos y todas tengan cabida sin importar sus circunstancias particulares.
Las enseñanzas que nos brindan los espacios donde se promueve el arte, la cultura, la ciencia y el deporte cambian vidas, pues nos muestran que siempre hay algo más grande que nosotros mismos y estas disciplinas a su vez pueden ser utilizadas como un canal para desfogar emociones, preocupaciones, anhelos y sueños.
Por esto, extiendo una invitación a involucrarse de alguna manera en espacios comunitarios en donde se les enseñe a los más pequeños y a los más jóvenes a no perder su capacidad de asombro y curiosidad por todo lo que el mundo tiene para ofrecerles.
Sencillamente es mágico ver la cara de un niño cuando descubre o logra algo por primera vez y que al mismo tiempo mientras esto sucede el logro es acogido y celebrado dentro de su propia comunidad. Esto se convierte en un motor, en ganas de que esa sensación no termine.
Berenice Domínguez Olmedo es psicóloga, gestora social comunitaria,coordinadora de Fundación Don Jorge Aguilar Heredia AC e integrante de la RED HCV.