“Al margen de la ley, nada; por encima de la ley, nadie” (AMLO).
Según la enciclopedia en línea Concepto, “las normas jurídicas son los mandatos, reglas o prescripciones emanadas de una autoridad legal o judicial. Asignan deberes, confieren derechos o imponen sanciones a los individuos que viven en una sociedad, otorgándoles un marco común por el cual juzgar sus acciones, o sea, por el cual ejercer la justicia.”
La misma fuente nos dice que las normas tienen tres características. Son heterónomas, porque es la comunidad quien las impone al individuo; son coercibles, porque es el estado quien vigila su cumplimiento, y son bilaterales, porque involucran a dos partes, el individuo sujeto a la norma y la autoridad que vigila su cumplimiento.
Habiendo normas se inhiben las conductas arbitrarias y caprichosas, permitiendo el desarrollo del todo de manera armónica y discernible, donde los individuos puedan desarrollar sus capacidades en un ambiente que los proteja y estimule su desarrollo sin lesionar a otros.
La idea anterior se rescata con precisión y contundencia en la frase “Al margen de la ley, nada: por encima de la ley, nadie”.
En este sentido, pensar que las normas o reglas afectan el “libre desarrollo de la personalidad” es tan absurdo como tratar de volver a los tiempos idílicos de la comunidad primitiva, cuyas diferencias, prioridades y valores estaban basadas únicamente en el sexo, la fortaleza física y ciertas habilidades benéficas para la sobrevivencia del grupo.
Seguramente los defensores del “libre desarrollo de la personalidad”, siendo congruentes, verían con buenos ojos que alguien ajeno llegara a su casa y les birlara lo que se le antojara; o que, en plena calle alguien se pusiera a aliviar los intestinos sin importar lo desagradable de la exhibición, o que las futuras generaciones fueran depredadoras o autodestructivas, sin respeto ni empatía por los demás.
La explicación de “tuve ganas” o “necesitaba hacerlo” no encaja en los supuestos de una conducta que atienda la importancia de respetar el derecho ajeno porque, simplemente, ignora ese derecho en aras de cumplimentar el deseo personal.
Es importante subrayar la diferencia entre el hedonismo y el “libre desarrollo de la personalidad”, habida cuenta que, para lograr tal desarrollo, el individuo debe aprender a conducirse socialmente, valorar el código moral y ético de la sociedad donde vive, entender y aceptar la importancia de las reglas en la formación de su personalidad.
Actualmente, el “libre desarrollo de la personalidad” sirve de argumento estelar para dar legitimidad y legalidad al capricho, a la simple percepción personal, echando por tierra aquello que se le oponga, es decir, las normas, reglas o disposiciones que emanen de la autoridad, sea gubernamental, escolar o familiar; como si en ausencia de reglas la gente fuera más libre y menos responsable de sus actos. Lamentablemente, en la sociedad humana eso no es posible.
Pretender que una sociedad moderna, producto y a su vez creadora de instituciones, carezca de reglas de comportamiento, sin una guía que oriente la conducta personal en el entorno social es, por lo menos, absurdo porque priva de autoridad a las instituciones y traslada el poder de decisión al individuo.
Pero, ni siquiera en los tiempos idílicos del Jardín del Edén, sus habitantes pudieron violar la regla sin castigo. La sociedad y la sociabilidad contemporánea nacen de reglas de conducta, de pactos sociales, de la ubicación del individuo en un contexto histórico y cultural determinado que, si bien es cierto que es cambiante, en ningún caso es errático o anárquico. En sentido estricto, la sociedad no cambia ni por capricho ni por azar.
En conclusión, el argumento del “libre desarrollo de la personalidad” que no toma en cuenta los elementos sociales y culturales que la conforman, queda en una caricatura conductual del progresismo infantil que niega sin entender las leyes del desarrollo social.
Ignorar el papel socializador y formativo de las normas o reglas sociales no pasa de ser una patética manifestación del esnobismo más vulgar que, por su contenido, no tiene nada que ver con ninguna posición política que sea creíble como de izquierda.
De hecho, las posiciones de la pequeña burguesía posibilista y del activismo aldeano y voluntarista coinciden bastante bien con la agenda “transformadora” del neoliberalismo globalista. Un canto de sirenas más en la larga trayectoria del sistema que enajena y mediatiza a la sociedad.
En otros asuntos, seguimos esperando justicia para los jubilados del Ayuntamiento de Hermosillo, y recuperación de las instalaciones de la escuela Leona Vicario por parte de sus alumnos.
Celebramos que no hubo pirotecnia en la ceremonia del grito, en beneficio de la paz y seguridad de los habitantes humanos, caninos y felinos.
Para concluir, le recomiendo la película “El gran reinicio” cuya liga va a continuación: https://odysee.com/@thebigreset:1/20220831_TBR_ESP:1 Da para pensar y juzgar de manera libre e informada sobre la actualidad mundial. Usted dirá.
José Darío Arredondo López