Función judicial y guerras mundiales 2/2
IV.- En la primavera de 1943, Mauricio Magdaleno –novelista y guionista de varias películas de Emilio “El Indio” Fernández- celebró que el público mexicano leyera con tanto entusiasmo la obra de Zweig. En mayo se celebró una feria del libro en la Ciudad de México donde sus libros fueron los que mejores ventas obtuvieron; era la clase media “siempre endrogada, en las librerías” encontraba en sus páginas la evasión perfecta de su vida burocrática, el ciudadano había accedido a uno de los puntos más altos de la literatura universal.
“Yo no sé –decía- qué quedará dentro de cien años de la obra de Zweig; pero él vivió una de las existencias más dramáticas de nuestro tiempo. Y ese aleteo de tortura y drama y de romanticismo está presente en todos sus libros y llega directamente al corazón, como una música que dijera sentimientos que inquietan y afligen el corazón de todos”.
Otra prueba son las adaptaciones de tres novelas en la Época de Oro.
Zweig disfrutó del último periodo de libertad que gozó su país, su continente y su cultura parte de la comunidad judía que tanto aportó a la vida cultural, política y económica de la Europa de entre siglos. Fue uno de aquellos escritores que abrazaron a la humanidad. Dejó constancia de su compromiso por la paz y la libertad en cada una de sus novelas, biografías, ensayos y en la suya.
“Nunca en mi vida –escribió en El mundo de ayer. Memorias de un europeo- he tenido la intención de convertir a los demás a mis convicciones. Me basta con manifestarlas y, sobre todo, poder manifestarlas claramente”.
Poco después de terminada la guerra, en 1922, publicó dos narraciones breves, “Amok” y “Carta de una desconocida”, que muy pronto fueron traducidas a la mayoría de los idiomas occidentales y alcanzaron un éxito asombroso.
En 1944 se estrenó en el cine Chapultepec la versión de Amok, dirigida por Antonio Momplet, con María Félix. Agustín Lara musicalizó la película. Única ocasión en que “La Doña” apareció –dentro y fuera de la pantalla- con una cabellera rubia. Se consideró la mejor película del año.
Arturo de Córdova y Marga López estelarizaron “Feliz año, amor mío”, adaptación de “Carta de una desconocida”, la historia de un amor que se consuma, pero que nunca es correspondido. En glorioso tecnicolor, en 1957 en el cine Alameda, filas kilométricas en las taquillas.
El Universal Ilustrado, revista cultural entre 1917 y 1939 difundió varios textos suyos. Uno fue parte de su ensayo biográfico de Lev Tolstoi. Sobre los ojos del genio ruso apuntó:
“Tienen suficiente ardor y pureza, estos cristales, para percibir a Dios en una elevación extática y tienen también el valor de mirar a la nada—esta cabeza de Medusa—-y de observar atentamente esa cara que petrifica.
“Nada resulta imposible para este ojo, con excepción, tal vez, de una cosa: permanecer inactivo, amodorrarse y cabecear, en la alegría tranquila y pura, en la dicha y la beatitud del sueño. Porque, imperiosamente, apenas se abren los párpados, este ojo debe lanzarse a la caza de una presa implacablemente despierto, inexorablemente cerrado a la ilusión. Destruirá toda quimera, desenmascarará toda mentira, aniquilará toda creencia: ante este ojo de verdad todo queda desnudo.”
En 1939 el mundo se encaminaba una vez más hacia el abismo. El odio, la intolerancia, la violencia, los nacionalismos, hicieron que en septiembre de aquel año se iniciara una guerra mundial todavía más monstruosa que la anterior; porque para ese momento ya se tenía una experiencia que no existía en 1914.
Hacía mucho tiempo que Zweig había abandonado su patria. El avance del nazismo lo obligó a errar por distintos caminos del exilio. Estados Unidos, Inglaterra, Dinamarca y Argentina fueron algunos de los países en los que se refugió. Sus libros, que ya eran un baluarte de las letras alemanas, habían sido quemados y desaparecidos de las bibliotecas. En ese tiempo publicó “La impaciencia del corazón”, cuyo prefacio ha quedado como una de las grandes sentencias de la literatura moderna:
“Hay dos clases de compasión. Una, la débil y sentimental, que en realidad sólo es la impaciencia del corazón por librarse lo antes posible de la penosa emoción ante una desgracia ajena, es una compasión que no es exactamente una compasión, sino una defensa instintiva del alma frente al dolor ajeno. Y la otra, la única que cuenta, es la desprovista de lo sentimental, pero creativa, que sabe lo que quiere y está dispuesta a aguantar con paciencia y resignación hasta sus últimas fuerzas e incluso más allá.”
En 1960 se llevó al cine esta novela, con dos talentos femeninos: Christiane Martell y Marta Mijares, acompañadas por Armando Silvestre. La historia de un militar y una joven aristócrata que no pueden revelar su amor porque la prima discapacitada de ella está enamorada de él, se adaptó al Guanajuato del gobierno maderista.
En el original, el romance transcurre en Austria en las vísperas de la Gran Guerra. De nuevo, el éxito fue arrollador y la película se mantuvo en cartelera por varios meses. En ella también intervienen Andrés Soler y Miguel Manzano.
La película “La impaciencia del corazón” fue un éxito en taquilla y una de las últimas apariciones de la estrella adolescente Martha Mijares.
V.- El 24 de febrero de 1942, mientras Europa se desangraba en la Segunda Guerra Mundial, El Universal hizo un espacio en su primera plana para anunciar el suicidio de Stefan Zweig.
De Río de Janeiro, Brasil, había llegado un cable fechado el día anterior: “El famoso escritor austríaco que se convirtió en un hombre sin patria debido a la propagación del nazismo en Europa, careciendo de la energía suficiente para reconstruir su vida, se suicidó hoy.”
La tensión puesta en la Segunda Guerra Mundial se interrumpió para anunciar la muerte del austriaco.
Brasil se había presentado como un destino tranquilo mientras terminaba la guerra. Pero eran ya muchas decepciones, mucha amargura para alguien que seguía creyendo en el amor y en los valores más nobles del ser humano. El día 22 de febrero de 1942, él y su esposa ingirieron dosis escandalosas de barbitúricos que acabaron con una hermosa existencia.
En México aquella partida fue hondamente sentida. Pocos días después de la noticia, la Federación Estudiantil de Universitarios rindió un homenaje al escritor europeo en el Anfiteatro Simón Bolívar de la Escuela Nacional Preparatoria de San Ildefonso. A ella asistió el gran poeta francés Jules Romains, amigo de Zweig. El trío clásico de Radio Universidad interpretó la Marcha Fúnebre de Chopin y el Andante del Trío en Mi menor de Vásquez.
En El Gran Diario de México, varios columnistas dedicaron sus espacios a comentar su vida y obra. Fígaro, por ejemplo, expresó que “Stefan Zweig pertenece a la categoría de los escritores internacionales. No se es, así nomás, escritor internacional. Hay que tener ciertas características, no fácilmente definibles, para interesar al mundo entero desde el primer instante (…)
“Zweig, por su calidad racial y sobre todo por su manera llana y plástica se apodera inmediatamente del lector, lo mismo se halle éste en Minnesota que en el Desierto del Sáhara. Escribe siempre con el ansia de hacerse entender y lo logra, como todos podemos comprobarlo (…) Conoce todas las debilidades del lector y lo logra interesar desde el primer momento hasta el último. El lector, en lugar de quedar hastiado por el estilo de este mago de la literatura, lo sobrestima y lo aprecia con el deseo de seguirlo leyendo.”
La pandemia por la covid ha traído muchas horas oscuras. En medio de un panorama tan incierto, cualquier persona tiene una segura compañía en los libros de Stefan Zweig. Su lectura alegra, conmueve y revitaliza desde los primeros renglones.
El juicio de Mauricio Magdaleno sobre el magnetismo del novelista no ha perdido vigencia.
Todos los seres pueden identificarse con sus personajes y con sus sentimientos. Su sensibilidad lo hace maravilloso. Aquel europeo es el mejor aliado para quien, en un momento tan difícil como el 2021, cree aún en la libertad y la dignidad humana en contra del miedo y la opresión.
Héctor Rodríguez Espinoza