“La naturaleza siempre vela por la preservación del universo” (Robert Boyle).
La OMS recomienda 9 m2 de área verde por habitante, con lo que Hermosillo se convierte en ejemplo de mala conducta urbana y ecológica, habida cuenta que los esfuerzos de las administraciones municipales, agarradas de la mano de las estatales, han hecho su mejor esfuerzo en convertir el espacio urbano en rentables planchas de cemento salpicadas de pasto artificial y con ello lograr grandes y redituables negocios.
Lo malo de este asunto es que la carencia de áreas verdes dificulta la sociabilidad, afecta la salud física y mental y crea un ambiente favorable a la contaminación.
El preocupante caso del Parque de Villa de Seris, el descuido del Parque Madero, el descarado agandalle de los terrenos del Vado del Río, la obtusa desviación de las aguas del Río San Miguel, la inexplicable fiebre constructora de fraccionamientos de lujo, con lago artificial, con agua abundante, con condiciones que para nada se parecen a las normales del Hermosillo del 99% de los habitantes, llaman a pensar seriamente en que nuestras autoridades padecen de autismo social.
En el reciente problema de El Cárcamo de la Sauceda, donde se demostró que las ambiciones de algunos van de la mano con la torpeza y el pragmatismo de otros, un grupo de ciudadanos se manifestó en oposición a la criminal intentona de vender ese espacio, parte del sistema de humedales de Hermosillo.
Es imposible olvidar la explicación plana y ridícula que se dio en aquel momento: “los bienes son para aliviar males”, refiriendo la necesidad de pavimentar algunas vialidades a costa de liquidar patrimonio. El gobierno federal tuvo que intervenir en este caso, como también lo hizo en el de los estadios Héctor Espino y Tomás Oros Gaytán.
Mientras la ciudad crece verticalmente y se agotan los espacios horizontales, las zonas arboladas donde crece la diversidad vegetal se ven reducidas a niveles de maceta, de ínfima isla en medio del calor asociado al éxito inmobiliario, para jolgorio de contratistas, desarrolladores y cumplidos funcionarios que, de seguro, lo hacen por el simple gusto de colaborar con el progreso, con la generación de empleo, con la imagen moderna y competitiva de nuestra ciudad capital.
Pero atendiendo a la fuerza de gravedad, quien se instala en la nube del progreso inmobiliario en una zona desértica o semidesértica, con estrés hídrico, con una sequía que se magnifica por el calor que proveen las áreas encementadas y con alfombras de césped artificial, tarde o temprano tiene que caer, arrastrando en su caída las promesas, las expectativas y la inversión en edificaciones que generan altos costos de mantenimiento, de gasto en energía eléctrica, tanto como usuarios y clientelas muy por encima del nivel de ingresos y capacidad de gasto de la familia promedio.
El colmo del absurdo es construir fraccionamientos donde una casa está pegada a otra en una sucesión infinita de pequeños cajones que sofocan a sus habitantes, aumentan el consumo eléctrico y reducen a polvo la intimidad, el sentido de pertenencia y la tranquilidad.
La ciudad así concebida, no es un espacio de convivencia social incluyente, sano y protector, sino una zona de expulsión poblacional, de exclusión, enfermedad y miedo, donde unos tienen lo que la inmensa mayoría quisiera pero que no puede; es decir, espacios ambientalmente sanos donde sea posible la buena vecindad y la convivencia.
Al parecer no existe planificación urbana, ni un órgano que norme y vigile el crecimiento de la ciudad, hasta ahora errático, peligroso y contrario a las más elementales pautas urbanísticas y de higiene ambiental.
El que termina es un trienio más que se pierde en pleitos cacahuateros, en exhibicionismos ramplones y minúsculas acciones paliativas, con ausencia de planeación y corrección del rumbo, lo que puede sugerir la ausencia de voluntad para la prevención real y objetiva de las enfermedades echando mano del mejoramiento del ambiente.
Sin embargo, si se aprovechara la experiencia, cabría esperar que el nuevo gobierno pudiera ser distinto, respetuoso del ambiente, celoso del cumplimiento de la ley y propositivo en materia de proyectos ecológicos situados en la solución de los problemas reales y concretos de nuestra ciudad. Que así sea.
José Darío Arredondo López