Columna Desde la Polis
En mi ensayo de admisión para el posgrado, tuve que escribir sobre alguna política pública necesaria, sin distingo de lugar o problemática. En ese momento (2007), yo no veía ninguna alternativa política tradicional que pudiera ser una luz de cambio en México. Tras el fraude del 2006 y con sólo 10 meses de gobierno, me quedaba claro que ese sexenio sería un baño de sangre con la política de seguridad de Calderón; el aparato educativo se le empeñó a “La Maestra”; nuestra economía -como siempre- tenía un sistema inmunológico precario y finalmente, no había para dónde voltear en cuanto a cuadros políticos. ¿De dónde vendría la solución y el cambio, si quienes estaban en el juego se beneficiaban explícitamente de las condiciones de país que teníamos? Propuse la necesidad de darle “dientes” a los ciudadanos, para generar un contrapeso real ante las estructuras políticas tradicionales. En la primavera del 2010, tras dos muy intensos años de trabajo y estudio, escribí la tesis “El involucramiento ciudadano como alternativa para enfrentar la criminalidad en México”. Aún cuando fue vista como muy controversial por algunos miembros del comité que la evaluaron (ellos consideraban que se invertía la “pirámide de poder” asignando roles sui generis a los ciudadanos frente a la política mexicana), fue un documento muy afortunado que sentó las bases para lo que después se convirtió en el primer ejercicio de diseño y ejecución de política pública con participación únicamente ciudadana, en la historia de México.
Además de ser una tesis con ejes puramente técnicos sobre qué hacer, con qué, cómo y con quiénes frente a los más sensibles problemas de criminalidad y subdesarrollo social en México, el texto -quizá sin ser esa mi intención- paralelamente se convirtió en un manifiesto político y por qué, en las manos correctas, una serie de estrategias debidamente coordinadas por un poder ejecutivo, podía también generar una gran acumulación de poder (eso también puede ser nocivo). Exactamente un año y medio después de presentar mi texto, un querido profesor harvardiano me hizo llegar un libro que Salinas de Gortari acababa de publicar, titulado “Qué hacer: La alternativa ciudadana”. Con ese nombre, mi curiosidad estaba al límite y lo leí en una sentada. Para mi sorpresa, más del 90% del texto del expresidente coincidía con lo que yo había escrito para mi tesis, concretamente en todo lo referente a los mecanismos de poder y la manera en la que se le podía dar cauce a la ciudadanía en un proceso político. No obstante, había una diferencia central: sofisticado como es, Salinas delineó -con gran visión- una ruta completamente nueva en el paradigma político de México, para llegar al poder y una vez estando ahí, amasar y amasar control y más poder… pero que ello lo llevaran a cabo los mismos de siempre y esto último representa una falla insalvable, que atenta contra la intención de crear un país con ciudadanos libres y con esperanza. Tiempo después, ese mismo profesor que me había hecho llegar el libro, le escribió al expresidente recomendándole nos reuniéramos a platicar. Platicando de nuestros textos y los puntos en común, le expuse lo que he descrito en esta columna, a lo que respondió con una sonrisita maliciosa y un “todo puede suceder”.
Hace un año dije que cualquier país que no tenga una oposición, corre riesgos de sucumbir a prácticas antidemocráticas. Y ojo: mi reflexión es como simpatizante de las premisas centrales de la oferta política que hoy despacha desde Palacio Nacional. Efectivamente, la oposición está moralmente derrotada… y se lo ganaron a pulso. Hace un año, en sus homilías diarias, el Presidente machacaba a sus antecesores y a sus adversarios para devaluarlos. “Están muy enojados porque están borrados”, dijo con razón. Sin embargo, como lo escribí entonces y lo digo ahora: tanto el Presidente como sus soldados en medios de comunicación se equivocan críticamente al identificar a quienes critican a este gobierno como oposición tradicional, porque es muy fácil decir que el PRIANRD es adversario porque se opone (sin calidad, sin rumbo, sin credibilidad) pero es otra circunstancia totalmente distinta cuando hay bloques de sociedad civil que también lo hacen. No me refiero a FRENA o demás vaciladas de ignorantes y fascistoides, sino a gente común y corriente que piensa, que no está becada por el gobierno, que la tiene muy difícil y que ejerce un sitio central en la manutención económica del país. Ese grupo hoy está atomizado, a la deriva. Muchos votaron por AMLO pero ahora están desconcertados. Como escribí hace un año: cuidado con ellos, porque de lograr encontrar una figura (sea persona o causa) que los organice, serían un “gran riesgo” para el actual poder central.
No obstante, su manifestación sería muy benéfica para nuestro desarrollo democrático, pues forzarían a que se elevara el nivel de la competencia. Hoy no existe un político -morenista o no- que explore esa avenida para explotar el potencial de un proceso político distinto, vía la ciudadanía; lo del 2018 no lo fue y tampoco lo es hoy en el gobierno. No es coincidencia que, brillante y muy perverso a la vez, Salinas se haya distinguido tanto del resto de la clase política nacional.
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