Columna Desde la Polis
Me había abstenido de tocar el tema Lozoya porque no se me da especular y en las últimas semanas no había información seria que nos diera ideas claras. Sospeché que si él regresaba -tan campante y dócil- a nuestro país, era porque había un acuerdo con el gobierno federal; la clave era saber la calidad del mismo. Hoy conocemos el contenido de la denuncia, ya vimos videos de maletas con dinero, ya se manifestaron gobernadores del PAN aludidos por Emilito y hasta vimos a Pío (de realismo mágico el nombre, dadas las circunstancias) ingresando a la colección fílmica de los pecados políticos mexicanos. ¡Vaya días!
Voté por AMLO -y le ayudé como candidato- con la convicción de que lo anterior que nos “gobernó” fue muy nocivo. Creí (y no pierdo la esperanza aun) que en seis años podían sentarse las bases para una larga transición -de unos veinticinco años- que pudiera sacar a México del profundo subdesarrollo. Para esto sucediera, tenían que tomarse decisiones fundamentales: apostarle todo a la creación de capacidades en los más desposeídos (seguridad, salud y educación), ajustar fiscalmente a la oligarquía (que se le acabara la ubre a la “Mafia del Poder”), romper las concesiones implícitas con el crimen organizado, llevar ante la justicia a los protagonistas políticos que le hicieron daño al país con tal de engordar su patrimonio y, finalmente, crear una nueva élite política con tantos mexicanos de primer nivel que simpatizaban con esta nueva opción. Esa fue la expectativa.
Se comenzó el Gobierno diciendo que se había hecho historia; no era el 2024, sino el 2018 y ya comenzaba esa narrativa. No cincuenta, cien o doscientos años después, sino a priori… se autodenominaba como una transformación al nivel de la Independencia, la Reforma y la Revolución. Se conformó -como siempre- un Congreso de la Unión con cuadros mayoritariamente mediocres y al igual que en Sonora, en todo el país arribó al poder en alcaldías y congresos locales, una fauna para asustar a cualquiera. No me asustó este escenario porque sé del pragmatismo presidencial y de su vagancia, y aun cuando siempre le he dado una importancia prioritaria a lo local -para desarrollar lo nacional- en un país tan centralizado como el nuestro, se podía tener mucha fe en lo que hiciera un gobierno nacional. Por eso opté por esta opción política… como tantos que leen este texto.
Desafortunadamente, se configuró un gabinete mediano: los “90% honestos y 10% capaces”, donde esa honestidad terminó siendo relativa aunque sí sinónimo de incapacidad. Los programas sociales están confeccionados como si viviéramos en los setentas, los representantes estatales del Presidente se eligieron por haber cargado matracas, no por saber qué hacer y por consecuencia han sido incapaces de generar un contrapeso político frente a los gobiernos de oposición (que se crecieron). Las tres principales avenidas para desarrollar al país (seguridad, educación y salud) están colapsadas y sin rumbo. Tras la pandemia, de la economía mejor no hablamos. Esta es la realidad, frente a aquella expectativa. ¿Está todo perdido? Para nada… el problema es que para arreglar y para corregir hay que ajustar mejorando estrategia y cuadros. La esperanza es que exista una visión y una voluntad para hacerlo… y ello no implica renunciar a un ejercicio del poder invertido enteramente en generar justicia social. Contrario a lo que las grandes mayorías (históricamente ingenuas) creen, nuestro presidente es brutalmente pragmático, por eso un día acusaba a mafiosos del poder y al otro los invitaba a comer tamalitos a Palacio. Ojalá ese pragmatismo le permita corregir.
Muchos de los problemas en salud, economía, inseguridad y educación tienen su continuidad nociva en lo que sucede a nivel local… pero en un acto de desconocimiento e improvisación, el gobierno federal se atribuyó políticamente la tarea de “mejorarlo todo” (sin poderlo hacer) y la gente ya los voltea a ver como responsables. Qué mejor ejemplo que la inseguridad: pregúntenle al paisano. Imposibilitado de cumplir promesas, el gobierno tiene ahorita una sola salida, con un poderosísimo potencial para sanear al país y para trazar una nueva ruta en la vida pública nacional: la de llevar ante la justicia a quienes enajenaron al país como si fuera de ellos. Con Lozoya hay un comienzo.
Tras leer la denuncia de Emilito, me queda claro que el 50% se la dictaron y entiendo que se necesite generar estridencia para que la atención popular voltee hacia allá. Hasta el cansancio he escrito (y justificado) la necesidad jurídica, social y política de procesar y encarcelar a ex presidentes, ex legisladores, ex gobernadores y empresarios. Hace año y medio, el gobierno federal no hubiera imaginado hacerlo (explícitamente lo evadió)… pero hoy no queda de otra. No es revanchismo, es justicia. Pero si no se hace bien, si sólo es circo barato, si sólo son chismes para acalambrar a la oposición… se le hará un profundo daño al país, se perderá la oportunidad y lo último que hará este gobierno es trascender. Pero lo peor: se le despojará a la gente de la poderosa herramienta que es la esperanza colectiva de poder ser mejores. Momentos como este son los que separan a los grillos tropicales de los estadistas históricos.
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