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sábado, noviembre 23, 2024

El punto es la crueldad: Trump y el trauma generacional

Bruno Ríos
Bruno Ríos es doctor en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Houston. Escritor, académico y editor.

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Me sorprendió la forma en la que leí, de corrido, este libro. Aunque quizás no debería sorprenderme. Este tipo de historias siempre se sienten como si fueran una especie de ventana hacia vidas ajenas que casi nunca se nos revelan. Se siente también como si no tuviéramos derecho de saber ciertas cosas, como si el mundo privado de una familia, incluso esta, tuviera que mantenerse en el anonimato por el resto del tiempo. Sin embargo, desde la primera página la narrativa de la familia Trump, escrita por una de sus testigos, me atrapó como pocos libros lo han hecho en mucho tiempo.
Sin duda, Mary Trump sabe escribir y eso ayuda. No por nada tiene una maestría en literatura inglesa por la universidad de Columbia y ha estudiado la obra de William Faulkner a profundidad. Pero no fue sólo eso lo que me hizo leer de un jalón las 225 páginas del libro. Too Much and Never Enough, representa una oportunidad como pocas para entender el trauma generacional de una de las familias más poderosas del mundo. O, mejor, el génesis del presidente más repudiado de la historia de los Estados Unidos.
Tengo que admitir que nunca me han interesado los libros escritos sobre la administración actual. Incluso los detalles más soberbios han sido desmenuzados una y otra vez por los medios de comunicación masiva. Además, las entrevistas a sus autores revelan incluso mucho más sobre el proceso de escritura en sí y los motivos políticos tras la publicación de la obra. Tal vez el único otro libro que valga la pena leer es el del legendario periodista Bob Woodward.
Lo que distingue al libro de Mary Trump, además de tener un doctorado en psicología clínica y ser parte crucial de la historia familiar, es que muestra de forma muy clara las dinámicas de construcción (o en este caso de deconstrucción) de las personas y su carácter. Desde 2015, cuando Donald Trump bajó por las escaleras eléctricas de Trump Tower en New York para anunciar su campaña presidencial destructiva y xenofóbica, racista y teatral, tanto expertos como periodistas y opinólogos han tratado de explicar incansablemente las absurdas actitudes y comentarios del ahora presidente.
Desde un narcisismo patológico hasta elucubraciones sobre ser un genio de la manipulación mediática que lo vuelve, por ende, un actor político sin precedentes, los diagnósticos son tan variados como sus desplantes de soberbia e ineptitud. Sin embargo, lo que su sobrina revela y analiza de forma sucinta y transparente, es que Donald no es otra cosa que el producto de una familia en la que el único valor que importa es el monetario. En pocas palabras, la única fuente de amor dentro de una familia sociópata y disfuncional como esta es el dinero.
Donald, como el segundo hijo varón, es el único de la familia que fue validado por la figura del padre, Fred. Si bien el abuelo Trump se nos presenta como un hombre producto de su tiempo, su incapacidad por demostrar afecto (una actitud que siempre despreció como una forma de debilidad) es un claro ejemplo de una idiosincrasia alimentada por la masculinidad tóxica que ahora vemos reflejada en su hijo. El hijo mayor de la familia, Freddy, padre de la autora del libro, fue en cambio completamente anulado por los miembros de la familia.
Uno de los pasajes de esta historia que ejemplifica la total falta de compasión por parte de los miembros de la familia, es la muerte del hijo mayor. Tras largos años de alcoholismo, mientras convalecía enfermo y eventualmente moría solo en una cama de hospital, el padre de Freddy seguía ocupado en su oficina y Donald, sin noticias todavía por parte de los médicos, decidió ir al cine. Su hermano murió a media película.
Ninguno de los bienes del imperio Trump fueron a parar en las manos de los hijos de Freddy Trump. Al contrario, la familia se encargó de eliminarlos de toda herencia posible. Si algo llevan consigo es sólo el apellido.
Otra de las cosas que me parecen muy relevantes de este libro es que rastrea las patologías del jefe de familia a una de las cosas que aún padecemos hoy en día y que, a mitad del siglo XX, apenas comenzaban a surgir. Me refiero a la única especie de guía moral/ideológica que puede explicar ciertos comportamientos en Donald ahora, y en el sufrimiento que le ha infligido al país. Mary Trump hace la conexión a los orígenes de lo que ahora llamamos “mindfulness” o “pensamiento positivo”. Uno de sus primeros exponentes fue el pastor Norman Vincent Peale, que en 1952 publicó su libro El poder del pensamiento positivo. Este sería la semilla inicial de lo que ahora conocemos como el “evangelio de la prosperidad”: un artefacto impecablemente norteamericano de doctrina cristiana y muy popular en los movimientos evangélicos de finales de siglo que, sin duda, también son prevalentes en México.
Muy brevemente, desde ese entonces se puede ver cómo los fundamentos del pensamiento mágico de “pensar positivo” como forma de alcanzar el éxito lo único que generan son actitudes vacías de herramientas para afrontar la realidad. Su ejemplo más claro es Donald Trump, un hombre que, a juicio de su propia sobrina, es incapaz de sentir el sufrimiento de los demás y vive en la completa ilusión de estar siempre en lo correcto. Su “pensamiento positivo” es lo que lo ha llevado a decir, con ayuda de la institución que lo protege y sus aduladores, que la crisis del COVID-19 simplemente desaparecerá. Cuando se le ha preguntado por qué dice eso, su respuesta ha sido siempre la misma: porque él es un optimista.
Al final, este libro vale la pena no sólo por el hecho de dibujar el trauma generacional de la familia del presidente de los Estados Unidos, sino como un caso excepcional de lo destructivo que puede ser la masculinidad. Más allá de los diagnósticos clínicos que se pudieran o no hacer sobre los orígenes del desastre de estas personas, lo que el lector puede llevarse es la narración aplastante de cómo los hombres y las mujeres, bajo el yugo de los valores masculinos, se les ha instruido a no sentir nada. En ese sentido, tal vez todas y todos somos víctimas de la misma patología.

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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