La depresión es una enfermedad mental, caracterizada por profunda tristeza, animo bajo, pérdida del interés y disminución del funcionamiento global de quien la padece. En tiempos de confinamiento por COVID-19, los niños han sido afectados emocionalmente en mayor o menor grado, al interrumpir la vida fuera de casa, en pleno momento en que están incorporando en su desarrollo, los múltiples estímulos de la vida social.
Los síntomas comunes de la depresión en este grupo de edad son: tristeza o irritabilidad, berrinches y aburrimiento, quejas físicas como dolor de cabeza o dolor abdominal, cambios en el apetito con pérdida o ganancia de peso y alteraciones del sueño. Pérdida del interés en las actividades de juego o entretenimiento que suele disfrutar, pérdida de energía, fatiga, agotamiento sin razón aparente. Sentimientos de culpa o autorreproches por cosas que no ha hecho, incapacidad para concentrarse e indecisión. En niños de edad escolar y mayores se agregan sentimientos de soledad y desesperanza, pensamientos repetitivos de muerte o suicidio, deseos de morir o intento de suicidio.
Se estima que la frecuencia de la depresión en niños preescolares es del 0.3%, en niños de edad escolar un 2%, y un 4.7% en los adolescentes. La depresión menor o también llamada distimia, es un tipo de depresión que se manifiesta por lo menos durante un año se presenta con más frecuencia en la etapa escolar con respecto a los adolescentes. Sin embargo, a la depresión se asocia a otros trastornos de las emociones y del comportamiento hasta en un 40%. Antes de la pubertad la depresión es mas frecuente en varones, en la adolescencia se invierte, siendo más común en las mujeres.
Las causas de la depresión son multifactoriales y han sido ampliamente estudiadas. La influencia que tiene el riesgo individual, por carga genética, riesgos en el neurodesarrollo y los factores psicosociales toman participación para que el problema se presente. Hoy nos ocupa identificar la presencia de factores familiares y del medio ambiente por las implicaciones que ha tenido el encierro prolongado por la contingencia sanitaria, y que en muchos casos están siendo detonantes de la depresión.
Los problemas emocionales en la infancia son graves, debido al deterioro en el funcionamiento general del menor en la casa, la escuela y en el entorno social. Respecto a la edad de inicio, existen referencias que puede ser tan temprana que a los 2-3 años se presenten las manifestaciones. A esta edad los síntomas predominantes son psicosomáticos, es decir molestias físicas; inhibición, lentitud de la conducta, escasa reactividad, tendencia al aislamiento, soledad, falta de interés, falta de apetito, insomnio, llanto y excesivo, apego excesivo a sus padres o cuidadores. Los preescolares pudieran expresar irritabilidad, agresividad e inhibición o desinterés en el juego. En los niños de etapa escolar se agregan tristeza, llanto, irritabilidad y agresividad hacia sí mismo y/o hacia los demás.
En los adolescentes pueden asociarse a los síntomas anteriores, conductas antisociales, de oposición y protesta, ideas e intentos suicidas identificados como el síntoma grave de la depresión. Para propósitos diagnósticos y terapéuticos, el psicólogo o psiquiatra infantil, pueden ayudar al paciente a identificar los síntomas, el grado de severidad y cuáles son los más susceptibles de intervención inmediata y prevenir conductas de riesgo o prevenir recaídas.
La depresión se puede confundir con la ansiedad, trastornos de conducta y el trastorno por déficit de atención, que coexisten frecuentemente con la depresión. El trastorno por ansiedad de separación en la infancia se puede parecer a la depresión, los niños que padecen trastorno reactivo de vinculo en la infancia presentan apatía y parecer deprimidos también. Es importante diferenciar los estados depresivos secundarios al uso de medicamentos que actúan en el sistema nervioso central, antiepilépticos, esteroides, y algunos antidepresivos, alteraciones metabólicas como el hipertiroidismo, epilepsia o cáncer, entre otros. Diferenciar en los adolescentes el consumo de sustancias psicotrópicas, tabaco, alcohol o la supresión de drogas ilícitas que puede simular episodios de depresión.
Entre más temprano se detecte la depresión, mejor respuesta a las ayudas y por tiempos más breves. La intervención psicoterapéutica temprana y breve con enfoque cognoscitivo conductual es el método más utilizado que mejores resultados ofrece. En estas intervenciones los padres o cuidadores toman una participación activa y de manera específica sobre los síntomas que deterioran el funcionamiento global del niño. La eficacia de los fármacos en niños es menor que la evidencia reportada en adolescentes y adultos. Las intervenciones psicosociales cuando se asocian al tratamiento farmacológico en los adolescentes pueden tener mayor beneficio.
La depresión en la infancia, es un problema del cual no se piensa que un niño la pudiera padecer, y fácilmente pensar que el menor sufre pereza, o su mal genio sea por su carácter, si la predominancia son los síntomas físicos, la ayuda médica usualmente es el primer paso que los padres realizan, sin embargo, la persistencia de los cambios emocionales, motivacionales y de la conducta son indicativos de la presencia de un problema de inicio temprano como es la depresión. Atender a los niños a tiempo, ayudarles a recuperar su nivel de desempeño en todas sus áreas y prevenir recaídas, es lo mejor que podemos hacer por los niños y adolescentes.
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