Columna Diálogo
Como desde hace tiempo se venía advirtiendo y México fue de los pocos países que se negaron a aceptar la realidad, todo indica que ha comenzado el fin de una era económica para el mundo: la era del petróleo; y el principio del fin del modelo de negocios que hoy representa Pemex.
El 2020 se vislumbra como el peor año en la historia del mercado petrolero; la Agencia Internacional de Energía (AIE) advierte que la caída récord de la demanda este año ocasionada por la pandemia COVID-19 significa borrar prácticamente todo el crecimiento del consumo de petróleo en la última década.
Si a ello sumamos la crisis interna de Pemex y las malas decisiones de nuestro país en el tema energético, la inconcebible insistencia una y otra vez en invertir en energías fósiles en lugar de apostar por las energías renovables, entenderemos el por qué del fracaso.
El lunes el precio del petróleo de EEUU sufre un derrumbe histórico y por ende la mezcla mexicana de exportación sufrió también una baja de más del 100% respecto al cierre del viernes pasado.
Pero vamos por pasos:
Uno: Las agencias calificadoras Fitch Ratings y Moody’s redujeron el viernes pasado con diferencia de horas la calificación crediticia de la paraestatal a consecuencia del alto riesgo de negocio y liquidez de la compañía, lo cual implica que los bonos en moneda extranjera de Pemex perdieron el grado de inversión dejando a la petrolera en grado especulativo. ¿Por qué?
Moody’s expuso que “el futuro de la compañía es incierto debido a los bajos precios actuales del petróleo y los próximos vencimientos de deuda”. La calificadora también observó de manera negativa que Pemex aún en medio de la crisis insista en priorizar el negocio de la refinación por encima de la exploración y producción.
Dicha agencia degradó además de manera simultánea la nota soberana de México ante la debilidad de crecimiento económico y la crisis financiera de Pemex, así como una debilidad en el marco legal y capacidad institucional. Éstos últimos conceptos muy fuertes para analizar aparte.
La crisis mundial por la pandemia pone a México y especialmente a Pemex en una crisis aguda donde habrá perdidas masivas que pueden arrastrar a la economía mexicana.
Dos: La pandemia global por el Covid-19 que puso al planeta de cabeza, terminó por detonar el mercado petrolero con la paralización de actividades alrededor del mundo, pues el cierre de fronteras; suspensión de vuelos; cancelación de transportes de carga; turismo y múltiples servicios cuya materia prima dependía del sector energético trajo consigo el hundimiento de la demanda petrolera.
De 90 mdb diarios de petróleo que el mundo consumía la demanda cayó primero a 9.3 millones de barriles al día, y en conjunto para el segundo trimestre del año se calcula que el consumo mundial bajará en una media de más de 23 mdb respecto al mismo período del 2019.
Y así será todo abril, la demanda continuará bajando mientras la producción seguirá creciendo y sobrepasará la capacidad de almacenamiento. Justo esto y que el martes venció en EU el plazo para el cierre de contratos a futuro con una muy baja demanda, fue lo que provocó el colapso histórico con el derrumbe del precio del petróleo WTI de EU.
El acuerdo logrado por la OPEP para comenzar a recortar la producción a partir de mayo servirá para evitar un mayor impacto a partir de ese mes con una reducción récord esperada de 10mdb, aunque el ajuste efectivo será de 9.7mdb por la alta producción que no se logró detener en abril.
Eventualmente los precios se recuperarán conforme se vayan relajando las medidas restrictivas de aislamiento y paralización de actividades en todo el mundo, pero la recuperación será muy gradual. Y ni la economía ni los mercados internacionales serán los mismos.
Podríamos pues resumir que la degradación de Pemex a ‘bonos basura’ implica en principio que los tenedores de dichos bonos se tienen que deshacer de ellos lo más pronto posible; que esto pegará directamente en las finanzas públicas y que las pérdidas que ya arrastra la compañía se van a incrementar.
Por otro lado, las consecuencias de la pandemia y la crisis de salud nos están dejando claro que la economía del mundo ya se movió hacia una dirección que no apunta a los energéticos fósiles, con independencia de que el gobierno de México lo acepte o no.
Desde hace años este ha sido un tema recurrente a nivel nacional e internacional y nuestro país ha sido el único que no ha querido entender; muchos países lo han demostrado por ejemplo con la producción de autos eléctricos o la apuesta por energías limpias.
Ahora con Pemex a punto del naufragio, una calificación crediticia sin mucho margen de maniobra y una deuda en aumento, en medio de la mayor crisis de la historia reciente a nivel mundial, es momento de dejar atrás obsesiones ideológicas.
Estamos ante el mayor ejemplo que las visiones cargadas de ideología no terminan siendo una buena idea. Cuando las decisiones se toman desde una base ideológica y no técnica, no desde el raciocinio cuestan mucho; ahí está Venezuela que también en su momento apostó todo a su abundancia petrolera y terminó ahogado en crudo.
México tiene una de las mejores oportunidades de ensayar un estilo de transición energética diferente: Una economía diversificada que cuenta con hidrocarburos y es uno de los países mejor dotados en energía eólica y energía solar, y ahora con el yacimiento mas grande de Litio en el mundo ubicado aquí en Sonora.
Los hidrocarburos seguramente no desaparecerán de la economía en un futuro próximo, pero debemos apostar a una transición energética que nos pueda permitir a mediano plazo construir una economía diferente, más sólida y sobretodo menos dependiente.