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viernes, noviembre 22, 2024

La Peste, de Albert Camus: una crónica en tiempo real

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Entretanto, me cuenta Fielding, la madre naturaleza sigue mirando al frente, descarga una patada en el suelo y chasquea la lengua. Campeona siempre de la monogamia, está preparando nuevas y rarísimas enfermedades. No piensa soportar que las cosas sigan así.

-Dinero, Martin Amis.

En consecuencia con la muy natural actitud conspiranoico-pánico-alarmista que profesamos los seres humanos con más devoción que la orientada hacia el bienestar individual, un día de la semana antepasada me dio por investigar sobre el coronavirus.

No había leído más de dos artículos cuando el famoso algoritmo googleano me llevó a la lectura del artículo “Héctor Abad Faciolince: lecturas para superar la cuarentena”, publicado el 12 de marzo en El País y en el que el mencionado autor recomienda La Peste, de Albert Camus.

Hasta ahí llegó mi excursión hacia la literatura coronavírica, pues el texto me llevó a otros temas que nada tenían que ver con el objeto de mi investigación, como lo fue averiguar si Enrique Vila-Matas alguna vez había comentado algo a propósito de Albert Camus. No encontré nada.

La verdadera consecuencia de la lectura del artículo, sin embargo, no fue haberme desviado del objetivo primigenio, sino que de repente me hallé releyendo la novela del franco-argelino.

No soy un lector propicio a las relecturas. Me considero un lector lento y poco eficiente, por eso y porque me gusta fanfarronear prefiero leer a un autor nuevo o alguna novela de moda, antes que “malgastar” el tiempo releyendo algo que no me permite bravuconear con el número de obras leídas o la variedad de autores conocidos.

Pero existen sus honorables excepciones; algunas veces esto provocó la caída de algún ídolo o novela, pero otras sirvió para comprender ideas que antes no entendía o a las que no presté suficiente atención debido a la falta de experiencia práctica cuando los leí por primera vez.

La Peste fue publicada en 1947, 10 años antes de que a este pensador ganara el Premio Nobel de Literatura pese a que Camus no puede clasificarse, en el sentido artístico del término, como escritor. Señalo esto porque en el mundo literario se le reconoce como un autor parco, descriptivo pero de forma muy sintética sin caer en el simbolismo.

Lo anterior no aplica para La Peste; si revisamos la bibliografía del autor -novela, ensayo filosófico, teatro, artículos periodísticos y cuentos-, es probablemente su novela más extensa. Se le puede oponer El primer hombre, pero al ser póstuma no sabemos cuál era la intención final ni cómo se vería afectada por la edición.

La novela narra los hechos sucedidos en los años 40 del siglo pasado en Orán, una pequeña ciudad costera de Argelia, asediada intempestivamente por la peste. Su propagación apresurada obliga a las autoridades a imponer un estado de sitio, y a sus ciudadanos a comprometerse en la desmoralizante lucha contra un enemigo que requiere algo más que voluntad para vencerlo, o limitarse a ser espectadores.

Todo comienza una primaveral mañana en que el doctor Bernard Rieux encuentra una rata muerta a mitad del pasillo principal del edificio en que vive. Cuando hace este hecho del conocimiento del portero, este se indigna ante la posibilidad de que estén reclamando la calidad de su trabajo y promete descubrir quién es el artífice de esta mala broma.

“La manera más cómoda para conocer una ciudad”, comenta el narrador, “es averiguar cómo se trabaja en ella, cómo se ama y cómo se muere. En nuestra ciudad, por efecto del clima, todo ello se hace igual, con el mismo aire frenético y ausente. Es decir, que uno se aburre y se dedica a adquirir hábitos”.

Lo que el escritor dice es que Orán es una ciudad completamente moderna, insinuando que sus habitantes son gente que trabaja mucho con el puro objetivo de enriquecerse, lo que significa el embrutecimiento de su parte humana. La idiosincrasia es ser totalmente indiferentes hacia el resto de sus congéneres e incapaces de empatía.

La situación de las ratas que salen a morir en la calle empieza a incrementarse hasta el punto de que nadie acepta que la peste los tiene en sus fauces, hasta que la autoridad comienza a tratar el tema de las pérdidas humanas como una simple etapa administrativa. Cuando el pueblo entero pierde la dignidad, entonces empiezan a ser autocríticos con respecto a su vida y objetivos. ¿Vale la pena la vida si estamos condenados a desaparecer y somos minúsculos e intrascendentes?

La novela transcurre en un espacio de tiempo que va de la primavera del año 0 a la del año siguiente; es narrada en primera persona por un cronista omnisciente que alega ser objetivo, fundando esta idea en que cuenta con manuscritos y testimonios orales de los principales actores de esta épica.

Recuerdo haber comprado mi ejemplar de la novela en la desaparecida Librería de Cristal, probablemente fue el tercer o cuarto libro que leí de él y no me gustó tanto como El Extranjero. Digo esto porque aquél ejemplar que leí, lo regalé a un tío y recuerdo bien que únicamente fue un diálogo muy breve el que subrayé como importante, mientras que en el ejemplar de relectura marqué un 30.4% de las páginas.

Camus era un filósofo, pensador o intelectual que dramatizaba su prosa para hacer sus ideas de nuestro conocimiento, no obstante, La Peste sí es una verdadera novela en el sentido literario-artístico del concepto.

La prosa utilizada es profundamente alegórica y es otro de sus libros en los que recurre a la intertextualidad, esta vez con El Extranjero y El Proceso. La primer referencia la encontramos en la página 51, donde dice “Durante la conversación, la vendedora habló de un proceso reciente que hacía mucho ruido en Argel. Se trataba de un joven empleado que había matado a un árabe en una playa”. Con este hecho cierra la primera parte de El Extranjero.

La referencia a la novela de Kafka aparece un par de páginas delante, cuando Cottard, uno de los personajes que intenta suicidarse sin éxito, argumenta “Ese no es mi caso, crea usted, pero estaba leyendo esa novela. Ahí tiene usted a un desgraciado a quien detienen, de pronto, una mañana. Estaban ocupándose de él, y él no lo sabía. Estaban hablando de él en las oficinas, fichando su nombre. ¿Cree usted que esto es justo? ¿Cree usted que es correcto hacerle eso a un hombre?”.

De las primeras cosas que noté con esta relectura fue mi mejoría en la comprensión de la lectura. Ya señalé que Camus es un autor parco, con innumerables aforismos a lo largo de toda su obra, a excepción de esta novela en la que casi no encontramos frases cortas, sino que desarrolla las ideas a lo largo de diálogos o párrafos en el que el narrador reflexiona.

Solo me resta agregar que si el lector ha sido enviado a su casa a pasar la cuarentena y eso le genera cierta ansiedad, esta obra es un excelente paliativo por dos razones: 1. Al ser una alegoría, se lee como si estuviésemos leyendo una crónica en tiempo real sobre lo que está sucediendo estos días y lo que viene, por lo menos en lo que se refiere al comportamiento social, y; 2. Uno termina haciendo una autocrítica sobre el orden de importancia en que hemos configurado nuestros intereses, objetivos y fines de vida.

Además del libro me gustaría sumar dos recomendaciones. Si tiene la habilidad física para recostarse en un sillón durante 60 minutos sin hacer otra cosa que escuchar, el disco Deloused in the Comatorium de The Mars Volta; si prefiere las películas, entonces La princesa Mononoke. Un poco pesada y extensa, pero vale totalmente la pena.

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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