Hoy voy a centrarme en dos cuestiones que surgen a partir de la entrevista que tuvo la alcaldesa de Hermosillo, Célida López, la semana pasada en Proyecto Puente, así como de la mesa de análisis posterior. En especial, quiero centrarme en las formas en las que se ha criticado el uso de la lengua, así como el tema relacionado con la visión para Bahía de Kino que, según ella, todos compartimos.
No existen las malas palabras
Ferdinand de Saussure, uno de los padres de la lingüística moderna, propuso una de las maneras fundamentales de entender cómo funciona la lengua (lo que erróneamente la gente llama “lenguaje”). Para Saussure, hay que entender la lengua como tres funciones que se complementan y que no pueden existir una sin la otra: langue, langage y parole, esto es, lengua, lenguaje y habla.
De manera demasiado breve, lo que esto quiere decir es que la lengua en su totalidad se compone de un sistema de signos que, a través de su uso, construyen un universo lingüístico en donde la unidad principal es la palabra.
Tenemos entonces la lengua (el sistema de signos), el lenguaje (el universo de uso de esos signos) y el habla (el uso del sistema de forma individual, colectiva e intencional). Para acabar pronto: los usos de una o más palabras (signos) están condicionados no de forma intrínseca a su naturaleza, sino que están normados de forma colectiva, social.
Una palabra no significa una sola cosa, al contrario, puede tener múltiples significados dependiendo de su uso. Lo que denominamos “malas palabras” es un excelente ejemplo de cómo en realidad no podemos pensar la lengua como una simple nomenclatura (un conjunto de nombres para las cosas), sino un sistema en constante cambio.
En días recientes, la alcaldesa Célida López ha recibido críticas por usar “malas palabras” de forma pública y, en especial, como representante de la “investidura” de la presidencia municipal. Algunas de esas críticas han sido las siguientes: que el uso de las palabras como “pendejada”, “chingue y jode”, entre otras, disminuyen la seriedad de sus argumentos; que los niños son los que sufren cuando oyen a alguien de su investidura hablar de esa manera; que representan un insulto para la ciudadanía; que los sonorenses no hablamos así, entre pocas más.
Hay que notar aquí lo siguiente: las malas palabras no existen por sí mismas. Bejamin Berger lo dijo mejor que yo: “La razón por la que un niño piensa que las groserías son malas palabras es porque, conforme va creciendo, se le dice que es una mala palabra, así que las vulgaridades o groserías son una concepción social que se perpetúa a lo largo del tiempo.
Es algo malo que se crea a sí mismo”. Lo que este profesor de la Universidad de California en San Diego explica es que la “maldad” de una palabra está determinada por su uso. Lo que yo añadiría es que las groserías no solamente no son malas, sino que tienen una función fundamental en nuestra vida.
Dicho de otro modo, son como trucos de magia: nos permiten expresar en muchas ocasiones lo más difícil de comunicar como el dolor, la frustración, la alegría, la ira, la sorpresa.
Otra cosa que hay que señalar es que existe un cierto prestigio que tienen algunos usos de la lengua que otros usos no tienen. Se asocia, pues, el uso de este tipo de palabras con marcas de clase y con personas con poca educación. Esto no solamente es absurdo, sino inútil, pero así funciona.
Las críticas a la alcaldesa vienen, entonces, de una concepción ultraconservadora de lo que tiene que ser una mujer (es decir, tiene tintes misóginos), una alcaldesa (tintes profesionales), y una buena persona (tintes ético-morales). Me parece que el juicio de su desempeño no puede ni debe resumirse a las “malas palabras” que usa o deja de usar.
Yo, en lo personal, le entiendo perfectamente: sí son pendejadas muchos de los problemas que hay en Hermosillo. Y decirlo es también como comerse algo que nos sabe a propio, sí somos muy “malhablados” las y los sonorenses, y no tiene nada de malo. Nomás es así y listo.
El futuro de Bahía de Kino
Muy brevemente quiero comentar sobre lo que dijo la alcaldesa del drenaje y lo que supone que los ciudadanos queremos para Bahía de Kino. Al responder una pregunta sobre la instalación del drenaje en la costa, dijo que la bahía puede convertirse en un paraíso turístico y usó de referencia a Puerto Peñasco, su ciudad natal.
El problema más grande de hacer un argumento como este es que Bahía de Kino tiene el potencial para, precisamente, no ser otro Puerto Peñasco o cualquier otro destino de playa en México.
La visión a futuro para Kino tiene que ser acorde a la crisis ambiental a nivel planetario que estamos enfrentando. El modelo hotelero y de resorts que lleva cientos de miles de turistas cada año a las playas de Cancún, Acapulco o Puerto Vallarta y que en menor medida se ha replicado en Puerto Peñasco es económicamente redituable, pero terriblemente dañino para el medio ambiente.
La oportunidad más importante que tiene Kino es de ser un destino de ecoturismo: debe convertirse en un modelo a nivel nacional de un lugar sostenible. Kino ya es un paraíso casi perdido que aún es posible rescatar haciendo las cosas bien y con miras a un futuro de sustentabilidad máxima. Ese podría ser nuestro mayor orgullo.