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viernes, noviembre 22, 2024

Gratitud de una presentación del segundo libro autobiográfico

Héctor Rodríguez Espinoza
Doctor en Derecho, catedrático desde 1969 del Departamento de Derecho de la Universidad de Sonora. Editorialista y autor de 25 libros de Jurisprudencia y Cultura, Ed. Porrúa y Editorial Académica Española. Expresidente del Consejo de Certificación Barra Sonorense de Abogados. Profesionista distinguido 2013 y 2016.

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I.- De: Ignacio Lagarda Lagarda

Cronista Municipal de Hermosillo.

Recibí entusiasmado un ejemplar del libro “EL HERMOSILLO QUE SE NOS FUE, Postales de una familia del barrio 5 de mayo”, escrito por mi querido y admirado amigo Héctor Rodríguez Espinoza.

Como Cronista Municipal de Hermosillo, es mi obligación leer cuanto documento, fotografía o libro sobre Hermosillo que aparezca.

Lo primero que encontré fue una agradable portada donde aparece una viñeta de la casa familiar del autor, en la colonia 5 de mayo, con los rótulos: Abarrotes Rodríguez, La ciudad de Zacatecas.

El libro tiene algo muy especial, no obstante el título. Consta de cinco capítulos con contenidos aparentemente ajenos unos de los otros.

El primero trata del escenario cultural mundial en la época de cuando se fundó la Santísima Trinidad en 1700 –algo que he visto hacer al autor en otras publicaciones, que parece que es algo que le gusta hacer-.

En el capítulo segundo trata sobre la historia universal durante los años cuarenta, que es la época cuando él nació, y en el tercero sobre el origen de su familia; padres y hermanos, su infancia y el entorno de la ciudad de Hermosillo.

En el capítulo cuarto se ocupa de los hechos históricos universales en la década de los cincuenta.

Finalmente, en el capítulo quinto, Héctor se ocupa de sus recuerdos en la escuela primaria donde estudió.

Al final del capítulo le cede su pluma a sus amigos Pedro González Avilés y a Luis Alfonso López Celis, para que hagan sus recuerdos de aquella época de su niñez.

Al final hay un breve mosaico de fotografías familiares y de Hermosillo.

“Qué libro tan extraño”, me dije, y concluí que es un libro plagado de información de Hermosillo que será muy útil para quien estudie su historia, pero sobre todo para todo aquel cronista municipal que me suceda.

Felicidades mi querido Yeto.

II.- Muy buenas noches. En primer lugar reconozco a Franco Becerra mi inclusión en su meritorio y tradicional programa de promoción cultural en esta colonia modelo, único en su género en nuestra ciudad.

También aprecio a los personajes que me acompañan en esta mesa. Nada menos que Lic. y escritor José Ángel Calderón Trujillo, Teólogo Armando Armenta Montaño y Lic. y periodista non Francisco Javier Ruiz Quirrín. Todos y cada uno (como lo y los escuchamos su trayectoria) son -como decía Emerson- representativos de los valores religiosos, laicos, morales y cívicos que identifican a la ciudad que nos cobija.

Asi mismo mi gratitud a todos ustedes que colmaron el recinto y aceptaron la invitación a compartir esta tarde-noche tan típicamente calurosa, pero plena de una de las muchas crónicas que hemos tejido sobre la capital del Estado y sobre uno de sus barrios más tradicionales.

En especial a una persona con la que, durante 50 años de amor verdadero y 47 de feliz matrimonio -que en este día festejamos-, ha sido el pilar de nuestra familia: mi esposa María Dolores Rocha Ontiveros. Me acompaña la menor de nuestras hijas, María Dolores (y con su pensamiento desde una mina donde labora, Luis Alfonso Carranza Robles) y los nietecitos Paula (futura escritora) y Luis Alfonso Carranza Rodríguez, en su día del niño.

Mi pensamiento de amor paterno vuela hasta Tennessee para mi hija Rocío, mi yerno Ryan Schnell y nuestras nietas Isabella y Alicia Marie.

Y hasta Monterrey para mi hijo Héctor, mi nuera Ana Cristina Valenzuela y nietas Sofía y Emilia Rodríguez Valenzuela.

Al menos yo siento una vibra y energía emotiva difícil de explicar. Pero muchos de ustedes la percibirán de inmediato cuando mencione el nombre de quien las inspira. Me refiero a quien fue el joven pastor en el Templo del Sagrado Corazón de Jesús en los años 50s y mi director espiritual desde niño y adolescencia. Su cuerpo descansa en la cristiana paz del Señor, a escasos 100 metros de aquí, bajo el altar de la Capilla de Santa Edwiges que tanto amó: el Padre Arturo Torres Enríquez (1931-2002).

Como escritor de libros jurídicos por mi profesión, desde muy joven concebí una trilogía autobiográfica. Es un género que puede confundirse con una especie de “narcisismo literario” (algo hay de eso). Pero mi propósito trascendental es compartir, como humilde legado a las nuevas generaciones, el entorno en el cual he venido desarrollando mi personalidad, mis logros y mis aleccionadores fracasos.

Este libro, mi niñez, que inicia desde la época en que mis padres se conocieron en un mineral cerca de Rayón, Sonora, hasta 1956 en que ingresé a la escuela secundaria de la Universidad de Sonora. Es un homenaje a la ciudad, a mi barrio, a las escuelas primarias Ángel Arriola y Heriberto Aja; a sus fundadores, vecinos y descendientes. En particular a mis padres María Trinidad y Odón, mis hermanos y parientes.

Mi gratitud a la editorial Primera Plana y a Francisco Javier Ruiz Quirrín, por su cuidada edición.

El segundo, mi juventud, es el libro “Evocaciones de un Universitario”, que trata de la historia de mis escuelas preparatoria y la de Leyes, de 1959 al 9 de mayo de 1968, en que me titulé como abogado. Su edición está agotada, sólo disponible en formato kindle en la plataforma amazon. Deberé hacer otro tiraje limitado, sobre pedido.

Y el tercero, mi madurez, “¿Y DESPUÉS DE 1968 QUÉ?, aún en proceso (si Dios me presta vida), comprenderá de 1968 a la fecha, más de medio siglo. Será un homenaje a mi familia actual, un breve recorrido de mi desempeño profesional y una antología de los ensayos y artículos que, durante 45 años, he publicado en El Imparcial y en Primera Plana. Pero sólo aquellos dignos de ocupar papel, tinta y espacio en la maravillosa red de redes sociales y en el tiempo y humor de mis lectores.

Ya retirado de la docencia, después de 53 años, no me veo en casa “mirando pasar el tiempo, como la Puerta de Alcalá”.

Recordemos que “el pasado es prólogo”, como escribió Shakespeare.

La cultura es el mejor refugio donde habitar, en momentos tan difíciles para la humanidad –guerras, disputas por territorios, campañas político-electorales, mentiras, odio, poder y riqueza- y de los que no escapamos en nuestra suave matria hermosillense.

Les reitero a todos ustedes mi aprecio por su gratísima compañía.

Les deseo que pasen, hoy y siempre, buenas noches.

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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