Columna ContraCanto
Crónicas infrarrealistas, es el subtítulo. Como la continuidad del movimiento poético que se fundara en los setenta, en México. Como un tributo a Roberto Bolaño y sus compañeros de búsqueda.
Innegable la idolatría, quizá por ese ir a contracorriente de lo establecido y sus cánones, el riesgo tal vez de lo que este grupo de poetas asumiera.
Diego Osorno hace un buen de tiempo que fundó el mote: periodismo infrarrealista. Y ahora, continuidad también, circula una antología de crónicas (este sería el volumen 4, en el mismo tenor) publicados en Rayuela Editorial.
Desde la confección del libro, regocijo ergonómico, y en el contenido, las más refinadas plumas, joviales, de renombre y talacha.
Cada uno de los textos se convierte en un manual (deseo de quien esto escribe) de pasear este libro por las aulas de periodismo o ciencias de comunicación.
Desde el Pórtico: Otro manifiesto del periodismo infrarrealista, propuesto por Osorno, los pasos en la construcción discursiva, poética, en verso, en prosa, con un diálogo en el umbral, nos muestran la evolución del periodista, la cimentación de sus lecturas, la pasión y la actitud sine qua non: esa búsqueda incesante, una y otra vez, al momento de urdir las formas de comunicar.
Nomás leer este Pórtico nacen ganas de escribir. Y ascienden al paso de la lectura: Hay una tormenta de mierda cubriéndolo todo, aunque seguramente habrá quienes no ven nada. Que tienen el cielo despejado. O que ven una lloviznita de mierda bonita nada más.
Aseveración en el prólogo, como para que sepamos los lectores de qué va el contenido, como para que nos enteremos que el periodismo (a través de la crónica) es un compromiso de la máxima: decir lo que otros no quieren que se sepa.
Un repaso por los nombres y sus consecuencias, porque consecuentes fueron quienes perdieron la vida al defender la pluma.
Como un mapa de la tragedia que se vive en el país, dicho, descrito, en testimonio, con investigación, desde la entraña, el arcoíris de voces que reúne Una insurrección…es la reunión de los preocupados y ocupados en este oficio que antepone la empatía, el pensar y sentir de los otros.
Nunca será cosa menor abordar la calle, el campo, la desolación, y correr el riesgo al escribir, de incomodar a quien oprime sociedades. Y si a esto le agregamos el oficio férreo de la búsqueda punzante para alcanzar el estilo contundente de contar, estamos del otro lado de la barda, en la fehaciente lección de que en México existen periodistas comprometidos. Y editores ídem.
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Escribir con conocimiento de causa, al puro estilo de la autobiografía. Me detengo en el texto firmado por Alejandro Sánchez: Contra las cuerdas. Región de vida que me remite a esa manera de narrar de uno de los mejores cronistas de todos los tiempos en nuestro país: Ricardo Garibay. Similitud en las narraciones entre Sánchez y Ricardo al evocar Las glorias del gran Púas Olivares. Un uppercout, rectos y volados en la redacción. Un paseo por las sudoraciones, el laberinto de tres minutos que significa el infierno y la gloria de los encordados.
Alejandro Sánchez nos trepa al camino de los desasosiegos, cuando ya un knock out lo manda de regreso a su casa con el orgullo y la dignidad como un extravío. A los años sabrá que la vocación consiste en mirar, indagar, escribir. Y una que otra foto análoga, de cámara Reflex que llevará su nombre a la portada de una revista.
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Al filo de la navaja, cuando la respiración reniega y parecería que la cuenta regresiva se apersona por falta de oxígeno.
José Luis Valencia hace periodismo al contar: El año que llegó Matías, la existencia de su hijo. Los avatares de un parto, las manos del COVID que oprimen las venas del cuello, hasta hincharse y a desandar los caminos.
Con la experiencia que da la cercanía de la muerte, paradoja del contexto, en el reciente arribo a la vida el nombre de su vástago.
Los días de infortunio y resistencia, la consolidación de la amistad, los que estuvieron cerca, el amor de los padres, la esposa, la solidaridad de enfermeras y doctores. Como un tic tac constante, sin distracciones, de principio a fin, Valencia hace el recuento de la crueldad hasta ese instante en que la respiración regresa su vida a la posibilidad de los abrazos con los suyos.
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En Diario de un matadero, todo comienza con un disparo. Wendy Selene Pérez recoge las voces de indocumentados que buscan la vida paradójicamente muriendo a casa instante, en el interior de un rastro en Greeley, Colorado.
El respeto por la vida por los trabajadores, es tan inexistente como el respeto por los animales que ultiman en la empresa.
La habilidad de Selene, el atino de conversar con los desvalidos, ponen en la mirada del lector la crueldad como un acontecimiento vigente, inmarcesible.
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En El trabajo más difícil del mundo, Neldy San Martín acude a la cita de las excavaciones que cotidianamente se efectúan en Obregón, Sonora, esa ciudad del norte que figura en las estadísticas entre las regiones más violentas del país.
Neldy acude al campo, recoge las palabras que escurren desde la mirada y el recuerdo de las protagonistas de sus ausentes. Con el más fino entramado de una narración donde se intercalan declaraciones y descripciones, el lector se empolva las pestañas y se desgarra el interior al reflexionar sobre el filo del duelo sin duelo, la desesperanza y esperanza que significa cada una de las búsquedas.
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Vania Pigeonutt, aguza su pluma luego de la contemplación, nos pone como ofrenda el compás de la desgracia, la que se inscribe en la infancia cuando el panorama solo tiene como punto final la defensa de lo único que se tiene: la vida.
Niños que hilvanan frases desde la voz, en el contenido de la crónica Los niños que no van a pelear. En el frontispicio que alberga la historia reza: “Niños con uniformes escolares corren alrededor de la comandancia de la policía comunitaria de Rincón de Chautla, a una hora de Chilapa, Guerrero. Los niños juegan al combare y se disparan con unas pistolas de madera que les hicieron para entrenarlos”.
Desde el inicio el lector descubre la desgracia. Y continuar en la lectura porque si del periodismo se huye, se huirá también de la realidad, esa indiferencia causal de todas las catástrofes. Reiteración de Vania: escribir de lo que atañe es la envestidura del periodismo veras.
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Cartas que acortaron la distancia. La palabra como un puente en era del COVID. Acudir al lugar y recoger los testimonios, En el límite, Allí donde parecería que nadie quiere poner atención, Es justo allí donde Melissa del Pozo redacta el recuento de los daños, las horas de incertidumbre, a la desazón, porque después de la tos constante, la imposibilidad de respirar, nada volverá a ser igual.
“En torno a la reja verde en la que había ingresado Selene al hospital de Tlateloco, también se escuchaban rumores conspiracionistas, encima comenzaron a entrar personas que de cabeza a los pies parecían astronautas, con trajes completamente blancos, mascarillas que más bien parecían bozales”,
Así el entramado de las historias, una a una, en la lucha que imbrica en las camas, en las salas, en el exterior de un hospital. El recuento de los que sanaron, y de quienes dejaron su nombre en la estadística.
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Luego una de deporte, el futbol visto e interpretado por Juan Pablo Meneses, lo que el negocio arrebató, la banalización del deporte más practicado del mundo.
Y las otras firmas que acuerpan el contenido de Una insurrección…: Luis Mendoza Ovando, Caracol López, César Alán Ruiz Galicia, Arturo de Dios Palma, Beatriz García.
Un manual de periodismo de principio a fin, esta mirada que ejerce la crónica infrarrealista.
L. Carlos Sánchez