No siempre el juicio manipulado ni el veredicto con democracia, resultan ser la verdad y la justicia.
I.- Jesús de Nazareth.
La Cuaresma y en especial Semana Santa recién pasada, de tregua universal, obliga a reflexionar sobre las pasiones católica y anticatólica, que han nutrido siglos de historia, religión, filosofía y política. Esta representación actúa en el inconsciente colectivo de manera poderosa, mítica.
Con esta Iglesia, de origen divino y presencia carnal, una parte de la humanidad occidental —la que no la toma como pretexto para el ocio y vicios sin freno— hace un alto para remover, con más ritos que virtudes, los cuarenta días de su retiro y los últimos días de la pasión y muerte de un hombre.
¿Cómo era ese hombre? Publio Léntulo, procurador de Judea, lo describe así ante el emperador romano:
“Es de elevada estatura, distinguido, de rostro venerable. Sus cabellos, ensortijados y rizados, de color muy oscuro y brillante, flotando sobre las espaldas, al modo de los nazarenos. La frente es despejada y serena: el rostro sin arrugas ni manchas. Su nariz y boca son regulares. La barba abundante y partida al medio. Los ojos color gris azulado, claros, plácidos y brillantes; resplandecen en su rostro como rayos de sol, de modo que nadie puede mirarle fijo. Cuando reprende es terrible; cuando amonesta, dulce, amable, alegre, sin perder nunca la gravedad. Jamás se le ha visto reír, pero sí llorar con frecuencia. Camina con los pies descalzos y con la cabeza descubierta. Estando en su presencia nadie lo desprecia; al contrario, le tiene un profundo respeto. Se mantiene siempre erguido; sus brazos y sus manos son de aspecto agradable. Habla poco y con modestia. Es el más hermoso de los hijos de los hombres. Dicen que este Jesús nunca hizo mal a nadie; al contrario, aquellos que lo conocen y han estado con él, afirman haber recibido de él grandes beneficios y salud. Según me dicen los hebreos, nunca se oyeron tan sabios consejos y tan bellas doctrinas. Hay quienes, sin embargo, lo acusan de ir contra la ley de Vuestra Majestad, porque afirma que reyes y esclavos son todos iguales delante de Dios”.
En efecto, se rebeló contra los falsos ídolos de su tiempo; se proclamó el rey de los judíos e hijo de Dios; fue acusado por eso, juzgado y condenado a la pena de muerte y, de su crucifixión, devino una doctrina humanista que une y divide por dos milenios.
II.- Judas Iscariote
De acuerdo con reconstrucciones históricas, basadas en los textos evangélicos y en los llamados evangelios apócrifos, nació en la población de Carioth, en Judea y al unirse al grupo de los apóstoles de Jesús de Nazaret se convirtió en el administrador de los fondos de la agrupación.
Los discípulos no lo veían con buenos ojos, debido a que era el único que no provenía de Galilea y posteriormente fue acusado de robar el dinero del que era responsable.
Para algunas personas, Judas Iscariote es uno de los villanos más grandes de la historia y repudiado por el cristianismo, debido a la traición cometida contra Jesucristo al venderlo por 30 monedas de plata. Sin embargo, hay quienes consideran que jugó un papel fundamental en la historia de la salvación ya que, sin él, Jesús de Nazaret no hubiera sido crucificado para resucitar al tercer día.
El que su nombre se haya convertido desde los inicios de la comunidad cristiana en sinónimo de traición, mentira, maldad y latrocinio se debe a que los cuatro evangelios canónicos de Juan, Mateo, Lucas y Marcos, aprobados por el cristianismo primitivo, coinciden en señalarlo como el traidor que entregó a Jesús la noche del Jueves Santo, en el Monte de los Olivos, a los líderes religiosos de los judíos para juzgarlo y llevarlo ante los romanos para que lo sentenciaran a muerte.
III. – El relato bíblico
A petición del Sanedrín judío, Jesús estuvo delante del procurador romano Poncio Pilato y éste le preguntó:
—¿Eres tú el rey de los judíos?
Y Jesús le dijo:
—Tú lo dices.
Pilato le dice:
—¿No oyes cuántas cosas testifican contra ti?
Y no le respondió ni una palabra.
Y ese día de fiesta de pascua, acostumbraba el procurador soltar al pueblo al preso que quisiese. Y tenían uno famoso, involucrado en un homicidio, Barrabás. Y confiado en que el pueblo lo condenaría, les preguntó Pilato:
—¿A cuál queréis que os suelte? ¿A Barrabás, o a Jesús, que se dice el Cristo? —porque sabía que, por ENVIDIA, le habían entregado.
Los príncipes, los sacerdotes y los ancianos soliviantaron al pueblo para que liberase a Barrabás, y a Jesús matase.
Y Pilato insistió:
—¿Cuál de los dos queréis que suelte?
Y ellos a coro gritaron:
—¡A Barrabás!
Pilato les dijo:
—¿Qué haré de Jesús, que se dice el Cristo? —De nueva cuenta gritaron todos:
—¡Crucifícale!
Y el procurador les dijo:
—¿Pues qué mal ha hecho?
Mas ellos gritaban más:
—¡Crucifícale! ¡Crucifícale!
Y viendo Pilato que nada adelantaba, que se hacía más alboroto y para evitarse problemas con el César, tomando agua se lavó las manos delante del pueblo, diciendo:
—Inocente soy yo de la sangre de este justo: vosotros lo veréis.
Y respondiendo, todo el pueblo dijo:
—Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos.
Entonces les soltó a Barrabás; y habiendo azotado a Jesús, le entregó para ser crucificado.
IV.- Más de Judas Iscariote
Uno de los textos sagrados indica que Judas, lleno de remordimiento, se ahorcó y, por ello, al suicidarse rechazó la misericordia que Dios pone al alcance de todos los seres humanos, como fue el caso de Pedro, quien también traicionó a Cristo al negarlo en tres ocasiones, pero se arrepintió.
Sin embargo, para el fallecido obispo y conferencista Pablo de Ballester, la lectura objetiva de los textos del Nuevo Testamento facilita la detección de “opiniones y prejuicios estrictamente personales de sus autores que, con tal de exaltar el papel del Mesías en la salvación de la humanidad y hacer coincidir hasta el mínimo detalle los textos proféticos con su vida, no dudan en responsabilizar de todos los males al apóstol, tesorero, crítico y hombre de mayor confianza de Cristo por tres años”.
V.- El evangelio de Judas
En 2006, National Geographic presentó el denominado Evangelio de Judas, descubierto en Egipto durante 1970 y que presuntamente contiene grandes revelaciones sobre Jesús, su relación con Judas Iscariote y que llevaría a reformular algunas verdades fundamentales sobre el cristianismo.
Dicho “evangelio” destaca que Judas Iscariote fue el discípulo predilecto de Jesús y entregó a su maestro para cumplir con una orden derivada de un plan previsto por éste para que, al ser crucificado, quedará liberado de su cuerpo y pudiera ingresar a su celestial reino.
La Iglesia católica no acepta esta postura, dada a conocer hace más de diez años, bajo el argumento de que el Evangelio de Judas es un escrito perteneciente a la corriente doctrinal llamada gnosticismo, su origen se remonta hacia el año 150 o 200 después de Cristo y dicho manuscrito se trata de una copia, escrita en lengua copta y fechada aproximadamente en el año 300.
Desde el siglo II, la Iglesia conocía su existencia. San Ireneo de Lyon, en su libro “Contra los herejes”, lo menciona y describe su contenido en general, considerándolo una herejía.
“Judas traicionó al Señor, no fue leal a Cristo y lo entregó a los sumos sacerdotes de los judíos para que fuera asesinado; la Iglesia sólo repite y enseña lo que está presente en los evangelios canónicos, no dice alguna otra situación demás”, explicó a Excélsior el sacerdote Pedro Agustín Rivera.
Joseph Ratzinger, en el segundo tomo de su texto “Jesús de Nazaret”, dice que el evangelista San Juan no da ninguna interpretación psicológica del comportamiento de Judas y el único punto de referencia que ofrece es la alusión al hecho de que, como tesorero del grupo de los discípulos, Judas les habría sustraído su dinero.
“Su segunda tragedia, después de la traición, es que ya no logra creer en el perdón. Su arrepentimiento se convierte en desesperación. Ya no ve más que a sí mismo y sus tinieblas, ya no ve la luz de Jesús, esa luz que puede iluminar y superar incluso las tinieblas. De este modo, nos hace ver el modo equivocado del arrepentimiento”, señala el Papa emérito recién fallecido.
VI.- Su final
Existen dos versiones diferentes sobre su muerte, una la del evangelista Mateo, quien detalla que Judas, al ver que habían condenado a Jesús y aturdido por el remordimiento, devolvió las 30 monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo que había pecado y entregado a un hombre inocente, lo cual poco importó a los líderes religiosos de los judíos, Judas tiró las monedas en el Templo y finalmente se ahorcó.
Mateo relata que los sacerdotes recogieron el dinero y al considerarlo que estaba manchado de sangre no lo pusieron en la alcancía de las ofrendas. Tras deliberar, compraron con él un terreno llamado el Campo del Alfarero, para que sirviera de sepultura a los extranjeros y por esa razón ese sitio es conocido actualmente como Campo de Sangre.
En cambio, el libro de Los Hechos explica que, cuando los apóstoles buscaban a un sustituto de Judas, con el fin de completar de nueva cuenta el número de doce, Pedro tomó la palabra y dijo: “Hermanos, era necesario que se cumpliera la Escritura, en la que el Espíritu Santo, por medio de David, había dicho ya acerca de Judas, que fue el guía de los que apresaron a Jesús. Pues Judas era uno de los nuestros y obtuvo un puesto en este ministerio. Pero fue y compró una finca con el dinero que le pagaron por su maldad. Luego cayó de cabeza, se reventó por el medio y se derramaron todos sus intestinos. Cuando los habitantes de Jerusalén lo supieron y denominaron a aquel sitio como Campo de Sangre”.
VII.- Democracia y justicia
Sea lo que fuere, los pasajes nos sitúan frente al conflicto entre la democracia y la justicia. Porque aun siendo ciertos los hechos que se acusaban al Nazareno, era un rebelde soñador, no un criminal y fue excesiva la pena; fue traicionado por Judas Iscariote, mediante un beso y a cambio de una “mordida” de 30 monedas; fue apresado como un peligroso delincuente —sin serlo—; se contaba con falsos testimonios; los sacerdotes y ancianos sedujeron al pueblo para soltar a Barrabás y condenar a Jesús; y, lo más trascendente: el singular jurado popular juzgó en forma irracional pero democrática, pues a coro alborotado sentenció repitiendo:
—¡Crucifícale! ¡Crucifícale!
Pero la injusticia del democrático veredicto ya pesa 1990 años sobre los judíos, cuya sangre de seis millones fue derramada en el holocausto de la segunda guerra mundial y es hora que no cohabitan en paz con sus vecinos.
VIII.- ¿Con cuántos judas iscariotes, príncipes, sacerdotes, ancianos, Pilatos, Barrabás y pueblos nos identificamos cada uno de nosotros? ¿Cuántos parásitos nos rodean en la academia, los que se benefician sin aportar nada? Que lo digan nuestras conciencias.
¿Será que este “judasiscariotismo” nacional de siglo XXI se traduce en una mezquindad, de tirios y troyanos, cuando somos incapaces de unirnos en lo esencial? Unirnos por ejemplo frente a: las secuelas del Covid 19, a la invasión rusa a Ucrania y a las políticas migratorias criminales de las grandes y desarrolladas potencias receptoras y a las de las naciones obligadas a contenerlas, mantenerlas y a sacrificarlas como ocurrió reciente e impunemente en la “estancia” crematoria del Instituto Nacional de Migración de Juárez. Estériles son los esfuerzos de unos y de otros bandos, sea por convicción, consigna o perversión, para dinamitar el barco en el que viajamos todos?
Por encima de nuestra pequeña, triste y depravada condición humana (Quijote dixit), trasciende la lección esencial: No siempre el juicio manipulado ni el veredicto con democracia, resultan ser la verdad y la justicia.
Héctor Rodríguez Espinoza