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sábado, mayo 4, 2024

El “Populopolitanus” sabio entre los sabios e ignorado en Álamos, Sonora

Héctor Rodríguez Espinoza
Doctor en Derecho, catedrático desde 1969 del Departamento de Derecho de la Universidad de Sonora. Editorialista y autor de 25 libros de Jurisprudencia y Cultura, Ed. Porrúa y Editorial Académica Española. Expresidente del Consejo de Certificación Barra Sonorense de Abogados. Profesionista distinguido 2013 y 2016.

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José Rafael Campoy

“…llegó a tal renombre de sabiduría, que con todo derecho se le puede comparar a los Franklin y a los otros preclaros varones de grandeza semejante que produjo el siglo XVIII en América.”

¡Ingrato Veracruz, ingrato México, que no han levantado una estatua, ni siquiera un busto a Campoy ni a Clavijero!

I.- Nada más lejos de mí que ser un “aguafiestas” del Festival anual Alfonso Ortiz Tirado, famoso ortopedista, cantante de ópera y filántropo. Ni de ignorar la belleza física de la diva María Félix. No. Me quiero referir, por enésima ocasión, a José Rafael Campoy.

Pero del siguiente texto se deberán comprender, como humilde maestro de Filosofía del Derecho, mis legítimas interrogantes:

¿Qué han hecho los gobiernos de Sonora, en dos siglos, para honrar su memoria?

¿Qué han hecho los sucesivos ahora secretarios de Educación y Cultura?

¿Qué han hecho los sucesivos ahora directores del Instituto Sonorense de Cultura? (El culto Notario Público Juan Antonio Ruibal Corella logró, cuesta arriba a fines de los 90s, conmemorar, en festejos, ese otro gigante de la Pimería Alta, Eusebio Francisco Kino.) 

¿Qué han hecho los sucesivos alcaldes del Ayuntamientos de Álamos?

¿Qué por que se trata de un padre jesuita y nuestro Estado es laico? ¡Por favor!, antes que nada se trata de un pensador, de un Filósofo que se adentró, en el siglo XVIII, hace 280 años, en las lecturas y meditaciones de dos de los siete sabios griegos, Platón y Aristóteles, pero para cuestionarlas y ser el pionero, en la entonces Nueva España, en renovar y modernizar la Filosofía con base en la francesa de Rene Descartes. Ni más ni menos.

Además, ¿y qué ha hecho, nuestra clase política laica -alejada años de luz de la honestidad y el DECORO, caso Coahuila, vgr., sus valores supremos- para el bienestar y desarrollo de nuestra sufrida nación, de las 32 entidades federativas y de los 2446 municipios?

Por favor lean el ensayo completo, y si al final consideran que cometo un error e hipérbole, me lo señalan y -es de sabios rectificar- corregiré mi visión de esta historia y de uno de mis personajes inolvidables. Vale.            

II.- Si de evitar borrar de nuestra memoria y sepultar en el olvido a humanistas representativos de un singular punto de la agreste geografía de la Nueva España se trata, ¡hagámoslo con el alamense  José Rafael Campoy!

Es el incitador de la renovación de los estudios en los Colegios Jesuitas, y aunque su obra escrita no se ha conservado, por las citas que hacen los demás renovadores, se le considera como su guía que revolucionó la Compañía de Jesús y quiso dar, a la juventud mexicana, la oportunidad de conocer la Filosofía Moderna, sobreponiéndose a los perjuicios, tomando el riesgo de fracasar en su vida religiosa, a causa de cultivar un sistema filosófico que no fuera el propuesto por los comentadores de la Escolástica.

Sus superiores lo calificaron como “introductor de muy peligrosas novedades, partidario de vanas fantasías científicas y estudioso de infantiles naderías”.

Nació en Álamos, Sonora, el 15 de agosto de 1723; a los ocho años se trasladó a la ciudad de México, se internó con los padres Bethlemitas para seguir su instrucción en San Idelfonso en donde hacia 1737 iniciaba el estudio de la Filosofía. Inició su amistad con Diego Abad quien, aunque era menor fue quien, entre sus compañeros, mejor le comprendió respecto a la renovación de los estudios.

Ingresó como jesuita el 26 de noviembre de 1741, en el Colegio de Tepotzotlán, en cuya biblioteca se familiarizó con los originales de Aristóteles, desterrando los prejuicios que le habían formado sus comentadores. Fue enviado a Puebla en donde enseña Filosofía y a San Luis Potosí, en donde imparte Gramática.

Al estudiar Teología, se le nombra encargado de la biblioteca, afirmó su convicción de la necesidad de llevar dicha renovación. Ordenado sacerdote, es enviado a Puebla y a Veracruz, lejos de los centros más importantes de la vida intelectual dentro de la Compañía: su actuación pastoral e intelectual le dio gran fama, que se extendió hasta España, a través de los viajeros que abordaban los navíos que cruzaban el Atlántico.

Obedeciendo el decreto de expulsión de 1767, es el primero en salir rumbo a Italia, estableciéndose en Ferrara, siguiendo diferentes estudios humanísticos. Se traslada a Bolonia para estar cerca de compañeros jesuitas de infortunio; allí, víctima de privaciones físicas y morales, le ataca una penosa enfermedad que le produce la muerte el 29 de diciembre de 1777, a los 54 años.

Su obra escrita conocida es muy breve y ninguna se refiere a temas filosóficos; sin embargo, su figura fue considerada como la de un gran reformador de la educación en concepto de sus contemporáneos, como se observa en la oración fúnebre pronunciada por el P. Diego Abad, que transcribe Maneiro:

II.- “Panegirico, elogio hecho por Abad. Quisiéramos hacer inmortal la memoria de José Rafael Campoy. …En esto era también semejante a Sócrates, ya que mereciendo por su eminente ciencia ser alabado como uno de los más grandes hombres de su siglo, sin embargo, no nos quedan ningunos escritos suyos en que pudiese la posteridad admirar el genio del hombre tan ilustre. Mas Campoy fue digno de toda admiración por su excelso talento, que lo hacía aparecer más admirable aún por la extraordinaria constancia con que se enfrentó al torrente de agitaciones levantadas contra él para hacerlo que siguiese el acostumbrado método de enseñar. Y por la inclemencia de los tiempos, sucedió que el valor de sus méritos no fue advertido por aquellos a quienes tocaba exaltarlo y honrarlo con las primeras cátedras para el bien público. …

Abad: ‘Te recuerdo a ti, ¡oh José Campoy! Por cuyo deceso, en opinión de todos, yo recibí el más grande dolor. La muerte pudo, es verdad, arrebatarte de mi mirada, a ti, carísimo compañero de mis estudios; pero de mi memoria no podrá alejarte o borrarte mientras viva. Tú, versadísimo en el conocimiento de las ciencias más sublimes y profundas, habías bebido la teología en las fuentes mismas de las Escrituras, Santos Padres y Concilios. En tal forma tú habías abarcado, con tu mente, la distancia, situación y descripción de los reinos, provincias y ciudades, como si desde una altísima atalaya contemplaras todo el orbe de la tierra. Tú tenías en tus manos el largo hilo de la historia, desde el principio del mundo hasta nuestra época; y empleando siempre una más recta crítica, explicabas las cosas más difíciles. A ti te eran más familiares todos los antiguos padres de la latinidad, mejor que a mí, que conviví contigo ininterrumpidamente desde niño: ¡Cuántas veces tú me ofreciste, cuando dudaba, mayor luz que la que me habían ofrecido Parco, o Pompa o Nizolio, o el Tesoro de Esteban, acerca del giro de una oración y de algún género de estilo y del multiforme y versátil uso de la palabra! ¡Cuántas veces me explicaste los pasajes oscuros y enredados de Plinio el Mayor y de otros antiguos, más clara y completamente que los doctos intérpretes que antes había consultado…! Pero me he dejado arrebatar demasiado por el dolor… y hago injusticia a quien, libertado de esas miserias y de la durísima convicción de esta vida nuestra, le ha sido dada, como espero, una vida dichosísima’”.)

IV.- El culto y honesto Profesor Amadeo Hernández Coronado solía decir que “Campoy era el único sabio sonorense”. Con excepción de una acreditada escuela secundaria que lleva su nombre en Cajeme y una avenida en la colonia Pitic de la capital,que yo sepa el legado humanista de Campoy yace en nuestra proverbial, materialista e ingrata desmemoria; si acaso una furtiva mención en algunos Simposios de Historia que versan sobre los siglos XVI al XVIII en nuestra Aridoamérica.

V.- El gobierno del Estado al través del Instituto de Cultura, las cerca de una treintena de Universidades públicas y privadas con que contamos, el Ayuntamiento de Álamos, la colonia de alamenses que residen en la entidad tienen el derecho y deber moral de anotarlo en sus agendas, pagar su deuda y honrar su memoria. El que honra se honra.

El pasado 29 de diciembre fue otra oportunidad preciosa pero perdida, con motivo del … 230° aniversario de su muerte, para instituir otra tradición de índole humanista en esa nuestra bella ciudad de los portales.

VI.- HORACIO SOBARZO, en sus Crónicas Biográficas, 1949, escribió:

“Campoy es una de las figuras más bellas y más interesantes de la historia de México, por sus extraordinarios talentos y sabiduría”, dice un distinguido escritor.

Conociendo la vida de aquél, se encuentra que Campoy constituía una personalidad de consistencia muy poco común, cuyas facultades excepcionales eran indispensables para desarrollar su actuación en la época que vivió. La existencia de este hombre singular influyó poderosamente sobre los destinos de la nación, dejando una huella imborrable en la historia. Desde el momento en que se define la mentalidad libérrima de Campoy, se inicia el sentimiento patrio.

La fisonomía espiritual y moral del hombre es lo que importa conocer. Si no fuera porque frecuentemente en el tiempo radica el mérito, prescindiremos del dato cronológico. Situado el hombre en su lugar temporal, en su época, nos muestra su calidad, especialmente tratándose de actividades especulativas. Otras informaciones nos explican aquella conformación moral y espiritual, determinada por la herencia y el medio ambiente. La simple relación de fechas nada dice; la descripción intemporal nada enseña. Independientes la una de la otra constituyen apenas filiación de ficha identificatoria. La descripción intemporal se asemeja a la reproducción fotográfica de algún desconocido, cuya efigie carece de virtud evocatoria.

Por ello principiamos consignando el hecho de que Campoy nació en Álamos, Sonora el 15 de agosto de 1723 e hijo de don Francisco Javier Campoy y de doña Andrea Gastelu. Los Campoy fueron de los primeros pobladores de los Álamos, uno de los más avanzados puestos septentrionales de la Nueva España, en los lejanos tiempos de la expansión conquistadora. Tales puestos demarcaban la periferia del territorio sometido al señorío español y constituían un valladar a las incursiones de las tribus salvajes que se oponían al avance de la civilización hispánica. En aquellos destierros se vivía en incesante batallar, tanto contra el aborigen sedentario que resistía esforzadamente la colonización, como contra el nómada que no tenía otro medio de sustento que el pillaje.

La actividad que no consistía en guerrear se reducía a la crianza de ganados, a las labores agrícolas y mineras que requerían esfuerzo fatigoso, ya que la tierra de aquellas zonas desérticas no rendía sus frutos, sino bajo el apremio de la constancia y la tenacidad, siempre acrecentadas éstas por la exigencia caprichosa de la naturaleza, que si no negaba el agua hasta la sequía, la proporcionaba en torrente  devastador; y otras veces, cuando la sementera no sufría por causa de uno u otro extremo, la agostaba un sol calcinante o la helada invernal; pero frecuentemente se frustraba la recolección. Sin embargo, la despensa siempre estaba proveída, porque se oponía a la adversidad la perseverancia, y ésta prodigaba el sustento nutritivo.

Los factores ambientales tenían que formar una casta de hombres fuertes de espíritu y de cuerpo. Se vivía en un medio hostil que imponía a la colectividad disciplina castrense y abnegación constante. El esfuerzo común establecía lazos de solidaridad entre los vecinos de aquellos distantes lugares, reforzados por vínculos de parentesco o estrecha amistad que generalmente ligan a la mayor parte de los habitantes de pequeñas comunidades, sintiéndose más cerca entre sí cuanto más apartados se hallan de la metrópoli o de centros considerablemente poblados.

(Coleccionable, continuará)

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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