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jueves, abril 18, 2024

Aquellas escuelas secundaria y preparatoria de la Universidad de Sonora (1942-1973)

Héctor Rodríguez Espinoza
Doctor en Derecho, catedrático desde 1969 del Departamento de Derecho de la Universidad de Sonora. Editorialista y autor de 25 libros de Jurisprudencia y Cultura, Ed. Porrúa y Editorial Académica Española. Expresidente del Consejo de Certificación Barra Sonorense de Abogados. Profesionista distinguido 2013 y 2016.

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Tres de tres partes.

PRÓXIMO ENSAYO. Preparando un ensayo de próxima publicación espero que institucional sobre el tema de esta colaboración, les comparto fragmentos de dos memoriosos búhos ex alumnos de esa época, que simpatizaron con mi propósito y tuvieron la amabilidad de aportarme sus propias, amenas y simpáticas evocaciones. Me  place compartirles:

IV.- Cedo el espacio de mi futuro ensayo a otro no menos memorioso profesional de la Contaduría Pública de nuestra Universidad de Sonora:

CP. Antonio Nevárez Escárcega.

Remembranzas de la Uni-son. Estudiantes expertos en el arte de fistiana

“Durante nuestros años secundarios y preparatorios (décadas 50’s y 60’s) en la UNISON y entre la gran caterva de estudiantes que éramos entonces, se daba entre los mismos, todo tipo de caracteres, tales como: estudiosos, “huev…”, perdón, flojonazos, pachangueros (en ese tiempo se inventó el “coleómetro”, un aparato que nos indicaba dónde había pachanga los fines de semana, bodas, bautizos, quince años, etc., a las cuales acudíamos aun sin invitación, pues éramos bien acogidos por los anfitriones de la misma), músicos (banda de música y coros de la Miss Zubeldia), atletas y de los cuales hablaré en esta ocasión, los “peleoneros”.

“Los peleoneros”. Eran estudiantes no precisamente agresivos, sino que eran tan fuertes y buenos para los trancazos, que como en las películas del viejo Oeste, eran buscados por lo más granado de la raza bravía de esos tiempos (habitantes de la Matanza, el Coloso, Las Pilas, La Cañada de los Negros, etc.) para “echarse” un tiro con ellos y de esa manera acrecentar su fama de pendencieros y rijosos. Entre estos estudiantes, me refiero a los más conocidos y famosos de esa época:

Carlos “elaborado” Salcido: Fue un gran deportista (principalmente como jugador de beisbol). De sus peleas memorables recuerdo muy bien una contra un “hielo” (les decíamos así a los alumnos del Colegio Central de Comercio, usaban en los tórridos veranos un tremendo traje negro), quien nos estaba molestando en un desfile a unos esmirriados estudiantes de primero de secundaria, pavoneándose delante de nosotros con su muy circunspecto uniforme negro, que incluía hombreras, polainas y una “bayoneta”. Pero en eso llegó “el elaborado” y al reclamarle que nos dejara en paz, “el hielo” trató de propasarse y recibió a cambio tremenda “zoquetiza”, y al estarse llevando la peor parte de la pelea, sacó imprudentemente la bayoneta, “el elaborado” – quien no tenía un pelo de “penitente”- optó por dar por terminada la contienda mediante una estratégica retirada.

Miguel Ángel “pelón” Tapia: Actualmente exitoso abogado en Ciudad Obregón, su lugar de origen. Llegó a la escuela preparatoria en 1954 (presente lo tengo yo), siempre se comportó como un magnífico compañero y amigo, pero quien le buscaba, le encontraba.

Una ocasión andaban de serenata “el pelón”, “el pulga” Delgado, “el papi” Valenzuela, “el gordo” Torres y el que esto escribe, fuimos a la Matanza por los integrantes del trío “Los bachilleres”, comandado por el “papi” y, ya en el barrio, nos atacaron varios enojados “matanceros”. No lo hubieran hecho, se bajaron del carro, “el pelón” y yo, convenientemente instalados en la retaguardia, hacíamos rounds de sombra.

Luis Manuel Isibasi Araujo: Todos los conocíamos como “el isibasi” y era (y es) tan fuerte exponente que todos le escurría el bulto, por lo que no recuerdo alguna pelea donde fuera protagonista, pues ante su furia y enojo, sus posibles contrincantes llevaban a cabo graciosas huida.

En una ocasión se puso los guantes de box para darse un “tiro” contra “el pelón” Tapia, la cual fue para nosotros la pelea de la década y ¿quién ganó?, lo dejamos para futuras ediciones de esta tan prestigiada revista.

Luis “el pulga” Delgado: Un gran amigo y compañero que actualmente está pasando por un penoso problema de salud y del cual esperamos en Dios lo supere y logre recuperarse. Siempre fue y ha sido un gran luchador… no te rindas amigo.

“El pulga” -así le decíamos por su corta estatura-, lo que le faltaba en este aspecto le sobraba en coraje y enjundia. Fue un gran pelotero amateur tanto en beisbol como en softbol a nivel nacional e internacional y durante sus años de secundaria y preparatoria también fue protagonista en algunas peleas y zacapelas. Una vez “el pulga”, acompañado de “nacho” Romero Nichols, un pacífico alumno del bachillerato de economía, fueron de visita por el rumbo del barrio del Mariachi con una novia de esa época de nuestro amigo “pulga” (“chuyita” se llamaba) y al término de la visita fueron retados por un par de facinerosos de ese entonces temible barrio. “El pulga”, que era de pocas “ídems”, aceptó el reto y se lió a puñetazos contra ambos, mientras que “nacho” Romero, hombre sumamente pacífico, exclamaba cruzando sus manos con desesperación: “Jesucristo” o “Dios mío”, “¡agáchate pulga, tírate al suelo, pues al caído no se le pega!”, y etc., etc., etc. Finalmente “el pulga” logró hacer huir a los dos facinerosos y regresaron ambos estudiantes sanos y salvos a sus domicilios.

Las personas mencionadas fueron magníficos estudiantes, grandes camaradas y actualmente todos exitosos profesionistas.”

Continuando, vamos a escoger ahora algunas anécdotas que nos hacen recordar nuestros fabulosos días de juventud que una buena parte de ellos transcurrieron en aquella dorada época estudiantil que aún se nos representa como si hubiera sido ayer.

Como hemos dicho en esta singular y antigua revista sonorense que primero fue una publicación universitaria desde los años cincuenta y que fue la última en fenecer de los muchos órganos periodísticos que existieron en la UniSon y que después apareció de nueva cuenta pero ya sin ser universitaria, el objetivo principal de este espacio es precisamente recordar hechos deportivos, anécdotas chuscas, acontecimientos tristes, bailes de la época, personajes universitarios de Sonora y muchas cosas más que fueron y forman parte muy querida de nuestros años mozos y de todos aquellos que vivieron en aquellos tiempos de algarabía y testigos de tan bonita y recordada época juvenil.

Hacemos la pertinente aclaración que jamás hemos escrito y nunca lo haremos en forma ofensiva, ni que humille ni lesione de ninguna manera a ninguno de los hombres o mujeres que mencionamos aquí y que ahora, ya profesionistas o simplemente ciudadanos de orden y de trabajo, merecen todo nuestro respeto y consideración y solamente lo hacemos para recordar lo que se vivió en aquella época tan feliz y siempre anhelada.

Vamos a rememorar tres anécdotas de estudiantes hoy profesionistas a los que mandamos un afectuoso y caluroso saludo con el aprecio de siempre.

1.- En los años cincuenta, en lo que fue una especie de jardín que se encontraba por fuera de la secundaria y colindando con los patios de la agropecuaria, existía una caseta en donde se vendían  sodas, dulces, galletas y demás “chucherías” que los estudiantes de aquellos años iban a comprar en los recesos de las clases, regenteada por un trabajador de la Uni-Son al que le decíamos “Richard”, principal ayudante del inolvidable maestro de Educación Física Miguel Castro Servín, mejor conocido como “El Güero” Castro … Pues bien un día, por fuera de la caseta se encontraba el “Richard” sentado muy triste, cabizbajo y meditabundo cuando pasaba por allí el también inolvidable y recientemente fallecido profesor Ernesto López Riego, “el venadito” y le preguntó: “¿qué te pasa, Richard, por qué estás tan agüitado?, a lo que el afable hombre contestó: “Es que me tienen hundido los impuestos”. El profe López Riesgo le preguntó: “¿Te cobran muchos impuestos?”. “No, profesor –le contestó-, no esos impuestos, sino los impuestos a no pagar como “el kotake” Barrios, “el cabezón Morúa”, “la juana Robles”, “el hery Rodríguez”, “El chuco Ordaz”, “la yolanda Rodríguez”, el félix tobie”, “el flaco Nevárez”, “el teco Palafox” y hasta “el glostora Gutiérrez”, que me deben un “titipuchal”.

2.- En otra ocasión ingresó a la academia de arte dramático un alumno de preparatoria que le gustaba mucho la actuación, con tan buena suerte que de inmediato le dieron un pequeño papel en una obra en tres actos que se llamaba “La importancia de llamarse Ernesto”, del gran dramaturgo irlandés Oscar Wilde, papel corto y el nuevo actor lo desempeñó bastante bien, por lo que el director de la obra y de la academia, el querido maestro Alberto Estrella lo felicitó y le dijo que continuara y alcanzaría sus objetivos de convertirse en un magnífico actor de teatro y de cine. Muy orgulloso llegó a su casa y le dijo a su mamá: – “Mamacita, fui muy felicitado por mi actuación y me dijo el director que si continuo así es muy probable que me gane un Ariel.” La pobre señora, que no sabía nada de premios cinematográficos le dijo: “Qué bueno mijito, ojalá y te lo den, porque tengo mucha ropa que lavar”, creyendo que el Ariel era una bolsa de jabón. Ese alumno fue el actual distinguido maestro Edgardo Peñúñuri Félix, “El Güero Peñúñiri”, que sí destacó mucho en teatro a nivel local y nacional.

3.- La clase de Cosmografía que se impartía en segundo de preparatoria era muy dura y eran pocos los alumnos que la comprendían bien, debido a ello era un “tronadero”, por lo que muchos tenían que presentarla en extraordinario o a título de suficiencia. El maestro era uno de los profesores más simpáticos que había en los cincuentas, además de muy “pisto”, por lo que le caía muy bien a la plebe, aunado a que era muy cumplido y aunque se amaneciera en los bailes hasta las cuatro de la mañana, a las siete ya estaba en el salón de clases y al alumno que había visto en el baile era al primero que le preguntaba la clase. En cierta ocasión, en un baile había pisteado muy agradablemente con uno de sus alumnos hasta altas horas de la madrugada, muy tempranito llegó a clases y se dirigió al estudiante que también era responsable y nunca faltaba. El maestro de inmediato se dirigió a él y le dijo: “A ver joven Tirado, ¿qué nos puede decir del agujero de ozono”? Tirado, que no entendía nada de cosmografía contestó: “La mera verdad, ingeniero, yo nunca me he metido con esa japonesa”. Ese gran maestro fue el ingeniero naval Jesús Raso Reguero, muy querido por el alumnado y gran amigo y colaborador del recordado maestro Ernesto Salazar Girón, que fuera director de la escuela.

Apodos, alias y sobrenombres de maestros y alumnos universitarios (Décadas 50’ y 60’s).

Durante aquellos nuestros memorables años en los 50’ y 60’s, casi todos los estudiantes de entonces teníamos apodos y por qué no decirlo, algunos maestros. Dichos apodos de ninguna manera eran puestos con ánimos de ofender a nadie, eran únicamente costumbres inocentes de esa época y producto del humor e ingenio de la “raza” pululante.

A continuación algunos ejemplos, agrupados para su mejor interpretación en secciones por clase y tipo, a saber:

i.- Equinos y bovino:

“El caballo”: Miguel Ángel Cortés Ibarra, ex procurador de Justicia en el Estado, gran atleta, campeón universitario en saltos de longitud y triple y le decíamos así porque era precisamente eso, el caballo de batalla del “güero” Castro en los eventos atléticos inter universitarios.

“El caballo”: Miguel Ángel “pelón” Tapia, tenía esos apodos.

“El burro”: Lic. César Tapia Quijada, brillante maestro de nuestra facultad de leyes.

“El chivo”: Héctor Leyva Castro, Notario en San Luis Río Colorado.

“El chivo” Ramírez Tavizón, gran atleta, campeón en salto de longitud (aunque en una de tantas competencias yo lo eliminé y hasta la fecha no me lo perdona).

ii.- Palmípedos y gallináceos:

El famoso “pato” Munguía, uno de los principales sospechosos de pedorrearse en un baile en el antiguo country club, provocando una desbandada en el mismo por la pestilencia de él emanada. Hasta la fecha dicho acto se le atribuye al diablo, pero los contemporáneos sabemos que belcebú nada tuvo que ver en el mencionado evento, que fue causa inclusive del cierre y finiquito del ya citado centro social. Andábamos Isidro Herrera Robles (+), Alfredo “chiquilín” Pérez (hijo de la profesora “la capulina”) y yo, que recuerde. Paradoja de la vida, han de saber ustedes que “el pato Munguía” es virtuoso de la guitarra, la que plañe como un verdadero maestro.

“El pato”: César Saint Clair (+).

“El pingüino”: Ulises Arnold, orgullo de Carbó y actualmente avecindado en el D. F.

“El gallina” Juan Pedro Félix, hijo del propietario del restaurante de bahía de kino “La caverna del seri”, se hizo un experto nadador y tripulante de veleros. Desapareció misteriosamente sin dejar huella en una expedición a altamar que jamás regresó a la bahía.

iii.- Algunos maestros.

“El pluma blanca”: Ing. Norberto Aguirre Palancares, Rector de nuestra Unison, en los años de 1954 a 1957 (tenía la cabeza completamente blanca).

“El cara de bolsa”: Ing. Gutiérrez, Director de la Escuela de Agricultura y Ganadería. Se le conocía así en virtud de tener algo colgando sus cachetes.

“El glostora”: Profr. Rubén Gutiérrez Carranza, siempre andaba muy bien peinado.

“El drácula”: Prof. Carlos Gámez, nos daba clase de Biología y se le conocía con ese apodo a causa de su cavernosa voz que sonaba algo siniestra.

“El birlochas”: Ing. Dueñas, muy parecido al personaje de tiras cómicas de esa época.

“El motorcito”: Lic. Reynoso Dávila, rector interino, se le conocía por ese apodo por su manera tan dinámica de caminar.

“El chipotes”: Prof. Córdova y “El largo” Espinoza, muy queridos y apreciados maestros de cultura física en la secundaria.

“El venadito”: Prof. Ernesto López Riesgo, también un querido maestro en secundaria y preparatoria.

“El cabezón”: Prof. Ernesto Salazar Girón, director de las escuelas secundaria y preparatoria.

“El cacahuate”: Ing. Quím. Quijano, maestro de la agropecuaria, se le decía así por su corta estatura.

“El botas”: Prof. Mendoza, maestro de matemáticas y civismo de la secundaria.

vi. Apodos familiares.

Existían inclusive familias de universitarios cuyos miembros tenían todos ellos apodos, tal es el caso de mi muy querido compadre y mejor amigo “el papi”, Jesús Arturo Valenzuela Calderón como sigue, en orden de padre, madre e hijos.

“El tochi”, Don J.  J. Valenzuela (+), “La magui”, Doña Margarita Calderón de Valenzuela (+), “La molocha”, Clementina (+), “La mona”, Lupita, “La tuta”, Rosa Amelia, “El papi”, Jesús Arturo, “El teco” (+), Sergio, “El quillo”, Gilberto y la tía de ellos Doña Esperanza, a quien conocíamos como “la mamá lacha”.

v. Misceláneo

Casi todos los estudiantes de esa época teníamos todo tipo de apodos. En lo particular al que esto escribe se le conocía como “el flaco” Névarez, ya que era yo un alfeñique de 44 kilos, que nada pudo hacer por mí el señor Charles Atlas, en ese tiempo creador de la “tensión dinámica”, por más que me esforcé con sus famosos cursos por correspondencia. A continuación se presenta una compilación de algunos otros estudiantes con sus respectivos apodos, siendo imposible recordarlos a todos por motivos de espacio.

“El rana”, Marco Antonio Téllez; “el taquico la ley”; Héctor Francisco Vizcaíno Miranda; “el pulga Delgado”; “el capalocos”, Raúl Carrillo; “el chanate Otero”; “el pollo Ayón”; “el chero Paz”; “el rata”, Héctor Cruz S.; “el patudo Noriega”; “el caparratas Carvajal”; “el pata de ala Nuñez”; “el mamus Salazar”; “el chato Esquer”; “el chiltepín Rodríguez”; “el chilaquil Pérez” (+); “el cochi Toyos” (+); “el perro Rentería”; ”el pulpo Minjares”; “el buitre Talamantes”; “el Roque Méndez” (también conocido como “el cafetera”); “el cachora Romero” (+), “el busca aviones Lizárraga” (siempre andaba viendo para arriba, puesto que estaba mal de la vista; “el kalichi Manzo”, etc.

Héctor Rodríguez Espinoza

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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