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lunes, noviembre 25, 2024

La carta del Presidente mexicano al Parlamento Europeo

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La fracción décima del artículo 89 constitucional señala que es facultad y obligación del Presidente “dirigir la política exterior […] bajo los siguientes principios normativos: […] la proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales…”, por lo que según mi entender, fue el ejercicio de esta facultad lo que propició el envío en esos términos tan “desafortunados”, según la primera minoría electoral, de la misiva supuestamente elaborada por el Presidente y su jefe de comunicación.

Independientemente de la validez de esa hipótesis, es un hecho que el acto realizado por el Presidente es irrefutable porque goza de legitimidad jurídica. Como él mismo señaló en su Mañanera del pasado lunes, su acción pertenece al mundo de la política y no al de la diplomacia, como algunos analistas poco avezados confunden y comunican falazmente.

Hay que entender la diplomacia como un medio más para ejecutar la política exterior que, a pesar de todas sus ventajas, prefirió soslayarse para no denigrar el oficio con politiquería, calificado así por el mismo Obrador, en favor de recurrir al principio normativo de la “proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza”.

Interesa el concepto de fuerza porque a menudo es tomado por sinónimo de violencia, agresión, hostilidad. Arendt señala que la palabra fuerza “debería reservarse en el lenguaje terminológico a las ‘fuerzas de la naturaleza’ o la ‘fuerza de las circunstancias’, es decir, para indicar la energía liberada por los movimientos físicos o sociales”; así es que la fuerza se refiere a circunstancias externas, independientes de la voluntad humana, azarosas y contingentes de factores cósmicos indeterminados.

Lo que López Obrador le demostró al Parlamento europeo y a la primera minoría electoral mexicana (el Prian, en adelante) fue la “fuerza de la naturaleza” que impera actualmente en el Orden Mundial; cualquier ciudadano comprometido con la vida pública medianamente educado es capaz de diferenciar entre lo justo y lo injusto, y optará por expresar públicamente su pensar acerca de lo que es justo, porque desea verlo materializado en su realidad.

Fuera del Prian los mexicanos se cohesionaron en torno a la buena oportunidad de la carta de marras, porque ¿qué es más indignante que escuchar a unos sinvergüenzas que probablemente viven del comercio de las armas, señalar que les preocupan los derechos humanos? ¿Nadie tiene algo que decir del hecho de que Alemania, que debería dirigirse hacia la política de un mundo sin armas y ejércitos, decidió que lo más razonable es invertir en el Ejército? ¿No existe una oposición mexicana que le recrimina esto mismo al Ejecutivo?

La “fuerza de las circunstancias” es que el Presidente goza de un apoyo de 60% de la población mexicana que hace posible sentir que se defiende una causa común, pues ¿qué concita mayor unidad que la animadversión ante las actitudes mezquinas de los dos eurodiputados españoles que maquinaron la impostura y engañaron a sus compañeros parlamentarios justo cuando existe una crisis política que puede escalar a conflicto armado internacional?

Alguna vez Hume afirmó que la elocuencia, al ser una facultad calculada y dirigida a la opinión pública y la gente de mundo, quedaba sometida al veredicto público sin reserva ni limitación, y dígame usted si considera que López Obrador no lo sabe, cuando en la misma Mañanera agregó que los eurodiputados y el Prian solo buscaban golpear, desprestigiar y desacreditar, preguntándose retóricamente, “¿qué sucede cuando el Presidente es débil? Ellos roban a sus anchas”.

Y tiene razón si extrapolamos eso a los Estados Unidos y la Unión Europea, que al implementar sanciones económicas a Rusia e instigar a Ucrania a sostener un enfrentamiento, generan afectaciones financieras a escala global, como la inflación y el incremento en las utilidades de empresas trasnacionales petroleras y armamentísticas. Lo que las “buenas conciencias” no terminan de entender es que tanto los estadounidenses como los europeos, optan por imitar un modelo de guerra primitivo como lo es la guerra sucia, propia de novatos, mientras que China se exhibe como la magnánima, gran y majestuosa potencia mundial que no se distrae en conflictos ínfimos a expensas de grandes y amistosos negocios.

Por otro lado, el efecto de la carta generó consecuencias interesantes. Me parece que en el programa de Carmen Aristegui, el senador Emilio Álvarez Icaza declaró que el Presidente los había metido, a los senadores, en un grave aprieto. Obrador propició que Álvarez Icaza y otros senadores se pusieran a trabajar.

El también senador Ricardo Monreal, más inteligente, se apresuró a enviar una carta invitación a los eurodiputados para invitarlos a debatir; otro que puso a trabajar a sus colegas europeos ahora que tienen un conflicto multifactorial y será interesante ver cómo actúan en relación con los derechos humanos de los ucranianos y rusos, y cómo piensan en relación con los derechos humanos de los países en los que tienen intereses económicos, como México.

No sé si al presidente Andrés Manuel le habrá pasado por la cabeza el hecho de que en el futuro, quienes hayan promovido el posicionamiento del Parlamento europeo, busquen escalar eso a instancias jurídicas internacionales, y esto también haya motivado una respuesta inmediata en esos términos; a fin de dejar registro documental de cómo sucedieron los hechos y exponer el uso indebido y superfluo de instancias internacionales, por parte de intereses mexicanos poco sofisticados pero de gran poderío financiero.

Por último, otra de las aristas bajo las que se analizó el tema fue el papel que jugó el sector diplomático. En uno de los artículos más pobremente fundamentados que leí sobre el tema, Mauricio Merino escribió que el Canciller debía renunciar, y que si no se había pronunciado aún, entonces “¿para qué queremos un Secretario de Relaciones Exteriores?”.

Pienso que Cancillería debió pronunciarse para agregar a la discusión lo que Gautier Mignot, Embajador de la Unión Europea, señaló: que las relaciones diplomáticas continuarían desarrollándose de manera habitual entre la U.E. y México. Lo anterior, a fin de insistir en la diferencia entre los canales diplomáticos y las relaciones políticas ante la opinión pública menos experta.

Finalmente, ¿por qué queremos un Secretario de Relaciones Exteriores? Pues bien, los auto erigidos “promotores del estado de Derecho” deberían aprender que no se trata de querer o no, sino de consultar el artículo 90 constitucional y la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal. De ese nivel algunos académicos mexicanos.

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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