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viernes, abril 19, 2024

Desde la oficina

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Uno de los escritores que con mayor frecuencia aparece en la obra de Enrique Vila-Matas es el enigmático suizo nacido en 1878, Robert Walser, fallecido mientras daba una caminata en la Navidad de 1956. Leí su novela más conocida, Jakob von Gunten, hace por lo menos 6 años.

Recuerdo vagamente la trama y que no me enganchó lo suficiente, tal vez por su carácter intimista y de abundantes cavilaciones existenciales, que aprendí a valorar hasta que fui capaz de interpretarlas logrando identificarme moral o estéticamente con las mismas.

Estrechamente ligado al tema de la interpretación está el del aburrimiento y sus posibles tratamientos: el entretenimiento y la introspección, que son antípodas. Mientras que al entretenimiento lo determina su forma y se valora estéticamente, los actos introspectivos quedan definidos por el fondo y sus aspectos morales.

“Desde la oficina” de Robert Walser reúne 19 miniaturas que giran en torno al mundo del oficinista y la burocracia. Cuando lo inicié ya tenía problemas lectivos; me volví displicente para concluir lecturas, pero la razón del señalamiento es que parte de mis elucubraciones existenciales siempre han estado relacionadas con el ámbito profesional, específicamente el de mi biografía profesional.

Supongo que todos nos hemos preguntado si estamos gozando la vida que habíamos soñado haciendo lo que habíamos planeado, pero cualquiera que sea la respuesta, dudo que sea categórica. En esto reside la belleza de los cuentos, y es curioso, porque hace tan solo un par de meses me encontré con la pintura de George Tooker, Government Bureau, con la que evoqué “El proceso” y “El castillo”, ambos de Franz Kafka, escritor igual o más enigmático que el suizo.

El punto es que mientras observaba la pintura y recordaba las vicisitudes por las que atraviesan los personajes kafkianos, me invadió una especie de melancolía profesional que logré sofocar con estos cuentos que dotan de dignidad el trabajo de oficina, además de perfilar al burócrata avezado como un sujeto perverso; con lo que coincido.

La obra inicia con un poema titulado “En la oficina”, en el que escribe, “la penuria es mi sino; tener que rascarme el cuello, bajo la mirada del jefe”; estos versos recuerdan otros que Vila-Matas cita de Kafka, que apuntó “Querida, hay que pensar en ti en todas partes, por eso te escribo sobre la mesa de mi jefe, al cual estoy representando en estos momentos”. ¿El empleado de Kafka habrá desarrollado esa creatividad, mientras se rascaba el cuello bajo la mirada de su jefe?

Walser describe al oficinista como alguien que jamás está descontento de su suerte y “sobrelleva complacido su tranquila existencia de escritorio, olvidado del mundo y de las querellas, es prudente y sabio, y parece resignado a su suerte. En su ocupación monótona y monocroma siente a menudo lo que significa ser filósofo”, agrega la característica que más me complació, “obedece con gusto y se opone con facilidad. Esto último nunca puede evitarlo”.

Cada cuento perfila un tipo de burócrata arquetípico, el cotilla, el impuntual, el lambiscón, el insolente y el ocioso, este último terreno fértil para que germine el aburrimiento y de ahí, como ya dije, uno puede optar por superar la enfermedad por medio del entretenimiento o la introspección, pero si ese mal pasa de los propósitos profesionales a los cuestionamientos existenciales, desemboca en el suicidio. No olvidemos que todos somos, en alguna medida, burócratas ociosos de la labor –en el sentido arendtiano-.

“En cuanto me vuelvo perezoso, me pongo triste y malhumorado. Entonces pienso, y el pensar sin ton ni son entristece […] En general debo estar siempre muy atareado, pues de lo contrario empiezo a sublevarme”, escribe en “El oficinista”.

En “Historia de Helbling” escribe, “aburrirme y meditar sobre cómo podría frenar el aburrimiento: en eso consiste mi auténtica ocupación”, y continúa, “pienso que solo por aburrimiento escucha uno el murmullo del alma”. Lo dicho, entretenimiento o introspección.

Me despido con un pensamiento que Vila-Matas apunta en “El mal de Montano”, cuando divaga acerca de los escritores que llaman su atención, de los que expresa, “…al reforzar con sus vidas mi autobiografía, me ayudarían a componer un retrato más amplio y curiosamente más fiel de mi verdadera personalidad, hecha en parte a base de los diarios íntimos de los demás, que para eso están, para ayudar a convertir a alguien, que por sí solo sería más bien un hombre desarraigado de todo, en un personaje complejo y con cierto tímido amor a la vida”.

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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