Recuerdo haber comentado anteriormente que durante el periodo de confinamiento desarrollé una ansiedad que intenté superar procurando literatura oriental, budista, hinduísta y demás cosmovisiones similares.
Poco antes de eso leí “Ka” de Roberto Calasso, una especie de reescritura de “Las mil y una noches” compuesta de pequeños cuentos personificados por Siva, Brahma, Visnú, Krsna y Buddha, del que hablé anteriormente y que me llevó al descubrimiento del filósofo y astrofísico español, Juan Arnau, porque indagando encontré que había traducido y editado el Bhagavad-gita y algunos Upanishad.
Estas últimas obras son dos de los textos sagrados más importantes de la cosmogonía hinduísta, pero finalmente no los adquirí; preferí empezar por algo más sencillo y que fuera original del autor. Fue así como llegué a “La invención de la libertad”.
Bajo este título, Arnau reúne las biografías de tres filósofos poco conocidos, cuyos nombres despiertan escaso interés y brillan por su ausencia en los catálogos editoriales, a excepción de uno, si acaso. Estos tres sujetos son, en orden de aparición, William James, Henri Bergson y Alfred North Whitehead.
Una semana antes de iniciar “La invención de la libertad” visité una librería que presumía en sus estantes “Ensayos de empirismo radical” de James, que me abstuve de comprar por mi ignorancia acerca del sujeto. Una semana después leí que Henry James, el autor de “Otra vuelta de tuerca”, era su hermano. Al día siguiente regresé a comprar el libro.
Juan Arnau descree, junto a estos tres personajes, de que el Universo está regido por leyes absolutas y generales rigiendo el Todo, pues esto implicaría forzosamente un mundo en el que todo está determinado. Por el contrario, su tesis es que el Universo está en evolución constante, no tiene límites, pero ello tampoco significa que sea ilimitado.
Es en este punto donde entra en juego la libertad creadora. Cada momento, cada instante, cada hecho que se actualiza en la realidad y que le acontece a un sujeto es una oportunidad para ejercer nuestra libertad y así determinar el camino que “se hace al andar”.
Otro concepto que juega un papel importante en estas historias, y que está relacionado con el autor del que hablé la semana anterior, es la percepción, de la que el astrofísico sostiene que “la escala de observación crea el fenómeno, y el fenómeno que interesa aquí es la vida”. Por ello, Whitehead era de la idea de que “proyectar sobre el cosmos insondable las leyes locales del planeta es cuando menos arrogante, si no una actitud descaradamente provinciana”.
Por las páginas de “La invención de la libertad” desfilan y resuenan una gran cantidad de autores, todos ellos de “segundo plano”, pocas veces considerados de primer orden, como lo son Berkeley, Hume, Locke, Spinoza, Leibniz, Schopenhauer y Ortega & Gasset.
En el apartado “El Dios de Bergson” apunta que “el modo (el ser vivo) es constitutivo de la substancia”, y continúa, “ser consciente es precisamente la posibilidad de participar de ese Uno tan singular”.
Finalmente, citando a William James, escribe “el pensamiento humano se produce de forma discursiva: intercambiamos ideas, prestamos y tomamos prestadas verificaciones, obteniéndolas unos de otros mediante el trato social. Así es como toda verdad se forja lingüísticamente”. De su propia pluma, Arnau remata diciendo que “un alto porcentaje de las proposiciones que conforman nuestra visión del mundo se debe a testimonios verbales de este tipo, registrados en libros de texto”.