La idea del amor romántico que se ha “vendido” a través del tiempo, se ha consolidado como parte de un contrato social que eleva un compromiso sentimental, ético o moral, en un compromiso de “propiedad de” que valida prácticas u omisiones que causan dolor, sufrimiento, malestares, ansiedad, soledad, etc. e incluso que toleran diferentes manifestaciones de violencia en las parejas.
Desde fechas desconocidas, en la conformación de sociedades, comenzaron a estructurarse relaciones de poder y sumisión, patrones de conducta social y cultural que han determinado lo masculino como dominio-mando y lo femenino como aceptación de mando.
Como acto y consecuencia, de generación en generación, se han replicando aprendizajes de lo que “deben hacer” y “cómo deben ser” mujeres y hombres, estableciendo roles limitativos y conductas agresivas, de omisiones y dolo, que aquejan a la población y restringen su potencial de desarrollo.
La violencia por razón de género, no es limitativa dentro de un mundo de problemas de índole social, pero refuerza incluso otro tipo de problemáticas públicas, como la delincuencia generalizada, la trata de personas, el narcotráfico, que impactan de manera diferenciada y de forma sagaz a las mujeres.
La violencia contra las mujeres por razón de género se encuentra latente y enraizada en la sociedad; se potencia cuando el rol de seres humanos, y sus libertades, se definen por estereotipos y roles de género (etiquetas sociales): “esto es de mujeres, porqué así es y así ha sido siempre”.
Este tipo de violencia resulta invisible para gran parte de la sociedad que la naturaliza como parte de las prácticas culturales, cuando se habla y no se habla, cuando se tolera, e incluso se celebra. No se ve, es silenciosa y calla ante un tejido social y cultural que refuerza y replica paradigmas, que se filtran en las prácticas diarias. Sin embargo, lacera, vulnera derechos, deja sin respiro, causa ansiedad, miedo, ocasiona secuelas físicas, daños emocionales, privaciones económicas y hasta muerte.
A pesar de las cifras que presentan instituciones y organismos locales, nacionales e internacionales, acerca de una grave disparidad en la garantía de derechos para mujeres y hombres, de grandes brechas de desigualdad y de niveles desproporcionados de violencias contra las mujeres y niñas, sigue imperando un sesgo para la articulación de políticas públicas con perspectiva de género.
En México, 7 de cada 10 mujeres han vivido algún tipo de violencia, de acuerdo a la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) que realiza el Instituto Nacional de Estadísticas y Geografía (Inegi). De acuerdo a la última encuesta realizada en 2016, el 67% de la violencia contra mujeres y niñas sucede en los hogares. Así mismo, de los cerca de 10 asesinatos de mujeres que ocurren diariamente en nuestro país, por lo menos 3 de las víctimas son asesinadas en su propia casa, por sus parejas sentimentales.
De enero a mayo de 2021, se ha presentado un incremento de un 7.1% en los feminicidios en México, según cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), lo que representa un total de 423 mujeres que han sido asesinadas por razón de su género. De acuerdo a datos oficiales del SESNSP también se han agudizado otros delitos en contra de las mujeres como las violaciones sexuales, con un 30% de incremento en comparación con los mismos meses de 2020.
De acuerdo al Protocolo de Actuación en la Investigación del delito de feminicidio con Perspectiva de Género para el Estado de Sonora, “ Existe una gran incidencia de feminicidios en el contexto de una relación íntima o sentimental, de pareja, noviazgo, amistad, actual o como antecedente, en la cual se supondría están más protegidas las mujeres y por el contrario es en las que son objeto de esta violencia; son múltiples causas con las que la pareja o ex pareja motiva y justifica su acción: por celos, acoso, venganza, infidelidad o por manifestar poder de parte del agresor.”
En este sentido, este instrumento válida como parte fundamental para prever situaciones de riesgo a la integridad y vida de la mujeres, observar y actuar ante indicadores como” conductas de celotipia /celos exacerbados/ como: • Control de objetos personales de la víctima (documentación) • Oler sus prendas íntimas • Acusación de infidelidades • Buscar evidencias de rodadas, pisadas, etc., para acreditar según la persona agresora las infidelidades. • Revisión de celulares y redes sociales constantemente”, acciones por demás estereotipadas, validadas y altamente promovidas en redes sociales, en la música y diferentes productos consumibles en los medios de comunicación y redes sociales.
Construir relaciones sanas y fuertes requiere de trabajo emocional constante, del desprendimiento de prejuicios y del aprendizaje de posesión que se ha inculcado generacionalmente.
La violencia no es del ámbito privado, no es parte del amor, aunque suceda en él, y corresponde al estado construir y garantizar en conjunto a la sociedad, acciones que permitan prevenir, atender, proteger, sancionar y erradicar las violencias.
“Cuando hay sufrimiento, ¿Puede de algún modo haber amor? El amor, ¿es acaso deseo, es placer, de modo que cuando ese deseo, ese placer se nos niega, hay sufrimiento? Decimos que el sufrimiento como celos, apego y posesión, forma parte del amor, ése es nuestro condicionamiento, así se nos educa, eso integra nuestra herencia, nuestra tradición” -Krishnamurti-