“Nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir” (Francisco de Quevedo y Villegas).
Supongo que ya está hasta el gorro de tanta promesa, señalamiento, acusación, diatriba, o comentario de fuente nacional y local, incluso internacional, como es el caso de The Economist, vetusto medio británico en cuyo currículo figura su apoyo al golpe de estado contra don Francisco I. Madero y en favor del sanguinario Victoriano Huerta, en 1913.
A este medio se han agregado el francés Le Monde y el alemán Die Welt, que intervienen y opinan en defensa de la hegemonía neoliberal que beneficia a los gringos y satélites, vanguardia de la depredación mundial contra los pueblos libres e independientes que cuidan y defienden sus recursos naturales, alegando que es en defensa de la “democracia y el libre mercado”.
En México sufrimos la marejada de opinantes a sueldo en los medios informativos de siempre pugnando por manipular la opinión pública, alegando que es mejor el “voto inteligente”, es decir, a favor del raro y absurdo licuado político integrado por el PRI, PAN y PRD, en un esfuerzo electoral por volver al pasado y conservar un sistema basado en la corrupción.
Hemos presenciado el despliegue de un circo de tres pistas, con abundancia de payasos y trapecistas, de saltimbanquis y fuegos de artificio que enmarcan la creatividad del diseñador de imagen, el experto en materia de trayectorias, en asuntos de manejo futuro de situaciones creadas por los mismos que prometen lo mismo dada tres o seis años, con las eventuales aportaciones de la ocurrencia y el estado del hígado, tratando de hacer frente a la amenaza del cambio.
También hemos visto las habilidades histriónicas de algunos candidatos, bailoteando, apapachando al pueblo, sonriendo hasta agotar la musculatura facial, soportando el contacto con la gente que, en condiciones normales, no verían a menos de diez metros de distancia.
Observamos los esfuerzos por fingir empatía de personajes que durante su desempeño en algún otro encargo, en algún otro partido y en alguna otra época ni siquiera se dignaron en voltear hacia el ciudadano y menos atendieron peticiones y reclamos.
Pero, si las jornadas de promoción del voto fueron en cierta medida un carnaval de hipocresía, una lastimosa charada, una payasada sin límites a costa de dinero público, cabe pensar en la significativa derrama económica recibida por agencias publicitarias, por empresas armadoras de escenarios, templetes y operadoras de equipos de sonido, de luces y efectos especiales, por los editores de video, entre una amplia gama de trabajadores especializados en la parafernalia electoral.
Y qué decir de la proximidad forzada entre ciudadanos y candidatos, en los barrios, en los eventos masivos convocados, en las calles y plazas que sirvieron de escenario para el lucimiento de una democracia cuantitativa, visual, de espectáculo, ajena a la pandemia y la posibilidad de los contagios.
A estas alturas apenas queda el acre sabor de los debates, ridículo espectáculo circense cuya convocatoria va directo al morbo del espectador, al despistado que quiere ver sangre, groserías y golpes de lengua que poco o nada influyen en la decisión electoral del ciudadano informado.
Se empieza a desvanecer el efecto narcótico de la propaganda machacona que golpeó las neuronas de muchos en radio, televisión, redes sociales, YouTube, y cualquier medio imaginable de divulgación, información, comunicación o manipulación masiva.
Lo que queda es el resultado de los valores cívicos y la calidad de la información que usted y yo tuvimos a mano, como elementos de juicio que orientaron nuestro acto de votar.
A estas alturas, se puede decir con seguridad que la suerte está echada, que este arroz ya se coció, que ya decidimos sacar al buey de la barranca o nos complacimos en dejarlo justamente donde está, para después poder seguir celebrando o lamentando las consecuencias de la decisión tomada. Gajes de la democracia.
Lo que queda por hacer es exigir un resultado claro, transparente, convincente por su objetividad; y a partir de ahí ejercer nuestro derecho a la información, a la participación, a la vida ciudadana activa en un país que debe reafirmar cada día su vocación democrática, su búsqueda de una sociedad justa e incluyente.
José Darío Arredondo López